1. La entrevista

La luz roja, parpadeante, de la cámara automática de televisión, se encendió ante mis ojos una vez, dos veces, tres. Estaba a punto de entrar en antena para dar comienzo a la entrevista más importante de mi vida. Como cada una de las anteriores. Pero ésta iba a ser diferente.
La intermitencia cesó y la luz permaneció encendida. Era la señal. Apreté un botón del mando a distancia y, mientras se apagaba el piloto rojo y en su lugar se iluminaba el verde, comencé a hablar:
-Buenos días. Irene Pinedo les habla a bordo de la nave espacial Aventura, a punto de partir hacia el planeta Marte.
Hice una pausa significativa. Aunque no podía verlos, sabía que al menos dos mil millones de personas estaban pendientes de mis palabras. Las emisoras de televisión de todo el mundo habían conectado entre sí para ofrecer esta entrevista. Mi imagen estaba apareciendo simultáneamente en casi todos los hogares de la Tierra. Mi voz, en cambio, sólo se oiría en algunos. En otros, sería sustituida por la traducción simultánea.
-Como todos ustedes saben, hoy, jueves, 3 de octubre del año 2041, comienza oficialmente la colonización del planeta Marte. Por fin llegó el momento. O, para ser exacto, llegará dentro de unas seis horas. Pero hemos querido adelantarnos un poco para que tengan ustedes la oportunidad de ver y escuchar a los dos hombres de los que más depende el éxito de esta aventura que, cuando se aproxime el momento de partir, estarán demasiado ocupados para dedicarnos un solo instante. Esos dos hombres están aquí, a mi lado... iba a decir sentados, pero el término no sería correcto, pues nos encontramos en estado de completa ingravidez.
Presioné un par de botones y la cámara automática giró un poco y puso en marcha el zoom, alejando lentamente la imagen. Sin apenas mirar el monitor, detuve el zoom en el momento oportuno y continué:
-A mi izquierda, Steve MacDunn, capitán de la nave Aventura y jefe supremo de la expedición durante el viaje a Marte. Buenos días, capitán.
-Hola -repuso Steve, con el laconismo que le caracteríza.
-Y a mi derecha, Dimitri Tarkov, director del proyecto Ares-III, que tomará el mando de la colonia después de la llegada a Marte. ¿Qué tal, Dimitri?
-Estupendamente, gracias -respondió sonriendo, mucho más a sus anchas que el capitán.
-¿Está todo dispuesto para la partida, Steve?
-Todo está en orden -respondió, carraspeando un poco-. Saldremos a la hora señalada.
Steve MacDunn es una de esas personas a las que hay que tirar de la lengua si no quieres que se te vaya al traste la entrevista. Afortunadamente, y a pesar de mi juventud, yo tenía bastantes tablas como para no quedarme atascada ante una situación así. Esa era una de las razones, entre otras, por las que se me había encomendado esta misión. Decidí dejar a Steve unos momentos para serenarse e hice a Dimitri la siguiente pregunta:
-Señor Tarkov: ¿podría usted explicarnos por qué el proyecto tiene ese nombre tan raro, Ares-III?
-Es más simple de lo que parece. Ares era el nombre griego del dios Marte. Ya es tradicional asignar nombres mitológicos a las etapas sucesivas de la exploración del espacio. Recuerde el proyecto Apolo, que puso al primer hombre en la luna en 1969.
-Claro que sí. Todos hemos oído hablar de él, y algunos de nuestros espectadores lo vivieron personalmente, a través de la televisión. Díganos ahora qué significa el III.
-También es muy sencillo. Quiere decir que éste es el tercer intento de colonización de Marte. Ha habido antes otros dos. Pero señorita Pinedo, eso lo sabe todo el mundo.
-Es muy posible, pero nunca está de más recordarlo. Tenemos tantos espectadores, que siempre habrá alguno a quien le venga bien. Tenga la bondad de hablarnos brevemente de las otras dos expediciones, señor Tarkov.
-Pues... la verdad es que no me resulta agradable acordarme de la primera, especialmente en estos momentos. Ya sabe usted que desapareció sin dejar rastro. Perdimos el contacto con ellos antes de que desembarcaran en Marte... suponiendo que llegaran a desembarcar.
-Eso fue hace diez años ¿verdad?
-Exactamente. En el año 2031.
-Sin embargo, la segunda expedición fue muy distinta...
Tarkov se animó visiblemente.
-¡Cierto! Puede decirse que fue un éxito completo. Todo salió perfectamente, no sucedió nada anormal, no hubo bajas inexplicables. Se cumplieron todos los objetivos. Eran sólo veinticinco personas pero, durante el año que pasaron en Marte, trabajaron como si fueran cien. Gracias a ellos, estamos nosotros aquí. Permítame aprovechar esta oportunidad para rendirles homenaje de agradecimiento. Estoy seguro de que nos están escuchando.
Era el momento de introducir de nuevo a Steve en la conversación. Apreté los controles para que la cámara le enfocara, me volví hacia él y le dediqué una sonrisa.
-En efecto, uno de ellos nos está escuchando, y desde muy cerca. Usted formó parte de la segunda expedición ¿verdad, Steve?
-Sí.
-Cuéntenos algo de lo que hicieron allí.
-Pues... construimos un lugar donde vivir... extrajimos agua del subsuelo... montamos una estación de cultivos hidropónicos... ya sabe, para ser autosuficientes. Naturalmente, no lo conseguimos por completo. Por eso hubo que regresar. Pero resistimos allí casi el doble del tiempo previsto. Fue el primer paso. Me siento orgulloso de haber participado en él.
Steve se iba animando a ojos vistas. Había que aprovecharlo.
-La tercera expedición lo hará aún mejor, supongo...
-Lo intentaremos. Esta vez, vamos a instalar un establecimiento permanente. Con la experiencia que tenemos, no será muy difícil. Pero eso es cosa de Dimitri... Mi responsabilidad termina cuando lleguemos a Marte. A menos que ocurra algún accidente...
-Háblenos del viaje, capitán. El Aventura parte dentro de seis horas...
Steve consultó su reloj.
-Cinco horas y cuarenta y un minutos, exactamente.
-De acuerdo. Pero supongo que el momento de la llegada no lo conoce con tanta exactitud.
-Eso depende de lo que usted entienda por llegada. El viaje propiamente dicho está planificado cuidadosamente, casi podría decir al segundo... Entraremos en órbita alrededor de Marte el próximo 13 de junio. Pero el descenso a la superficie es más difícil de prever. Depende de las condiciones que encontremos al llegar allí. Aún no sabemos bastante de la meteorología marciana para predecirlas.
-Así que el viaje va a durar más de ocho meses... ¿No parece mucho tiempo?
Naturalmente, yo sabía la respuesta, pero quería que él la dijera.
-No, no es demasiado, teniendo en cuenta que tenemos que recorrer cientos de millones de kilómetros.
Por segunda vez, tuve que fingir una ignorancia que no tenía:
-Pero yo creía que la distancia entre la Tierra y Marte era más pequeña... unos sesenta millones de kilómetros.
-Ésa es la distancia mínima. Pero ni estamos ahora en esa situación, ni Marte ni la Tierra permanecerán quietos durante el viaje, ni nosotros vamos a ir en línea recta. Seguiremos la órbita de mínima energía, que...
Le interrumpí. Temía que se pusiera demasiado técnico para la mayor parte de la audiencia.
-Steve, ¿cuál es, en su opinión, el mayor peligro que amenaza a la expedición durante esos cien millones de kilómetros? ¿Los meteoritos? ¿Las averías?
El capitán del Aventura frunció los labios en una leve sonrisa.
-No, no es muy probable que choquemos con un meteorito. Son mucho más raros de lo que la gente cree. El peor problema que vamos a tener es la ingravidez.
-¿Por qué? Ahora mismo estamos en esa situación y no lo encuentro molesto. Más bien es divertido.
-Sí, al principio lo es, como todas las experiencias nuevas. Pero ocho meses y medio es un tiempo muy largo. Si no tenemos cuidado, la ingravidez puede ser peligrosa... Un descuido puede provocar un accidente. También tiene consecuencias sobre la salud humana. Los huesos se descalcifican. Todos los miembros de la expedición estarán sujetos a un control médico muy riguroso.
-Gracias Steve -dije, actuando de nuevo sobre el control remoto de la cámara para que enfocara hacia mi derecha-. Pero vamos a volver con Dimitri Tarkov, que hace rato que está muy silencioso. Vamos a ver: ¿cómo piensa usted organizar la colonización de Marte?
Tarkov alzó las cejas.
-No utilice usted palabras tan grandes, por favor. Sí, es verdad que vamos a instalar una base permanente, pero de ahí a colonizar todo el planeta hay un trecho enorme. Se necesitarán siglos.
-Ya lo supongo. De acuerdo, formularé la pregunta de otra manera: ¿cómo piensa usted organizar la instalación de la primera colonia? ¿Le parece bien así?
-Excelente -repuso Tarkov, sonriendo-. La verdad, no creo que tardemos demasiado en adaptarnos, pues vamos a aprovechar las instalaciones preparadas por la segunda expedición, que supongo seguirán en buen estado. Naturalmente, tendremos que ampliarlas, porque ahora somos cincuenta en lugar de veinticinco. Pero todo eso se irá haciendo poco a poco, sobre la marcha.
-¿Dónde están situadas esas instalaciones?
-En un lugar llamado Chryse Planitia, que significa “La llanura de las crisis”. Está en el hemisferio norte, no muy lejos del ecuador.
En ese momento, empezó a parpadear la luz roja de la cámara, avisándome de que el tiempo asignado a la entrevista estaba a punto de cumplirse, de modo que tuve que dar por terminada la conversación con Dimitri, porque aún me quedaba algo que decir, y precisamente era lo más importante, al menos para mí.
-Dimitri Tarkov, Steve MacDunn, muchas gracias por habernos dedicado algunos minutos, a pesar de que estamos tan cerca de la hora de la partida. Pero antes de despedir a ustedes, señoras y señores espectadores, voy a darles una última noticia: Mi misión no termina con el final de esta transmisión. Seguiré en la brecha, siempre alerta para que todos ustedes puedan conocer, casi inmediatamente, las primicias de este viaje histórico. Porque yo también formo parte de la expedición. Si todo va bien, el próximo día 13 de junio tendrán ustedes una cita conmigo ¡EN DIRECTO, DESDE EL PLANETA MARTE!
La luz verde de la cámara se apagó, indicando que la transmisión quedaba cortada. Exhalé un suspiro de alivio y me volví sonriendo a mis entrevistados, que a partir de este instante pasaban a convertirse en mis superiores. Steve se había puesto en pie y avanzaba con movimientos ondulantes hacia la sala de mandos sin tocar el suelo, apoyándose apenas en una de las paredes. Con un gesto de disculpa, señaló su reloj de pulsera y dijo:
-Sólo faltan cinco horas y veintisiete minutos.
“Sí” pensé. “Todo empezará dentro de poco más de cinco horas. Pero ¿quién sabe cómo y cuándo terminará?”

 

 




2. La llegada

La sala de observación del Aventura estaba llena hasta rebosar. Todos los miembros de la expedición se habían reunido allí, excepto la tripulación, que estaba de servicio. Una de las paredes de la sala parecía haberse disuelto, abierta al espacio exterior como si un enorme asteroide la hubiese perforado, causando a todos una intolerable sensación de desnudez y de abandono. En realidad, no corríamos ningún peligro, pues la pared no había sufrido daño alguno: se había convertido en una enorme pantalla sobre la que se proyectaba la imagen captada por las cámaras de la nave, que se enviaba simultáneamente a la Tierra. El sonido tenía que añadirlo yo.
Mi puesto podía considerarse como el lugar de honor, situado en primera fila, en el punto de mejor visibilidad. A través del micrófono que sostenía en la mano, mis palabras y comentarios eran transmitidos a todos los hogares de la Tierra, como en aquella otra ocasión tan lejana, casi nueve meses atrás, en el momento de la partida.
Era el viernes 13 de junio del año 2042. Como había predicho Steve MacDunn, el viaje había transcurrido sin ningún incidente y había llegado a su término en la fecha señalada. Pero ¡qué cambio había sufrido yo! En esos pocos meses, la ingravidez permanente, la inmovilidad forzada, la aglomeración, el roce continuo con las mismas personas en una situación de claustrofobia, me habían provocado un tedio insoportable, un gran deseo de soledad y de silencio.
Ahora mismo, las palabras que estaba pronunciando delante del micrófono parecían salir de mis labios como a regañadientes, en pugna contra una presión exterior que sólo existía en mi imaginación. Hablaba despacio y en voz muy baja, como si estuviera en la iglesia, como si me viera privada del don de la palabra por el impresionante espectáculo que tenía a la vista y que estaba describiendo para todos los millones de ojos humanos que lo veían por primera vez, casi, pero no exactamente, al mismo tiempo que yo.
“Esta es una transmisión en directo desde el planeta Marte”, había dicho al comenzar. Y, en realidad, no lo era, no podía serlo. Porque las imágenes aparecían con retraso en los receptores de televisión y mis palabras se oían casi un cuarto de hora después de que yo las pronunciara. Ese retraso era inevitable. Las ondas de radio no viajan a velocidad infinita, y tenían necesidad de trece minutos y quince segundos para recorrer la distancia que en ese momento nos separaba de la Tierra.
“Ese formidable círculo de negrura que borra las estrellas de la mitad del firmamento, es el planeta Marte” expliqué, innecesariamente. “Ahora estamos en la cara nocturna, al otro lado del sol, a punto de entrar en órbita. Ayer se pusieron en marcha los cohetes del Aventura, por primera vez desde que alcanzamos la velocidad de crucero al salir de la Tierra. Entonces nos aceleraban, ahora nos están frenando. Hemos recuperado la sensación de peso, de nuevo tienen sentido para nosotros términos como "arriba" o "abajo", aunque en forma muy poco satisfactoria, pues la aceleración de la nave no alcanza la décima parte de la gravedad terrestre. Cualquier movimiento brusco nos lanza hacia las alturas y parece que transcurre una eternidad antes de que regresemos al suelo”.
“Dentro de unos momentos, en cuanto nuestra velocidad haya alcanzado el valor exacto, los cohetes se detendrán, entraremos en órbita y volveremos a la ingravidez total, pero sólo provisionalmente, porque no tardaremos mucho en descender a la superficie. Para ello, el Aventura lleva dos naves pequeñas, dos módulos o lanzaderas con propulsión independiente, cada una con capacidad para seis personas. La nave principal se quedará aquí, en órbita, hasta que la necesitemos de nuevo. Como saben, fue montada en el espacio y no es capaz de resistir los esfuerzos necesarios para elevarse desde la superficie de un planeta”.
“En este instante siento la extraña sensación que indica que estamos de nuevo en estado de ingravidez. Los cohetes acaban de detenerse. El viaje del Aventura ha terminado”.
“¡Miren esa línea clara que ha aparecido en el borde de Marte! Es la luz del sol, reflejada por el planeta. Es el amanecer, que se acerca. Y un poco más a la derecha verán un punto luminoso, mil veces más brillante que cualquier estrella: es Fobos, el mayor de los dos satélites, un pedrusco de poco más de veinte kilómetros de diámetro, con forma de patata, cubierto de cráteres, al que no tardaremos en adelantar, pues nuestra órbita es más baja que la suya”.
“Observen cómo crece a ojos vista la parte iluminada del planeta. Ya se ve muy bien el color de la superficie, rojo anaranjado, aunque todavía no podemos distinguir los detalles. Pero no se preocupen. En cuanto aparezca Chryse Planitia, se la señalaré. Allí es donde vamos a vivir”.
Así continué hablando durante más de media hora, señalando los hitos con ayuda de un mapa que me había proporcionado el capitán, mientras la parte iluminada de Marte crecía hasta llenar casi todo el campo de visión y, con su fulgor rojizo, borraba por completo las estrellas. Pero esta transmisión estaba destinada a tener un final prematuro. Mucho antes de la hora prevista, ocurrió algo que nos obligó a modificar los planes.
Yo había observado hacía rato una zona de la superficie de Marte que no cuadraba con el mapa que tenía delante. Era una mancha blanquecina, borrosa, aproximadamente circular, que en algunos momentos parecía moverse, aunque nunca con tanta claridad como para dejarme libre de toda duda. No dije nada al respecto, pues no sabía lo que era, pero mis ojos la buscaban continuamente y mis palabras se perdían a veces en la mitad de una explicación. Al menos, eso me han dicho, pues yo estaba demasiado intrigada para darme cuenta. Sin embargo, fue precisamente esa mancha la que cambió la situación.
De pronto, la voz del capitán resonó a través de los altavoces de la nave y tuve que interrumpirme para escucharle. Sus palabras, captadas por el micrófono que yo tenía en la mano, se propagaron hasta la Tierra, por lo que todo el mundo se enteró de lo que había sucedido.
-¡Atención! Acabamos de descubrir en la superficie de Marte los primeros síntomas de una tormenta de polvo que amenaza cubrir todo el planeta. Es preciso proceder al desembarco inmediatamente, si no queremos quedarnos atascados en el Aventura hasta que se aclare la atmósfera. Durante la tormenta, la visibilidad será nula y las lanzaderas no podrán operar. Les recuerdo que las tormentas de polvo marcianas duran, a veces, varios meses. La transmisión en directo a la Tierra queda suspendida. Se ruega a todo el mundo que abandone la sala de observación y se dirija inmediatamente a su puesto.
Apenas me dejaron unos segundos para pronunciar unas palabras de despedida. Después, la imagen de Marte desapareció y la pared de la sala de observación volvió a su condición normal. Dejé el micrófono y el mapa y me dirigí al camarote que compartía con otras cinco mujeres. Ése era mi puesto. No formando parte del personal técnico de la nave, lo que tenía que hacer en caso de emergencia era quitarme de en medio cuanto antes, para no estorbar a los demás.
Ahora sabía lo que era la mancha blanca. Era un tornado, una tormenta giratoria, como las que aparecen a menudo en las regiones tropicales de la Tierra, pero mucho mayor. Tenía que ser enorme, para aparecer tan grande desde la altura a la que nos encontrábamos. Y todavía iba a crecer más, hasta inundar de polvo toda la atmósfera del planeta.
Antes de que eso ocurriera, teníamos unas cuantas horas por delante, quizá varios días. Sin embargo, no había tiempo que perder. Era necesario hacer muchos viajes, pues sólo disponíamos de dos lanzaderas, que no podían llevar más de doce personas simultáneamente, sin contar la carga. Además, el desembarco no podía ser inmediato. Había que enviar primero un grupo especializado que comprobara si las instalaciones de la segunda expedición estaban en condiciones de funcionar.
Pero todo se llevó a cabo felizmente en menos de cuarenta y ocho horas, y el día quince de junio, poco después del amanecer, las dos lanzaderas se posaban junto a una enorme burbuja de plástico transparente, en el centro de Chryse Planitia, después de realizar su último viaje. Y, mientras los astronautas recorrían los últimos metros a través de la llanura marciana, pequeñas plumas de polvo se elevaban a su alrededor, mientras la atmósfera tomaba, por momentos, un aspecto más opaco e impenetrable.
Al día siguiente, la visibilidad era totalmente nula, y lo siguió siendo durante más de un mes.
Pero eso no quiere decir que nos aburriésemos. Había demasiadas cosas que hacer: adaptar las instalaciones, trasladar objetos de un lado para otro, comenzar los trabajos de expansión... No nos quedaba ningún tiempo libre para lamentarnos de no poder explorar este planeta que se ha convertido en nuestro nuevo hogar.
Nuestra casa, o más bien nuestra ciudad, es una enorme burbuja de doscientos metros de diámetro y veinticinco de altura, cuyas paredes de plástico se hunden en tierra hasta seis metros de profundidad. El interior está perfectamente aislado y lleno de aire a presión casi normal: un noventa por ciento de la que tiene la atmósfera terrestre al nivel del mar. Es como si viviéramos en lo alto de una montaña de unos 1000 metros de altitud. Las paredes son transparentes y a través de ellas podemos ver el suelo pardo-amarillento del planeta, de tierra pulverulenta salpicada de rocas de diversos tamaños. En cambio, el suelo de la burbuja es de linóleo.
Esta estructura es absolutamente necesaria para asegurar nuestra supervivencia. La atmósfera de Marte es cien veces menos densa que la terrestre y totalmente irrespirable. La temperatura es muy baja: rara vez sobrepasa los 30 grados bajo cero, y de noche, o en invierno, puede llegar a los 90. En esas condiciones, para salir al exterior de la burbuja es imprescindible llevar un traje espacial.
Los cuatrocientos mil metros cúbicos de aire contenidos en la burbuja se regeneran automáticamente y se mantienen respirables mediante diversos procedimientos. Por un lado, la fotosíntesis que realizan los cultivos hidropónicos consume anhídrido carbónico y desprende oxígeno, además de proporcionarnos alimentos frescos. Pero, como esto es insuficiente, utilizamos también medios químicos para completar la limpieza del aire que respiramos.
Tenemos también mucho cuidado con el agua, pues el subsuelo de Marte sólo proporciona pequeñas cantidades y es necesario ir a buscarla hasta grandes profundidades. Por eso, disponemos de máquinas que la extraen de nuestras sustancias de desecho e incluso recuperan del aire el vapor de agua que desprenden nuestros cuerpos. El agua marciana sólo sirve para reponer las pequeñas pérdidas inevitables.
Naturalmente, mi trabajo como periodista y corresponsal en Marte no me ocupa demasiado tiempo, por lo que se me asignó un puesto en la sección de cultivos hidropónicos, responsable de la alimentación de la colonia. Aquí nadie puede permanecer ocioso: casi todo el mundo desempeña, al menos, dos papeles. Y dado que mi falta de formación técnica me incapacita para otras actividades, me alegré de poder servir de algo en lo que yo llamo, para horror de los expertos, nuestro departamento de Agricultura.
Entonces no podía imaginar que, entre tantos científicos, iba a ser yo quien haría el descubrimiento más importante de todos los tiempos, y que sobre mis hombros iba a recaer una enorme responsabilidad, que amenaza aplastarme bajo su peso.

 

 

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