13. Conversación al aire libre

Ese mismo día, pocas horas más tarde, una extraña escena tenía lugar sobre la superficie del planeta Marte. Por un lado, dos hombres y una mujer, yo misma, vestidos con traje espacial. Por otro, un extraterrestre, un ser de otro mundo, el único que, en realidad, se encontraba en su casa, un marciano: una especie de enorme salchicha cubierta de pelo áspero, que apenas se movía y que permanecía hundida casi totalmente en la tierra roja de su planeta, que llenaba hasta la mitad un recipiente de plástico, a modo de jaula, donde estaba confinado. Y encima de todo, cubriéndonos como un dosel, el extraño cielo anaranjado de Marte.
La jaula estaba situada en un lugar protegido del sol, junto a la pared de la gigantesca burbuja en cuyo interior vivían cincuenta seres humanos en unas condiciones ambientales muy semejantes a las de la atmósfera terrestre, mantenidas artificialmente por medio de complicados mecanismos y aislamientos a prueba de fugas. La parte superior de la jaula estaba perforada por un agujero que permitía el paso del aire, para que el marciano pudiera respirar, pero no lo bastante grande para que se escapara. Por ese mismo agujero introduje ahora la mano para tocarle y establecer con él una comunicación que, al parecer, sólo podía conseguirse si existía entre nosotros un contacto directo o indirecto, a través de alguna materia sólida.
A mi lado estaba Dimitri Tarkov, jefe de la colonia, que deseaba comprobar, de una vez por todas, si era verdad, como sostenía yo, que el marciano era un ser inteligente, a pesar de su aspecto, tan poco parecido al humano. También estaba allí Steve MacDunn, cuya presencia había solicitado yo expresamente, y que no habría perdido esa oportunidad por nada del mundo. Tarkov iba a llevar la voz cantante de una conversación que, en realidad, era un interrogatorio del marciano. Yo tan sólo desempeñaría el papel de intermediaria o intérprete entre los dos.
-Pregúntale -comenzó el jefe de la colonia- cómo se las arregló para hacerme creer que me había abrasado la mano, cuando en realidad estaba intacta, como comprobé en cuanto regresamos a la base y pude quitarme el traje.
Repetí mentalmente sus palabras para comunicárselas al marciano. Luego miré a Tarkov y le transmití su respuesta. Durante toda la conversación, estas pausas se repitieron sistemáticamente. Aquí, sin embargo, prescindiré de ellas.
-Dice que, del mismo modo que es capaz de poner pensamientos en mi cerebro, también puede poner sensaciones en el tuyo.
-En ese caso ¿por qué no quiere hablar conmigo? ¿Por qué no me deja que le toque, como tú?
-Porque me ha elegido a mí como única intermediaria. Dice que hay cierta afinidad entre nuestras mentes, mientras que las de otros terrestres le resultan más extrañas.
-Entonces, si Steve lo tocara ¿lo trataría de igual modo que a mí?
-Exactamente igual. Sólo a mí se me permite tocarle.
-¿Quieres hacer la prueba? -preguntó Tarkov a su compañero.
-No, gracias. Ya te lo dije antes.
-¿A pesar de que sabes que no me pasó nada, en realidad?
-A pesar de eso. A juzgar por tu reacción, fue una experiencia muy desagradable. No tengo ningún interés en pasar por ella.
-Es que así podríamos comprobar si lo que dice Irene es cierto. Cada una de esas coincidencias sería un argumento en favor de la teoría de que “eso” es un ser inteligente.
-Búscate otros medios -repuso Steve con voz cortante.
-Cálmate. No pienso obligarte. Vamos a ver, Irene. Pregúntale qué pasará dentro de un año y cuarenta y ocho días.
-Dice que tú lo sabes muy bien.
-Naturalmente. Sólo quiero comprobar si él lo sabe.
Esta vez la pausa fue más larga, porque me costó bastante trabajo comprender la respuesta del marciano.
-No sé si lo he entendido bien, pero creo que ha dicho algo así: “En esa fecha aparecerá un nuevo astro en el firmamento, que será tan brillante como cien soles, pero que sólo iluminará un punto del suelo. Todo aquel que se coloque en ese punto, perecerá abrasado”.
Tarkov se volvió a Steve.
-No está mal la descripción. Tengo que reconocer que es verdad. Ésa es la fecha prevista para la puesta en funcionamiento del primer espejo parabólico que se situará en órbita estacionaria alrededor de Marte y que enfocará la luz solar sobre un punto del planeta, donde colocaremos una estación receptora de energía. Pero todo esto es todavía confidencial. Os ruego que guardéis el secreto y no lo comentéis con nadie hasta que yo os dé permiso.
Steve y yo le aseguramos nuestro silencio.
-¡Está bien! Cada vez estoy más convencido de que todo esto no sale de tu cerebro, Irene. Lo que no sé es cómo han podido enterarse los marcianos. Pregúntaselo, por favor.
-Dice que han captado los mensajes que enviamos y recibimos de la Tierra.
-¡Pero si están en clave!
-No comprende lo que quiere decir eso.
-¡Espera un momento, Dimitri! -intervino Steve-. Me parece que lo entiendo. A los marcianos les da igual que los mensajes estén en clave o en una lengua de la Tierra, porque, en principio, no entienden ni una cosa ni la otra. Al fin y al cabo, cifrar un mensaje es lo mismo que traducirlo a una lengua artificial. Si son capaces de extraer la información que contiene cuando el mensaje está, por ejemplo, en inglés, también lo comprenderán aunque esté codificado con cualquier otro sistema de claves.
-¡Por Júpiter, tienes razón! Entonces, todas nuestras protecciones son inútiles contra ellos.
-¡Un momento! Me está diciendo algo -le interrumpí-. Dice que también pueden oír nuestras voces y entender todo lo que hablamos.
-Entonces ¿para qué tienes que tocarlo? ¡Ah, ya! No se lo preguntes. Sin duda es necesario, para que  puedas recibir sus mensajes.
-Dice que así es, precisamente.
-Muy bien, Irene. Me doy por vencido. Te creo. Tú tenías razón. Son seres inteligentes. Una vez más, has hecho un descubrimiento sensacional.
-Gracias, pero yo no he hecho nada. Han sido ellos.
-Bien. Pregúntale si quiere contestar algunas preguntas sobre ellos mismos, sobre su modo de vida.
-Está dispuesto.
-En ese caso, pregúntale de qué se alimenta.
-Dice que es demasiado complicado para que yo lo entienda.
-Quizá no lo sea para mí. Dile que yo soy científico.
-Sí, pero primero tendría que hacérmelo comprender a mí, para que yo pudiera explicártelo a ti.
-Pero, si no sabemos qué es lo que come, no podremos alimentarle. ¿No se morirá de hambre?
-Dice que no necesitará nada en mucho tiempo.
-Muy bien. Lo dejaremos por el momento. Pregúntale si entre los de su especie existe el sexo. Es decir, si hay marcianos de dos clases, diferentes entre sí, como entre nosotros, los terrestres.
-Según dice, son todos iguales: no hay más que una clase de marcianos.
-Tal vez no te ha entendido bien. Pregúntale cómo se reproducen.
-No se reproducen.
-¿Cómo?
-Yo también me he quedado muy sorprendida, Dimitri, pero no hay ninguna duda: me ha dicho que no se reproducen.
-Pero entonces ¿cómo nacen individuos nuevos para reemplazar a los que se mueren?
-Dice que no se mueren.
-¡Vamos a ver! Aquí ocurre algo raro. Me parece que no nos entendemos. ¿Quieres decir que son inmortales? ¡Pero eso no puede ser! Hace un rato nos dijo que la luz del sol le mataría. Y el primer mensaje... decía que morirían todos, si seguíamos adelante con los planes para cambiar la atmósfera.
Esta vez tardé largo rato en responder. Con los ojos cerrados, traté de visualizar en mi cerebro los argumentos de Tarkov, para explicárselos al marciano, y cuando éste me contestó, presté una enorme atención a su respuesta. Luego abrí los ojos y miré al ruso con cara de sorpresa.
-Dice que no se mueren de viejos. Que sólo pueden morir como consecuencia de un accidente. El sol, el oxígeno, los cambios bruscos del ambiente... todo eso son accidentes. Normalmente viven bajo tierra, protegidos y en paz durante millones de años. Sólo de vez en cuando una catástrofe se lleva a alguno.
-Pero entonces ¡cada vez quedarán menos!
-Así es, exactamente.
-¿Cuántos quedan ahora mismo?
-Dice que unos cien mil.
-¡Es asombroso! ¿Y cuántos eran al principio?
-Alrededor de doscientos mil.
-Pero entonces, esos cien mil marcianos deben de ser viejísimos... Pregúntale qué edad tiene.
-Dice que desde que él nació, su planeta ha dado quinientos millones de vueltas al Sol.
Tarkov hizo un rápido cálculo mental.
-Lo cuál quiere decir que nuestro amigo tiene casi mil millones de nuestros años. ¡Un venerable anciano, en verdad! Pregúntale si nacieron todos a la vez.
-Dice que sí.
-¿Cómo nacieron? ¿De dónde salieron?
De nuevo se hizo un largo silencio. Por fin arrugué el entrecejo, pero no hablé. No sabía qué decir, exactamente.
-¿Qué te ha dicho? -preguntó Tarkov, impaciente.
-No lo he entendido muy bien. Algo así como que Ambar los hizo.
-¿Ambar? ¿Quién es Ambar?
-Dice que si no lo sabemos, él no puede explicarlo.
-¡Bueno! Me parece que estamos perdiendo el tiempo. Además, no creo que sea verdad lo que está diciendo. ¡Es absurdo! ¡Seres que viven mil millones de años! ¿Quién puede creer semejante estupidez?
-Yo -susurré-. Estoy segura de que no nos engaña.
-La verdad es que no veo qué podrían ganar ellos diciéndonos eso, si fuera mentira -dijo Steve.
-¡Allá vosotros, crédulos! Yo, por mi parte, no me lo trago. ¡Vamos adentro!
-¿Te importa que me quede aquí un momento? -dije-. Quiero preguntarle una cosa.
-¿Qué le vas a preguntar?
-Si no te importa, preferiría no decírtelo. Es una cuestión personal.
-Como quieras -rezongó Tarkov, mientras comenzaba a caminar hacia la entrada de la burbuja-. Pero no tardes mucho.
Steve vaciló, a punto de seguirle.
-¿Me necesitas, Irene?
-No, puedes irte.
Poco después, me encontraba a solas con el marciano. Despacio, muy despacio, como si me costara trabajo decidirme, alargué de nuevo la mano hacia el orificio de la jaula y la introduje poco a poco, hasta posarla suavemente sobre la piel peluda. Inmediatamente se restableció la comunicación y sentí en mi interior una muda pregunta: “¿Qué quieres?”
Sí. Esa era la cuestión. ¿Qué quería? Lo quería todo, en realidad. Estaba exigiendo lo que, probablemente, nadie podía darme: seguridad. ¿Me atrevería a pedírsela? ¿A preguntarle las mil cosas que se agolpaban en mi cerebro? “¿Qué va a pasar? ¿Qué será de nosotros? ¿Qué nos espera? ¿Te importa a ti lo que me ocurra a mí? ¿Me importa a mí lo que te ocurra a ti? ¿Le importa a alguien? ¿Qué sabes tú del universo, la vida, la muerte, la inmortalidad, Dios? ¿Qué sabes tú? ¿Me atreveré a hacerte todas esas preguntas? ¿Acaso no te las he hecho ya?”
La cúpula anaranjada que nos cubría se había vuelto de pronto negra, como el cielo de Olympus Mons, como la más lóbrega de las noches de la Tierra. Me encontraba casi en tinieblas, pero no del todo: un camino débilmente iluminado, un estrecho pasillo, se abría ante mí. La oscuridad que me rodeaba por todas partes parecía empujarme hacia él. Avancé a tientas, pero no pude encontrar las paredes. Tampoco podía verlas, pues su negrura no se diferenciaba en nada de la negrura del cielo. Mientras caminaba, pensé que esas paredes podían muy bien no existir, que el suelo mismo no era más que aquella delgada lámina que revelaban los débiles rayos de luz, cuyo origen no conocía y cuyo destino era incierto. Tal vez avanzaba, casi a ciegas, por un puente tendido sobre un abismo insondable en el que me haría caer la más ligera vacilación.
El puente, o el pasillo, o el camino, parecía infinito, pero de pronto me di cuenta de que todo había cambiado. Ahora estaba en un lugar completamente distinto: en el borde de un inmenso pozo vertical, negro como la tinta, que se hundía en las profundidades a mis pies. Sólo el borde del pozo estaba iluminado, pero allí no había nadie más que yo. No, eso no era verdad. Oía una voz. Una voz muy distinta a todas las que había conocido. Una voz que me gritaba: “¡SALTA!” ¿Saltar? ¿A dónde? ¿Al fondo del pozo? Pero eso sería la muerte. Y, sin embargo, un impulso irresistible que salía de mí misma me empujaba a obedecer la orden.
Muy despacio, con muchas precauciones, me incliné hacia el suelo, me apoyé en el borde del abismo y comencé a descender, hasta quedar suspendida sólo por las manos. “¡SALTA!” seguía gritando o susurrando la voz. “No tengas miedo. No te ocurrirá nada. Yo te estoy esperando y te recogeré, para que no sufras el menor daño”.
Por un momento creí que al fin lo había logrado. Vi caer mi propio cuerpo hacia el abismo. Lo vi bajar a través de las tinieblas, como si un foco oculto lo iluminara, siguiendo su descenso. Pero luego miré hacia arriba y me vi a mí misma, todavía suspendida del borde. Lo que había caído no era yo. Era un fantasma, un maniquí, un sosias, un producto de mi imaginación. Mis manos seguían agarrotadas en el borde, resistiéndose a una voluntad que al mismo tiempo quería y no quería soltarse. Me sentí al borde de la desesperación. Y en ese momento, del fondo del pozo surgió una voz diferente. Una voz conocida. Una voz que decía: “YO ESTOY LIBRE DE TODA CULPA”.
Abrí los ojos. El cielo anaranjado me deslumbró al principio, pero no tardé en acostumbrarme a él. Lentamente, muy lentamente, alcé la mano, la extraje de la jaula y me alejé hacia la escotilla. El marciano no había podido decirme todo lo que yo quería saber, pero indudablemente me había dicho todo lo que él sabía.

 




14. La decisión

El día en que descubrimos al marciano, estuve tan ocupada con él que ni siquiera se me ocurrió divulgar la sensacional noticia en la Tierra. Fue un error gravísimo, lo reconozco. Porque, si yo me hubiese adelantado, quizá se habría evitado todo lo que ocurrió después. Pero ahora es inútil lamentarse.
Al día siguiente, muy de mañana, salí al exterior para comprobar que mi protegido se encontraba bien. Después me dirigí a la sección de comunicaciones, dispuesta a enviar un mensaje a los medios de información, pero me encontré con la desagradable sorpresa de que Dimitri Tarkov acababa de imponer al personal de la colonia una prohibición absoluta de todo tipo de transmisiones, hasta nueva orden. No me costó trabajo comprender por qué. Por un momento, tuve el impulso de ir a ver a Tarkov y protestar por la medida, pero me contuve: era evidente que no serviría de nada.
A cosa de media tarde, comenzó a extenderse por la base el rumor de que algo se estaba cociendo respecto al marciano. No sé cómo llegó a saberse. Tarkov es tan cuidadoso con sus secretos, que generalmente se excede y no cuenta ni siquiera las cosas que todo el mundo debería conocer. Sea como sea, algo debió de escapársele, y la noticia corrió a la velocidad acostumbrada en un lugar donde normalmente ocurren tan pocas novedades. Aunque eso era antes, porque en aquellos días no podíamos quejarnos.
Fue Marcel Dufresne quien vino a contármelo, sin duda porque sabía que la noticia iba a ser un rudo golpe para mí y quería ser el primero en dármela para gozar con mi reacción. Al parecer, Tarkov se había convencido por fin de que el marciano era un ser inteligente. Inmediatamente envió un informe a las autoridades astronáuticas, detallando lo que había ocurrido. Pero sus superiores no aceptaron sus conclusiones y decidieron trasladar al marciano a la Tierra para estudiarlo allí detenidamente y a gusto. Tarkov opuso algunas objeciones, pues a él también le interesaba conservar el monopolio del descubrimiento, pero se las rechazaron.
El problema fundamental, la construcción de un ambiente adecuado para llevar al marciano, se resolvió rápidamente. Se le transportaría dentro de un recinto perfectamente aislado, alfombrado con tierra de Marte y lleno con una copia exacta de su atmósfera, que se mantendrá permanentemente en las condiciones óptimas para él con ayuda de aparatos, reacciones químicas y métodos parecidos a los que utilizamos para crear un ambiente terrestre dentro de la burbuja.
De acuerdo con el rumor, al que no dudé en dar crédito, Tarkov tuvo finalmente que rendirse a la evidencia y aceptar el traslado, que iba a realizarse lo antes posible. Ahora mismo se estaban firmando las órdenes oportunas.
Esta vez no me molesté en seguirle la corriente a Marcel, pues estaba demasiado conmovida, y le dejé gozar de su triunfo. En cuanto supe lo que ocurría, salí corriendo para buscar a Steve y consultarle lo que debía hacer. Estaba muy asustada, porque tenía la seguridad de que el marciano no debía salir de su planeta, donde yo podía controlar, hasta cierto punto, que no hicieran con él nada indigno o peligroso. Le había asegurado mi protección y estaba dispuesta a cumplir la promesa. Pero en la Tierra, no tendría la posibilidad de garantizársela.
Steve no se hallaba en el lugar de costumbre y, después de indagar un poco, me enteré de que estaba reunido con Tarkov. No tuve la menor duda del motivo: las cosas estaban avanzando demasiado deprisa. Era necesario hacer algo antes de que fuera demasiado tarde. Y yo sabía, exactamente, qué era lo que tenía que hacer.
Sin perder un momento, tomé la decisión, me dirigí a la salida de la burbuja y me vestí un traje espacial. Con la confusión que reinaba en la colonia, tenía la esperanza de que nadie me echaría de menos durante un par de horas.
*  *  *
Cuando regresé, encontré a Steve aguardándome. Tan pronto como terminó de hablar con Tarkov, me había buscado por toda la base, hasta convencerse de que no estaba en ella. Entonces se dirigió a la escotilla y esperó con paciencia mi regreso.
-¿Te has enterado de la noticia? -dijo, sin siquiera saludarme.
-Sí -respondí.
Me costaba trabajo hablar. Estaba muy cansada después de lo que había hecho, deseaba cerrar los ojos, dormir y olvidarme de todo, pero comprendía que no podía ser así, que apenas me encontraba en el principio de mis esfuerzos.
-¿Cómo es posible? -exclamó Steve-. ¡Si yo acabo de saberlo!
-El rumor se ha extendido rápidamente por toda la colonia -dije-. Marcel me lo contó.
-¿Sabes también que tú y yo tenemos que salir inmediatamente hacia la Tierra?
-Lo había supuesto -repuse-. Tú habrías tenido que dirigir el Aventura y yo habría sido indispensable, como única intérprete del marciano.
Steve no se dio cuenta de que yo hablaba en modo condicional o, si se fijó, lo atribuyó sin duda a mi preocupación, y continuó hablando sin darle mayor importancia:
-Mañana por la mañana, a primera hora, tenemos que reunirnos con Tarkov, que nos hará entrega de las órdenes definitivas. Otra cosa: nos han prohibido a todos divulgar la noticia. Han declarado “alto secreto” la existencia de vida inteligente en Marte, por lo menos hasta que se compruebe, fuera de toda duda. Dimitri está ya seguro, pero no ha conseguido convencer a sus superiores.
Durante un rato, nos quedamos los dos muy silenciosos. Yo estaba tratando de reorganizar mis pensamientos, después del paso que acababa de dar, mientras Steve, que creía comprender mis sentimientos, no sabía qué decirme.
Por fin llegó el momento de separarnos. Pero antes de hacerlo, sin poder contenerme, le puse la mano en el brazo y exclamé:
-Mañana necesitaré tu apoyo.
-Cuenta con él -me aseguró.
-Todavía no sabes para qué.
-Sea lo que sea, yo estaré de tu parte.
-Gracias. Lo creo.
Steve me miró con un gesto de compasión. Sin duda yo estaba muy pálida, pero él se equivocaba totalmente en la causa.
*  *  *
Esa noche, casi no pude dormir, pensando en la prueba que me esperaba, ensayando para mis adentros lo que habría de decir y descartando una tras otra todas las frases que me venían al pensamiento. Por fin decidí dejarlo todo para el día siguiente y confiar en lo que se me ocurriera de forma espontánea. Generalmente, eso es lo mejor que se puede hacer.
Por la mañana, cuando Tarkov me mandó llamar, estaba dispuesta. Al entrar en el despacho encontré allí a Steve, que me dirigió una sonrisa de ánimo. Pero fue Dimitri el primero en hablar.
-Supongo que ya sabes que el marciano tiene que partir inmediatamente hacia la Tierra.
Se notaba que no le hacía gracia tener que aceptarlo, pero el asunto estaba ya fuera de sus manos y no le quedaba más remedio que resignarse.
-Tengo que comunicarte que se ha tomado la decisión de que tú debes acompañarle -continuó-. Supongo que comprenderás que es inevitable. Tú eres la única persona que puede comunicarse con él sin sufrir daño. Te ruego, por tanto, que te pongas por entero a disposición de Steve y que le ayudes a preparar el traslado, que tendrá lugar lo antes posible.
Había llegado mi turno de hablar y me puse en pie lentamente.
-Lamento contradecirte, Dimitri, pero lo que dices es imposible. El marciano no viajará a la Tierra.
El jefe de la misión suspiró.
-Esperaba tu oposición -dijo-, pero te aseguro que es inútil. La decisión se ha tomado en niveles demasiado altos. Y en cuanto a la seguridad de tu protegido, puedes estar tranquila. Todo se dispondrá adecuadamente para que no sufra durante el traslado y para que al llegar a la Tierra se encuentre en un ambiente en el que pueda vivir de la forma más natural posible.
-No me refería a eso, Dimitri.
-Sí, ya sé que también tienes razones morales para oponerte al traslado. Te aseguro que todo se ha tenido en cuenta. Pero siéntate, por favor.
Ignoré su ruego y continué de pie.
-Perdona, pero cuando digo que el marciano no puede viajar a la Tierra no me refiero a una imposibilidad moral, sino física.
Tarkov y Steve se me quedaron mirando, desconcertados.
-¿Qué quieres decir? -preguntó el segundo.
-Que no podéis llevaros al marciano, por la sencilla razón de que ya no está entre nosotros. Ayer por la tarde, en cuanto supe la noticia, salí de la base y me apresuré a dejarlo libre.
Por un instante, pareció que todos nos hubiésemos convertido repentinamente en piedra. Después, Dimitri y Steve comenzaron a hablar a la vez. Yo ya no estaba asustada. Había dicho lo que tenía que decir y estaba preparada para dar el siguiente paso.
Por fin se restableció el orden. Tarkov se puso en pie frente a mí y dijo, con deliberada cortesía:
-Señorita Pinedo, ha cometido usted una grave infracción, quizá un delito. Ha dispuesto usted de una propiedad nacional según su criterio, sin pedirle consejo a nadie y en oposición a las órdenes recibidas. Recuerde que yo la hice personalmente responsable del descubrimiento. Espero que nos ayude a recuperarlo, explicando con todo detalle dónde lo ha llevado y de qué manera podremos dar con él. Si no lo hace, tendrá usted que atenerse a las consecuencias.
Vi que Steve iba a levantarse para protestar, pero un leve gesto mío le detuvo. A cada momento que pasaba, me sentía más segura, más dueña de la situación.
-Perdona, Dimitri, pero no estoy de acuerdo con lo que has dicho. En primer lugar, el marciano no era propiedad de nadie, pues es esencialmente libre, como cualquiera de nosotros. Por lo tanto, yo no he cometido ningún delito al devolverle una libertad a la que siempre tuvo derecho. En segundo lugar, recordarás sin duda que yo me consideraba responsable de su seguridad desde que decidió ponerse bajo nuestro cuidado para convenceros de la verdad de mis palabras. Esa responsabilidad para con él era muy superior, Dimitri, a cualquiera otra que me ligara contigo. En tercer lugar, estoy dispuesta a decirte dónde lo he llevado: al mismo sitio donde lo encontramos hace varios días. Pero antes de que te precipites a ordenar que realicen excavaciones en su busca, debo avisarte de que ya no lo encontraréis allí. Los marcianos tienen medios para desplazarse bajo tierra a gran velocidad y él está ahora muy lejos de aquel lugar. Lo sé, porque él mismo me dijo que eran esas sus intenciones.
-¿Has terminado ya? -preguntó Tarkov, sentándose de nuevo y tratando con un gran esfuerzo de dominar la cólera.
-No. Tengo una cosa más que decirte. Es posible que estés pensando en castigarme por haber cumplido ante todo con mi deber como ser humano. Te aconsejo que no lo intentes. Yo ya no pertenezco a tu jurisdicción. Los marcianos me nombraron ayer su representante ante el gobierno de la Tierra. A partir de ahora tengo inmunidad diplomática. Soy, por decirlo así, su embajadora.
Por segunda vez, el asombro dejó paralizados a los dos hombres. Sin embargo, Tarkov no tardó en reponerse y en recuperar el uso de la palabra.
-¿Qué pruebas tenemos de que es cierto lo que dices?
-¡Ésta! -repuse, señalando al suelo con el dedo.
Y en el mismo instante se produjo el terremoto. La base entera tembló violentamente y tuvimos que sujetarnos para evitar caernos de las sillas. Tarkov trató de levantarse, vaciló, estuvo a punto de perder el equilibrio y quedó agarrado al borde de la mesa en posición inverosímil.
Como después supimos, el terremoto duró exactamente cinco segundos, pero nos pareció eterno. Y apenas terminó, Tarkov se apresuró a dirigirse hacia la puerta del despacho para informarse de los daños que hubiera podido sufrir la base, pero yo le detuve.
-No te asustes, Dimitri. No ha ocurrido nada. Este movimiento ha sido cuidadosamente calculado. Te aseguro que la colonia está intacta.
Sin embargo, la reunión se dio por terminada inmediatamente y no volvió a convocarse hasta muchos días después.

 

 

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