11. La prueba

Por tercera vez en otros tantos días, Dimitri Tarkov me vio entrar en su despacho, aunque esta vez no venía sola, sino que me acompañaba Steve MacDunn. El rostro del director se oscureció. Evidentemente, estaba pensando rayos y centellas de mí, pero en voz alta se limitó a decir:
-Podéis sentaros. ¿Qué ocurre ahora?
Al hacer la pregunta, Tarkov miraba más bien a Steve que a mí. Sin embargo, fui yo quien contestó, dirigiéndome a él de forma aun más respetuosa de lo acostumbrado.
-Señor director: ayer, más o menos a esta hora, usted me dijo que no podía admitir la existencia de vida inteligente en Marte, pero se mostró dispuesto a reconsiderar su postura si yo podía presentarle una prueba convincente.
Dejé de hablar durante unos momentos, esperando una palabra de aquiescencia, y el jefe de la colonia se creyó obligado a decir:
-Así es.
-Muy bien. Esta mañana, mi compañero y yo nos dirigimos a la hondonada de la que hemos hablado en más de una ocasión, para recoger los esquejes que yo dejé allí olvidados, debido a la confusión momentánea que me produjo la recepción del primer mensaje.
-Confusión que parece ser permanente -murmuró Tarkov, con voz perfectamente audible. Pero yo ignoré la interrupción y continué:
-Una vez en la hondonada, coloqué la mano en el mismo lugar donde la puse cuando recibí el mensaje.
Tarkov me interrumpió por segunda vez:
-¿Por qué?
-Porque quería comprobar si se establecería de nuevo la comunicación, naturalmente. ¿No habría hecho usted lo mismo en mi lugar?
-Quizá -respondió, sin comprometerse.
-La comunicación se restableció inmediatamente.
-¿Qué? -exclamó Tarkov, levantándose de un salto, pero en seguida se dominó, volvió a sentarse y añadió, más tranquilo-: ¿De modo que me traes un nuevo mensaje?
-Efectivamente -respondí, con toda la serenidad que pude conseguir.
-¿De qué se trata esta vez? ¿Una amenaza? ¿Nos destruirán los marcianos si seguimos adelante con los planes de colonización de Marte?
-Nada de eso. Por favor, ¿me dejará contárselo a mi manera?
-Adelante.
-Lo primero que hice fue tratar de explicarles la situación, pero descubrí que la conocían perfectamente.
-Son muy listos ¿no?
-Sí señor, lo son -repuse, ignorando la evidente ironía de sus palabras-. ¡A propósito! ¿Ha comprobado usted si el dato que me dieron ayer era correcto? Dijeron que el proceso de modificación de la atmósfera marciana comenzará dentro de un año y cincuenta días. ¿Qué ocurrirá en esa fecha?
-No tengo la menor idea. Continúa.
-Bien. Como le he dicho, sabían todo lo que ha sucedido y me dieron el segundo mensaje. Éste no es para la Tierra, sino para usted.
-¡Hombre! ¡Cuánto honor!
-El mensaje dice así:
“MAÑANA, CUANDO EL SOL SE ENCUENTRE EN EL PUNTO MAS ALTO DE SU RECORRIDO, EXCAVA CON MUCHO CUIDADO EN ESTE LUGAR. ENCONTRARAS LA PRUEBA QUE BUSCAS”.
-¡Ah! ¡De modo que ahora quieren que me dedique a cavar la tierra!
-No tiene usted que hacerlo personalmente, señor Tarkov. Puedo hacerlo yo, o Steve, o cualquier otra persona.
-¿Y qué se supone que encontraremos? ¿Algún artefacto misterioso fabricado por los marcianos? ¿O quizá una bomba que nos destruya a todos?
-No sé lo que encontraremos, señor Tarkov. Ellos no me lo han dicho. Pero no creo que quieran hacernos daño. Supongo que será alguna prueba de su existencia.
-¡Oye! ¿Por qué hablas siempre de ellos en plural? ¿Cómo sabes que son varios?
-Porque he oído varias voces.
-¿Y puedes distinguirlas?
-¡Perfectamente! No se parecen nada entre sí.
-¿Cuántas voces distintas has oído?
-Tres.
-Pero esas voces no han llegado a ti a través de la radio, sino de algún modo desconocido ¿no es verdad? Porque, en caso contrario, el mensaje de ayer habría quedado grabado en los registros de la base.
-¿Puedo decir algo? -preguntó Steve.
-Naturalmente.
-Puedo asegurar que el mensaje que hoy recibió Irene no le llegó a través de la radio, pues yo estaba a su lado, sintonizando la misma frecuencia, y no capté nada.
-Es una lástima que no se te ocurriera comprobar si tú también podías recibir el mensaje.
-Te equivocas, Dimitri. Se me ocurrió. Cuando Irene lo recibió, se puso rígida y yo me di cuenta de lo que pasaba. Entonces coloqué la mano junto a la suya, pero no noté nada especial.
Tarkov me dirigió una mirada de triunfo.
-Eso es muy significativo ¿no crees?
-Ya veo a dónde quieres ir a parar -repuso Steve-, pero no estoy de acuerdo. Es evidente que los marcianos, si existen, se relacionan con Irene actuando directamente sobre su cerebro. Si es así, también serán capaces de excluirme a mí de sus comunicaciones.
-Veo que te pones de su parte -rezongó Tarkov.
-En realidad, aún no he tomado partido -repuso Steve-. Pero creo que merece la pena investigar el asunto. Si fuera verdad, sería el descubrimiento más sensacional de todos los tiempos. Mucho más que la existencia de vida en Marte.
Tarkov se volvió de pronto hacia mí.
-¿Quieres salir un momento, por favor, Irene? Quisiera hablar a solas con Steve.
Me levanté vacilante, miré a Steve con gesto de súplica y salí del despacho sin decir una palabra, pero me quedé esperando fuera. Lo que estaban discutiendo era demasiado importante, y no sólo para mí. Los dos hombres estuvieron hablando cerca de una hora. Después, Steve salió solo y me contó lo que había sucedido.
En cuanto se cerró la puerta tras de mí, Tarkov le miró y dijo:
-¿Y bien?
-¿Y bien, qué?
-¿Qué opinas tú en realidad?
-No sé qué opinar. No tengo datos suficientes.
-¿Pero piensas que es posible que existan esos marcianos de que habla?
-Hay más cosas en el cielo y en la Tierra, Dimitri, de las que conoce nuestra filosofía.
-¡No me vengas ahora con citas de Shakespeare!
-Es que esa cita expresa exactamente lo que quiero decir.
Tarkov murmuró algo, que Steve no pudo entender. Luego añadió, con voz más alta y clara.
-¿Qué harías tú en mi lugar?
-Investigar el asunto en secreto para ver si hay algo de verdad.
-Pero ¡caramba! ¿Qué se puede investigar aquí? No tenemos más que unas voces que, según tú mismo has admitido, Irene oye en el interior de su cerebro.
-Sí, pero esas voces dicen cosas. Algunas se pueden comprobar. Por ejemplo: ¿qué pasará dentro de un año y cincuenta días?
-No creas que lo he olvidado. No soy tan despreocupado como cree Irene. Ayer estuve calculando. Dentro de un año y cincuenta días no pasará nada especial, que yo sepa.
-¿Has contado en años y días marcianos o terrestres?
-Terrestres. ¡Es cierto! Espera un momento. Voy a calcularlo otra vez.
Tarkov buscó en un cajón, sacó un pedazo de papel y se puso a escribir furiosamente. Steve miró en silencio desde el otro lado de la mesa, mientras pensaba: “¡Qué chauvinistas somos los seres humanos! Naturalmente, los marcianos calculan el tiempo de acuerdo con los movimientos de Marte. Pero a Dimitri no se le había ocurrido”.
Al cabo de un rato, Tarkov subrayó una cifra, consultó unos papeles y lanzó una exclamación.
-¿Significa algo para ti esa fecha? -preguntó Steve, interesado.
El ruso se apresuró a guardar todos los papeles, incluido el que había utilizado para hacer los cálculos, y miró con sospecha a Steve.
-¿Cómo ha podido Irene averiguar esto? Era información confidencial. En la base, sólo la conocía yo.
-No sé de qué estás hablando.
Tarkov se le quedó mirando fijamente a los ojos y luego dijo:
-En realidad, no tiene importancia. Puede ser una casualidad.
-Una más -repuso Steve. Tarkov no dijo nada.
-Antes me has preguntado qué haría yo en tu lugar -continuó el astronauta-. Es muy fácil. El mensaje de hoy dice que si excavamos mañana a mediodía en la hondonada, encontraremos una prueba. Busquémosla.
-No quiero que este asunto se extienda más por la base. Ya lo conoce demasiada gente.
-No tenemos por qué decírselo a nadie. Mañana podemos ir los tres a la hondonada. Los demás creerán que seguimos con el experimento agrícola.
-Está bien -dijo Tarkov, después de meditar unos instantes-. Haremos lo que dices. Pero si no encontramos nada, no quiero volver a oír hablar de esas voces.
*  *  *
Eran las once y treinta minutos del día siguiente, hora de la colonia Ares-III, cuando Dimitri Tarkov, Steve MacDunn y yo salíamos de la base, provistos de dos palas, con las que íbamos a excavar el suelo de Marte. Mientras caminábamos hacia la hondonada, sonreí al pensar que mi experimento había dado un resultado totalmente inesperado, pero extraordinariamente regular. En efecto: el primer día salí yo sola, el segundo me acompañó Steve y hoy se sumaba Tarkov a la pequeña expedición. “Si la cosa continúa así” pensé, “mañana seremos cuatro y dentro de dos meses vendrá conmigo todo el personal de la colonia”. Pero me guardé mucho de decirlo en voz alta, porque aunque Steve habría reído la broma, estaba segura de que Tarkov se enfadaría.
Eran casi las doce cuando pusimos pie en la hondonada. Excepto por las huellas que habíamos dejado Steve y yo, todo estaba exactamente igual que el primer día. Tampoco estaban ya allí los esquejes que yo olvidé plantar, pues Steve los había devuelto a la base al día siguiente. En cuanto llegamos al punto exacto, Tarkov miró el reloj y dijo:
-Las doce menos dos minutos. Hemos llegado casi en el momento oportuno. ¿Podemos comenzar ya?
Pero Steve no parecía tener demasiada prisa y estaba consultando un sextante que había traído.
-¿A qué estamos esperando? -insistió Tarkov.
-A que el sol llegue al punto más alto de su recorrido. Todavía falta un poco. Recuerda que el día marciano dura veinticuatro horas y treinta y siete minutos. Las doce del mediodía no es el punto medio.
-Supongo que un minuto más o menos no importará.
-Por si acaso, es mejor atenerse al mensaje al pie de la letra. Así, si no hay nada, no nos quedará la duda de haberlo hecho mal. Por eso he traído el sextante.
-Como quieras -repuso Tarkov-. De todas formas, no creo que haya nada que encontrar.
Me limité a mirarle con reproche, sin hablar.
Los minutos pasaron lentamente. Tarkov estudió con atención el terreno y se convenció de que nadie lo había manipulado en mucho tiempo. Tenía, pues, que desechar sus sospechas de que yo hubiera enterrado allí algún artefacto, para engañarle. De vez en cuando me miraba de reojo, como si me estudiara, y yo procuré disimular que me daba cuenta. En ese momento, estaba inclinada a justificar su conducta hasta cierto punto. Como jefe de la colonia, estaba obligado a tener en cuenta todas las posibilidades, por muy improbables que le pareciesen. Precisamente por ese motivo estaba aquí. Hoy no tenía derecho a acusarle de no prestar la debida atención a mis supuestos mensajes, a los que, evidentemente, seguía sin conceder el menor crédito, atribuyéndolos a mi fantasía. Mirando a mi alrededor, tuve que reconocer que el aspecto de la superficie marciana, yerma y desierta, no actuaba en mi favor y tendía a confirmar su incredulidad respecto a la existencia de vida inteligente en el planeta.
A las doce y quince, Steve levantó el sextante y midió la altura del sol durante un buen rato. Por fin, entregó a Dimitri el instrumento, tomó una de las dos palas y dijo:
-Es el momento. ¡Adelante!
Yo estaba ya preparada con la otra y los dos comenzamos a excavar, bajo la mirada vigilante de Tarkov. La tierra roja se levantaba con facilidad y la excavación avanzaba bastante deprisa. A los diez minutos, habíamos hecho un hoyo considerable. Y entonces, de pronto, mi pala chocó contra un objeto duro. Steve se detuvo inmediatamente y el ruso se inclinó para ver el obstáculo, mientras yo lo limpiaba cuidadosamente con la pala. Era una piedra plana.
-¡Bah! Es una falsa alarma -exclamó Tarkov-. ¿No sería mejor dejarlo? Creo que ya es suficiente.
-Un momento -dijo Steve-. Voy a retirarla. Puede que lo que buscamos esté debajo.
La piedra pesaba bastante, pues era gruesa, de forma aproximadamente cuadrangular, y medía unos cuarenta centímetros de lado. Sin embargo, la gravedad de Marte le ayudó a levantarla. Por un momento, su cuerpo y el obstáculo nos impidieron ver lo que había debajo. Pero cuando Steve dejó la piedra cuidadosamente a un lado, los rayos del sol penetraron hasta el fondo de la excavación, iluminando lo que contenía.
-¡Dios mío! -exclamé, sin poder contenerme-. ¿Qué es eso?

 




12. Un hallazgo sensacional

El objeto que apareció ante nuestros ojos al retirar la piedra, tenía forma aproximadamente cilíndrica, medía unos treinta y cinco centímetros de largo por veinte de diámetro, estaba cubierto de pelo áspero y se movía ligeramente por uno de sus extremos. No cabía la menor duda: se trataba de un ser vivo, pero mucho más avanzado que las escamas blancas que yo había encontrado en Olympus Mons. Si aquéllas podían compararse con los líquenes terrestres, esto tenía, por lo menos, las características de un animal.
-Parece un gusano peludo -exclamó Tarkov.
-O una especie de topo -propuso Steve.
Pero el ruso no estaba de acuerdo.
-¿Un topo? Eso sería demasiado avanzado. Fíjate: ni siquiera tiene cabeza, ni órganos de los sentidos, nada. No es más que una lombriz de tierra muy grande y cubierta totalmente de pelo, que indudablemente le sirve para aislarse del frío. Me pregunto de qué se alimentará.
Sin decir nada, me incliné, alargué la mano y toqué suavemente al extraño ser. Un instante después, mis compañeros se sobresaltaron al oírme lanzar un grito, que no pude contener.
-¿Qué ocurre? -dijeron al unísono.
-Es un marciano -susurré, sin dejar de tocarlo.
-¿Qué dices? -exclamó Tarkov.
-Me está hablando. Espera un momento, por favor...
Sin darme cuenta, había vuelto a tutearle. Muy a su pesar, el ruso y Steve aguardaron. Al cabo de un rato, separé la mano lentamente y me volví hacia ellos, aunque mi mirada parecía atravesarlos y perderse en el infinito.
-Bueno, ¿qué ha pasado? -preguntó al fin Tarkov, que no pudo resistir más la incertidumbre.
-Es un marciano -repetí.
-¿Cómo lo sabes?
-Reconozco la voz. Es uno de los tres que me hablaron.
-¿Y qué te ha dicho ahora? -preguntó Steve.
-Me ha dicho:
“CORRO UN GRAVE RIESGO AL HACER ESTO, PERO ERA LA UNICA MANERA DE CONVENCER A LOS INCREDULOS. ESTOY EN VUESTRAS MANOS. NO ABUSEIS DE VUESTRO PODER SOBRE MI”.
 
-Y tú ¿le has respondido algo?
-Sí. Le he dicho que me dejaré matar antes de permitir que le hagan daño -respondí, mirando a Tarkov con desafío. Pero el director no dijo nada. Después de un momento de silencio, le pregunté-: ¿Estás convencido ahora?
Tarkov alzó la mirada.
-No sé qué decirte. Es evidente que hemos hecho un descubrimiento asombroso: ¡vida animal en Marte! Pero ¿un ser inteligente? Lo siento. Todas las apariencias están en contra.
-¡Pero si acabo de repetirte lo que me ha dicho!
-¿Y dónde está la prueba de que esas palabras hayan surgido de... eso, y no de tu propia cabeza? Perdona, pero estamos exactamente igual que estábamos.
Por un momento, me costó trabajo soportar la decepción y contemplé a Tarkov como si no pudiera creer lo que oía. Luego, mi mirada se desvió ansiosa hacia Steve, quien se limitó a abrir los brazos en mudo gesto de inutilidad.
-Sin embargo, estoy dispuesto a hacer una prueba más -dijo de pronto Tarkov-. Voy a tocarlo. Si recibo algún mensaje, tal vez me convenza.
Antes de que yo pudiera responder, Tarkov se inclinó y posó la mano sobre el misterioso ser, pero no tardó ni un segundo en enderezarse de nuevo, con un grito de dolor.
-¡Me he quemado! -exclamó.
-¡Eso es imposible! -dijo Steve-. El guante aísla perfectamente.
-¡Te digo que eso me ha quemado la mano! Tengo la sensación de haber tocado un montón de brasas. Debe de estar achicharrada. Si pudiera quitarme el guante te la enseñaría, pero ya la verás en la base.
Steve movió la cabeza, incrédulo.
-Parece que este ser no está tan indefenso como decía Irene -dijo-. Sea como sea, aquí tenemos una nueva prueba en favor de su inteligencia.
-¿Por qué? -preguntó Tarkov, algo picado.
-Porque es capaz de elegir a sus amigos. Si es verdad que la sensación que has tenido la ha provocado él, ¿cómo explicas que Irene haya podido tocarlo con perfecta impunidad?
-No lo sé. No estoy en condiciones de buscar una explicación. Pero lo que has dicho no es ninguna tontería. Sería interesante saber qué pasaría si lo tocaras tú.
-¡No, gracias! -exclamó Steve, rápidamente-. No pienso hacer la prueba.
-¿Ni siquiera como experimento científico?
-No. Yo no soy uno de esos investigadores que prueban en sí mismos la vacuna que acaban de descubrir.
Mientras Steve y Tarkov discutían, yo había vuelto a posar la mano sobre el marciano. De pronto me enderecé e interrumpí la conversación de los dos hombres.
-Tenemos que tomar rápidamente una decisión.
-¿Qué ocurre ahora? -preguntó Tarkov, exasperado.
-El marciano corre peligro. No puede resistir mucho tiempo la luz solar.
-¿Cómo lo sabes?
-Acaba de decírmelo.
-Entonces, tendremos que transportarlo a la base. Pero no sé cómo vamos a hacerlo.
-Yo lo llevaré -dije, con absoluta seguridad.
-¿Crees que te lo permitirá?
-Claro que sí.
-¿Cómo lo sabes? -y, anticipándose a mi respuesta, añadió-: ¡ya sé, ya sé! Él te lo ha dicho. Pues si realmente corre prisa, vámonos cuanto antes.
Tomé en mis brazos al marciano y, protegiéndole como pude de los rayos del sol, emprendí velozmente el camino de regreso. Mis compañeros me siguieron algo más despacio, discutiendo aún sobre la posible inteligencia del que, para Tarkov, seguía siendo un gusano peludo. A través de la radio, podía oírlos perfectamente, pero estaba tan atenta a la carga que llevaba, que casi no me enteré de nada de lo que hablaron.
Una vez de regreso en la base, Tarkov dio rápidamente algunas órdenes. Como es natural, no nos atrevimos a introducir al marciano en la burbuja, pues el oxígeno le habría envenenado. Era, pues, necesario construir un recipiente adecuado, una especie de jaula, para mantenerle en el exterior, en contacto con la atmósfera, pero abrigado de la acción directa del Sol. Mientras yo me retiraba con él a un lugar sombreado, todo el personal de la colonia se puso en movimiento, abandonando sus ocupaciones, para resolver la emergencia. La noticia del hallazgo de vida animal en Marte, la posibilidad de que incluso fuera inteligente, se extendió como fuego de pólvora. Todos se lanzaron a la tarea con decuplicado ímpetu, dirigiendo miradas furtivas hacia el lugar donde yo me encontraba, ocupada únicamente en mi hallazgo y totalmente ajena a la sensación que había provocado.
Uno de los primeros en encontrar un momento libre para acercarse a mí fue Pietro Fiorentino, el bioquímico, quien por su profesión estaba muy interesado en el descubrimiento. Pero mientras se aproximaba con intención de examinar al marciano, Tarkov se dio cuenta y se apresuró a advertirle:
-¡No se te ocurra tocarlo, Pietro! Esa bestia me ha abrasado la mano.
-Pues a Irene no le ocurre nada.
-No, no se puede negar que esa chica tiene ciertos privilegios. Por alguna razón, le ha caído bien al bicho. Según ella, no sólo puede tocarlo, sino también hablar con él.
-¿Y se entienden?
-Perfectamente, pero sin pronunciar una sola palabra en voz alta.
-Telepatía ¿eh? Eso es muy interesante.
-Todavía no sabemos de qué se trata. Ni siquiera hemos comprobado que tales comunicaciones existan.
Pietro me miró con un gesto de comprensión.
-El jefe no quiere creerte ¿verdad?
-No.
-Es un incrédulo -dijo Pietro, con una sonrisa-. ¡Bien! Si no puedo tocarlo, al menos me dejarás verlo ¿no?
Incliné ligeramente al marciano para ponerlo al alcance de su vista, pero no demasiado cerca.
-¡Asombroso! -exclamó el bioquímico-. Es indudablemente una forma de vida bastante avanzada. ¡Qué lástima que no podamos diseccionarlo! ¡Cuánto podríamos aprender!
Por un momento, le miré sin comprender. Luego estallé, horrorizada:
-¿Diseccionarlo? ¿Estás loco? Eso lo mataría.
-Por eso no podemos. No vamos a destruir el único ejemplar que tenemos. ¡Si encontráramos más! ¿Es verdad que vive bajo tierra? Voy a proponerle a Tarkov que organice algunas excavaciones en lugares prometedores. Tú y yo tenemos que hablar seriamente de esto. Me contarás todo lo que sepas de estos bichos.
-¡Jamás! -exclamé-. Pero ¿es que no te das cuenta? ¡Son seres humanos como nosotros!
-¿Humanos? -preguntó Pietro, con ironía, señalando al extraño ser-. ¡No digas tonterías, Irene! ¡Míralo!
-Ya veo que tú tampoco me crees.
-¡Un momento! No he dicho tal cosa. Admito que es perfectamente posible que sean seres inteligentes, capaces de comunicarse contigo por telepatía. ¡Pero de eso, a decir que son seres humanos, hay un abismo!
-Pues yo no veo la diferencia.
-Será que no tienes ojos en la cara. ¿Acaso podrías enamorarte de eso?
-¿Y eso que tiene que ver? Tampoco podría enamorarme de ti, lo que no significa que tú no seas humano.
Una alegre carcajada resonó en los oídos de los dos. Era Steve, que estaba trabajando en la construcción de la jaula, y que había oído toda la conversación a través de la radio.
-Te ha dado una buena lección ¿eh, Pietro? -exclamó.
Pero el bioquímico volvió a la carga, doblemente molesto al comprender que había quedado en ridículo en público.
-Vamos a ver, Irene, seamos razonables. Tú no puedes llamar humano a un ser con este aspecto. Aunque sea inteligente, su mentalidad tiene que ser muy distinta de la nuestra.
Pero no me dejé convencer.
-¿Qué tiene que ver su aspecto? ¿Qué tiene que ver su mentalidad? ¿Condenarías a un hombre porque fuera jorobado, porque pensara de distinta manera que tú?
-Perdona, yo no estoy condenando a nadie.
-Has hablado de diseccionarlo. Lo único que te lo impide es que “sólo tenemos uno”: cito tus palabras. Pero estarías dispuesto a hacerlo si “tuviésemos más”. ¿Es ése el concepto que tienes del derecho a la vida? ¿De la fraternidad entre los hombres?
-¡Y dale! ¡Qué pesada te pones! ¿Cómo lograré hacerte comprender que eso no es un hombre?
-Acabaré dándote la razón. Llamarle hombre es insultarle. Desde que me he puesto en comunicación con ellos, estos seres han tenido hacia mí una conducta intachable. Ellos me salvaron cuando estaba perdida en Valles Marineris, salvaron también a Steve. En cambio, nosotros ¿qué hemos hecho? Amenazar su existencia. Al principio, sin saberlo, pero ahora conscientemente. ¿Qué crees tú que es un hombre? Terencio dijo que es aquél para quien nada humano resulta ajeno. Estos seres han demostrado que se sienten responsables de ayudarnos cuando estamos en peligro. ¿Qué más se les puede pedir? Me decepcionas, Pietro. Empiezo a creer que ellos son más humanos que tú.
-¡Oye, Irene! ¿No crees que exageras?
En ese momento, Steve se aproximó.
-Ya puedes poner al marciano en su nueva morada, Irene. Todo está dispuesto para recibirle.
Ahora que había llegado el momento de separarme de él, me sentí abrumada por la responsabilidad que me había caído encima y miré con sospecha a todos los hombres y mujeres que me rodeaban, como si fueran bestias feroces a punto de saltar sobre el marciano en cuanto yo les volviera la espalda.
-¿Puedo fiarme de vosotros?
-Te aseguro que protegeremos a tu amigo como si fuera nuestro propio hijo -repuso Steve, apoyando la mano sobre el pecho, en un gesto de decidido compromiso.
-Sí, pero ya has oído las intenciones de Pietro.
-Pietro es el primero en reconocer que éste es inviolable. Él sólo ha hablado de buscar otros. ¿No es verdad?
-Claro -respondió el italiano.
-No temas que logrará encontrarlos con facilidad. Sería como buscar una aguja en un pajar.
-Está bien -dije, levantándome-. Lo colocaré en el sitio que le habéis preparado, pero os advierto que os considero a todos responsables de su vida.
Poco después, todos los terrestres entrábamos en el interior de la burbuja y el marciano quedaba solo en la, para él, acogedora atmósfera de su planeta, pero encerrado en una jaula y a merced de unos seres que yo estaba empezando a considerar sus enemigos.

 

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