3. En el volcán

 
Olympus Mons (Monte Olimpo), El volcán más grande de Marte y quizá de todo el sistema solar. Su altura es de 27 kilómetros (tres veces más que el Everest). Cubre un área circular de más de 200000 kilómetros cuadrados (casi la mitad de España). La caldera, de 64 kilómetros de diámetro, está bordeada por una escarpa que en algunos lugares alcanza 7 kilómetros de altura. Se ignora si está activo, pues jamás se ha observado una erupción en Marte, ni en Olympus Mons ni en ningún otro volcán. Fue descubierto en 1879 por Schiaparelli, aunque no se reconoció su naturaleza volcánica hasta casi un siglo después, cuando la sonda Mariner 9 fotografió la superficie de Marte. (Encyclopaedia Terrestris, 2ª edición, disco óptico nº 15, año 2036).
El 28 de julio, fecha en que se cumplían cuarenta y cinco días desde nuestra llegada a Marte, estaba yo en mi dormitorio con Inge Borland, una de mis compañeras de habitación, cuando alguien llamó con los nudillos a la puerta y, sin aguardar respuesta, la abrió y entró. Era Marcel Dufresne, un técnico francés que había conocido durante el viaje, que desde entonces se había convertido en mi compañero inseparable, muy a mi pesar. En un ambiente tan abarrotado como la colonia, me resultaba difícil eludirle.
Llegaba sin aliento, como si hubiera hecho un esfuerzo desacostumbrado. Inge le miró con hostilidad y le preguntó:
-¿Qué pasa? ¿Has visto algún fantasma?
Marcel alzó las cejas y respiró profundamente antes de responder:
-Todo lo contrario. El fantasma ha desaparecido. Ha terminado la tormenta de polvo.
Inge se encogió de hombros.
-¿Eso es todo? Por tu aspecto al entrar, se diría que había pasado algo importante.
Marcel la ignoró y se dirigió únicamente a mí.
-Steve está preparando una salida para mañana. Busca voluntarios para acompañarle. ¿Qué te parece, Irene?
-¡Estupendo! ¿A dónde vamos a ir?
-A Olympus Mons. Ya sabes, el volcán más grande de Marte. Es una oportunidad única. Descenderemos dentro de la caldera.
Inge lanzó una risita despreciativa.
-¿Una oportunidad única? ¡No me hagas reír! Tendremos cientos como ésta. Dentro de un año estaremos hartos de viajes y exploraciones. Total ¿para qué? Este planeta está muerto.
-Si tanto te fastidia, ¿para qué viniste? -estalló Marcel.
Inge se puso rígida y le fulminó con la mirada. Luego se levantó, se dirigió a la puerta y salió sin decir palabra. Marcel la siguió con los ojos, sonrió con displicencia y se volvió de nuevo hacia mí.
-Vendrás ¿verdad?
-Naturalmente. Voy en seguida a decirle a Steve que quiero acompañarle.
-No es necesario. Ya le he dicho yo que cuente con los dos.
Al oírle, me indigné. Al parecer, este tipo creía que podía actuar en mi nombre, sin siquiera consultarme. Y, como yo no me trago las palabras, le dije con toda claridad lo que pensaba de él.
-Pero ¿qué te pasa? -exclamó sorprendido- ¿Qué he hecho ahora? ¿Por qué te enfadas? ¡Si estabas deseando salir a la primera oportunidad! Ayer mismo me lo dijiste.
Me quedé mirándole asombrada. Por fin, venció la cortesía, forcé una sonrisa y dije:
-Está bien, Marcel. Te lo agradezco. Pero ahora déjame, por favor. Necesito un instante de tranquilidad.
Marcel me observó en silencio unos momentos. Luego se encogió de hombros y salió de la habitación. Tras aguardar un rato para darle tiempo a alejarse, salí también y, dirigiéndome a la escotilla de entrada de la burbuja, miré ansiosa al exterior a través de la pared transparente. Marcel tenía razón. La mayor parte del polvo que había hecho opaca la atmósfera había vuelto a posarse. No todo, por supuesto, pero eso no ocurriría jamás. Al menos, el sol volvía a brillar y la visibilidad se había alargado hasta varios cientos de metros. Sobre nosotros, como una cúpula, se elevaba el extraño cielo anaranjado de Marte.
*  *  *
El viaje de exploración que estábamos a punto de realizar era el primero que se organizaba pero, naturalmente, no sería el último. Yo estaba decidida a participar en todos, pues mi profesión me obligaba a ello, y en cuanto se reanudaran las transmisiones hacia la Tierra, tenía la intención de enviar un programa al menos cada semana.
Naturalmente, en una atmósfera tan tenue como la marciana, no era posible utilizar aviones o helicópteros para trasladarse de un lugar a otro. Por otra parte, el viaje a Olympus Mons era demasiado largo y difícil para emprenderlo a pie o en un vehículo terrestre: el volcán está separado de Chryse Planitia por más de cuatro mil kilómetros de terreno muy accidentado. Por esa razón, íbamos a utilizar uno de los dos módulos propulsados por cohetes que nos sirvieron para llegar a la superficie del planeta desde el Aventura, que aún seguía en órbita alrededor de Marte.
Los cinco miembros de la colonia que íbamos a tomar parte en esta primera exploración abandonamos la burbuja por la única salida, que daba a la llanura donde estaban las lanzaderas a través de un pequeño compartimento estanco. Después de dar algunos pasos, Marcel se volvió a contemplarnos y lanzó una carcajada.
-¿Qué es lo que te hace tanta gracia? -preguntó Steve. Los trajes espaciales estaban provistos de emisores y receptores de radio sintonizados a la misma frecuencia, por lo que todos podíamos hablar unos con otros.
-Exceptuando a Steve, estáis todos muy graciosos -replicó Marcel sin dejar de reír-. Parecéis tres osos patosos.
-Pues yo estoy viendo cuatro -respondió el jefe de la expedición-. No te olvides de que tú eres tan novato como ellos.
-Es esta maldita gravedad -dijo Jozef Larski, que a duras penas podía contener la risa-. Es muy difícil acostumbrarse a andar. Cuando quieres levantar un pie, se te sube hasta las nubes. Y cuando das un pequeño salto para eludir un obstáculo, te encuentras con que has ido a parar a un metro de distancia.
-Sin contar con que el peso del traje despista mucho -dijo Marcel.
-Pues yo no veo que sea tan pesado -intervine yo-. Me parece que exageras.
-¡Claro que no parece pesado! Veinte kilos terrestres se convierten en Marte en poco más de siete y medio. Pero si el peso es inferior, el momento de inercia no varía, y eso es lo que despista.
-Ya lo sé, no hace falta que me lo expliques -repuse algo mohína. Me fastidiaba la facilidad que tenía para hacerme quedar como una ignorante. Y lo peor es que a menudo tenía razón.
Durante esta conversación, habíamos llegado al módulo que íbamos a utilizar. Steve abrió la puerta y ordenó que nos dirigiéramos a nuestros asientos y nos abrocháramos los cinturones de seguridad. Luego realizó las comprobaciones previas a la salida, obtuvo de la base la autorización para despegar y se dispuso a poner el vehículo en marcha. Se hizo un silencio absoluto.
Media hora más tarde, el módulo se posaba suavemente en el centro de la caldera del volcán más grande del sistema solar. Todos descendimos y miramos a nuestro alrededor. Yo tenía la cámara de vídeo dispuesta, pero tardé un poco en ponerla en marcha. Me sentía algo decepcionada. El paisaje que nos rodeaba no tenía nada de impresionante. El suelo casi plano, de lava solidificada, se extendía indefinidamente en todas direcciones como una inmensa y desierta llanura. El diámetro de la caldera era tan grande, que la mayor parte de su reborde rocoso quedaba por debajo del horizonte. Sólo a lo lejos, hacia el norte, se veía una enorme pared montañosa que, a esta distancia, parecía una cordillera.
De pronto, me di cuenta de que el aspecto del cielo era aquí muy diferente del que ya me había acostumbrado a asociar con el planeta Marte. En lugar de anaranjado, era azul oscuro, casi negro. A lo lejos, cerca de la pared rocosa, me sorprendió ver algunas nubecillas blancas, alargadas y algodonosas.
-¿Por qué tiene el cielo este color tan raro? -pregunté a través del intercomunicador.
-Porque estamos a veinte kilómetros de altura y la mayor parte de la atmósfera queda debajo de nosotros -respondió Steve-. Aquí no llega el polvo. Estamos en un vacío casi absoluto.
-¿Qué vamos a hacer ahora? -quiso saber Jozef Larski.
-He posado el módulo muy cerca de una de las chimeneas. Vamos a ver qué aspecto tiene. Quizá podamos deducir si el volcán está apagado o no.
El quinto miembro de la expedición, un alemán llamado Karl Malden, que no había hablado hasta entonces, despegó los labios por primera vez.
-¿No sería preferible separarnos para aprovechar mejor el tiempo?
-No, Karl, es mejor que vayamos todos juntos.
-No podemos perdernos. Estamos conectados por radio.
-¿Y si ocurre un accidente?
-¿Qué puede ocurrir en este terreno tan llano?
-A pesar de todo, haremos lo que yo digo. Recuerda que soy el jefe de la expedición -declaró Steve con voz tajante.
Emprendimos la marcha. Naturalmente, no pude evitar que Marcel se pegara a mí, pero procuré prestarle la menor atención posible y a menudo utilicé la cámara sin tener, en realidad, gran cosa que grabar. Estaba visto que esa salida no iba a proporcionarme mucho material.
Después de caminar durante un rato, me fijé en un objeto de gran tamaño que se encontraba a unos veinte pasos hacia la izquierda del camino que estábamos siguiendo. En realidad, no era más que una roca, pero en un terreno tan plano cualquier cosa que sobresaliera un poco atraía la atención. Hice unas tomas y me dispuse a seguir a mis compañeros, pero de pronto cambié de idea, decidí observarla más de cerca y me dirigí hacia ella, seguida, como siempre, por Marcel.
Al llegar descubrí que, en realidad, no se trataba de una roca, sino de dos, una de las cuales estaba firmemente empotrada en tierra, mientras la otra se apoyaba sobre ella en un ángulo muy pronunciado. Pero lo más curioso era que la cara inferior de esta última parecía adornada por unos extraños copos o escamas, algunos de los cuales se habían desprendido y caído al suelo, que estaba cubierto por un minúsculo polvo blanquecino. Tomé un primer plano de la roca y de las escamas, luego me arrodillé, intenté rascarlas y descubrí que se desprendían con facilidad.
-Voy a llevarme unas muestras para estudiarlas en la colonia -dije, tomando también un poco del polvo blanco e introduciéndolo en un bolsillo del traje, previsto para casos como éste.
No habíamos permanecido junto a las rocas más que algunos minutos. Nuestros compañeros sólo pudieron avanzar en ese tiempo algunas decenas de pasos. Sin embargo, cuando me puse en pie y me dispuse a seguirles, me sorprendió ver que se habían perdido de vista.
No me extrañó demasiado. Sin duda estaban detrás de alguna desigualdad del terreno, una grieta u ondulación, que les ocultaba a nuestros ojos. Y en efecto, después de avanzar durante un corto espacio, llegamos al borde de una depresión poco profunda, prácticamente invisible desde la superficie del cráter, en cuyo fondo estaban los demás, contemplando con atención un pozo bastante ancho que se hundía hacia las entrañas de Marte. Aquélla era una de las chimeneas de Olympus Mons, por donde las lavas del interior del planeta habían salido a la superficie en cantidades inmensas en un pasado cuya lejanía o proximidad se trataba precisamente de descubrir. Karl Malden estaba ya dedicado a cortar algunas muestras de lava para analizarlas en el laboratorio de la colonia.
Me acerqué a Steve y me disculpé por haberme rezagado. Luego enfoqué a Karl y puse en marcha la cámara, para captar toda la escena. No sabía que el verdadero descubrimiento del viaje estaba ya hecho y que yo llevaba las pruebas en el bolsillo.

 

 




4. El descubrimiento

Pietro Fiorentino, bioquímico de la colonia, era un hombre de unos sesenta años, canoso y delgado, que daba la sensación de ser muy nervioso, pues tenía la costumbre de tamborilear continuamente con los dedos sobre cualquier superficie dura que estuviera a su alcance. Sin embargo, hablar de su trabajo parecía calmarle un poco. Aquel día, cuando fui a verle, le encontré más alterado que de costumbre.
-¿Qué has encontrado? -le pregunté, sin saludarle siquiera, nada más entrar en el laboratorio.
Levantó los ojos y, durante unos momentos, me miró sin verme. De pronto, enfocó la vista y pareció darse cuenta de que yo estaba allí. Se levantó del asiento, avanzó hacia mí como poseído por una emoción extraña y me asió con fuerza por las muñecas. Desconcertada, di un paso atrás, pero no me soltó.
-¡Es extraordinario! -exclamó, mientras tiraba de mí hacia su mesa de trabajo-. Ven aquí, tienes que verlo.
-¿Tiene algo que ver con las escamas y el polvo blanco que traje de Olympus Mons? -pregunté, tratando de conservar la calma.
En lugar de contestar, Pietro señaló el microscopio electrónico.
-¡Mira! -ordenó.
Le obedecí aunque, como esperaba, la imagen que vi en la pantalla no tenía ningún sentido para mí. Después de unos momentos me volví hacia él y le miré en silencio.
-¿No es maravilloso? -preguntó, frotándose las manos, sin sonreír.
-Pero ¿qué significa?
Sólo entonces pareció darse cuenta de que yo continuaba en la más completa ignorancia. Enarcó las cejas y exclamó:
-¡Qué ironía! ¡Qué burla del destino! Haces el descubrimiento más sensacional de todos los tiempos y preguntas qué significa. Y, sin embargo, tú, que ni siquiera tienes una carrera científica, tú, que apenas has salido del huevo, te llevarás toda la fama. De mí, que lo he identificado, que tengo cuarenta años de dedicación a mis espaldas, no se acordará nadie.
Pietro trataba de aparentar que hablaba en broma, pero comprendí que sus palabras encerraban una profunda amargura. Sin embargo, yo estaba demasiado intrigada por el descubrimiento para ocuparme de sus sentimientos.
-Pero ¿qué es? -pregunté ansiosa.
Durante unos instantes me miró en silencio. Luego dijo, pronunciando con exagerada claridad, como si quisiera que sus palabras quedaran grabadas en la Historia:
-Acabamos de descubrir la existencia de vida en Marte.
Me quedé sin habla. Lo digo de verdad: por primera en mi vida, no supe qué responder. No me lo esperaba. ¿Y era yo, una simple periodista, quien había hecho el descubrimiento? Mi primera sensación fue la más absoluta incredulidad. Pero Pietro entendió mal mi silencio, pues comenzó a extenderse en sus explicaciones, con un ligero tono de impaciencia en la voz.
-¿Comprendes lo que te digo? Esas escamas que me has traído son formas de vida completamente diferentes de las nuestras. ¡Por primera vez se ha detectado la existencia de vida fuera de la Tierra!
-¿Estás seguro?
-No cabe la menor duda.
-Pero ¿no podría ser algo que hayamos traído nosotros mismos de la Tierra y que se hubiese adaptado a este ambiente?
-No habría tenido tiempo para cambiar tanto.
-¿Por qué no? La exploración de Marte se remonta a 1976, cuando los Estados Unidos enviaron las cápsulas Vikingo. Desde entonces han pasado casi setenta años.
Pietro me dirigió una mirada de franca hostilidad.
-¿Setenta años? ¿Es eso lo que tú consideras "tiempo suficiente"? No tienes ni idea de cómo actúa la evolución biológica. Se necesitarían millones de años para producir esto a partir de formas de vida terrestre. Además, ninguno de los Vikingos se posó en Olympus Mons ni en sus proximidades.
Estaba muy excitado. Temí que sus celos hacia mí estallaran con violencia en cualquier momento y traté de apaciguarle.
-No te pongas nervioso. Reconozco que sé poco del asunto. Soy, como tú mismo has dicho, una aficionada. Por favor, cuéntamelo todo desde el principio.
Mis palabras parecieron calmarle. Se apoyó en la mesa con una mano, se limpió con la otra el sudor de la frente y comenzó a hablar con voz monótona, como si estuviera pronunciando un discurso:
-El material que trajiste de Olympus Mons está compuesto en un ochenta por ciento de materia orgánica, pero no hay en él la menor señal de paredes celulares. He utilizado la máxima ampliación del microscopio, casi cien mil aumentos, y no las he podido ver. Esto significa que la vida marciana se ha desarrollado en líneas totalmente diferentes de la terrestre y que no se basa en la existencia de células.
Señaló un frasco pequeño que estaba sobre la mesa, dentro del cuál pude ver uno de los copos que yo había traído.
-Esta es una forma de vida relativamente avanzada, pues es visible a simple vista. Desde luego, es mucho más compleja que los microbios que, como mucho, esperábamos encontrar, hasta ahora sin éxito.
-¿Y qué pasa con el polvo blanco? -le pregunté-. ¿Está vivo también?
-El polvo no está vivo -respondió el bioquímico-. Se forma con los restos que se desprenden espontáneamente de las escamas, que viven pegadas a las rocas de una manera parecida a los líquenes de la Tierra, aunque no tienen nada que ver con éstos.
-Ya veo. Se trata de una forma de vida muy primitiva, muy poco viva, por decirlo así.
-No estoy de acuerdo -protestó Pietro-. Esos copos son capaces de alimentarse por sí mismos utilizando la energía solar. Y no necesitan oxígeno para respirar. Están tan vivos como tú y como yo.
-¿Sabes ya de qué manera se alimentan y cómo se reproducen?
-Todavía no. No he tenido tiempo. Sé que realizan una función parecida a la fotosíntesis, pero sin clorofila. Todavía ignoramos muchas cosas. ¡Pero las descubriré, te lo aseguro, como me llamo Pietro Fiorentino!
Viendo que volvía a perder la calma, me apresuré a despedirme y le dejé con sus investigaciones. Si todo lo que me había dicho era cierto, yo tenía algo importante que hacer y quería hacerlo cuanto antes.
*  *  *
Dimitri Tarkov me miró fijamente desde el otro lado de la mesa de su despacho, pero durante algunos minutos no dijo nada. Me había mandado llamar con urgencia y, aunque yo conocía muy bien la causa, había decidido fingir ignorancia el mayor tiempo posible. Sentado a mi lado, Steve MacDunn permanecía en silencio, mirándose las uñas de las manos. Por fin, al ver que no lograba ponerme nerviosa, Dimitri se cansó y dijo:
-Estoy esperando una explicación.
Puse cara de inocente y le respondí con una sonrisa.
-No sé a qué te refieres, Dimitri.
Por un momento, contrajo los puños como si le costara trabajo controlarse. Después habló, con voz muy tensa, entre los dientes apretados:
-Lo sabes perfectamente. Me refiero a la comunicación que has enviado a la Tierra hace poco más de una hora y que fue retransmitida inmediatamente por todos los medios informativos.
-¡Ah! ¿Es eso? ¿Qué tiene de particular?
-Nada, sino que no te has molestado en pedir mi autorización o, por lo menos, en informarme previamente.
-No se me ocurrió.
-No, a ti no se te ocurre nada. Se realiza bajo mi jurisdicción el descubrimiento del siglo y yo soy el último en enterarse. ¿Te parece correcto?
No contesté. En realidad, no había nada que decir. Lo que había hecho, lo hice a sabiendas, perfectamente consciente del revuelo que se iba a organizar. Pero no podía arriesgarme a que Tarkov prohibiera la difusión de la noticia. Aunque técnicamente, como responsable de la colonia, él era mi superior jerárquico, yo me debía ante todo a mi público. Por eso tuve que adelantarme y, aprovechando la primicia que acababa de darme Pietro Fiorentino sobre la existencia de vida en Marte, me apresuré a dirigirme a la sección de transmisiones, donde no se sorprendieron de verme, pues mi trabajo me llevaba allí con frecuencia, y envié ese mensaje a los medios informativos. Ahora estaba hecho, y todos los enfados de Dimitri no conseguirían deshacerlo.
Naturalmente, yo comprendía su punto de vista. Estrictamente hablando, él era la persona que tenía que haber dado la noticia. Yo le conocía ya lo bastante para saber que le encantaba dar golpes de efecto y asombrar a los demás. Esta vez lo habría conseguido plenamente, si yo no me hubiese adelantado.
-Tengo entendido que el hallazgo que dio lugar al descubrimiento se realizó durante la expedición a Olympus Mons -dijo Steve, interviniendo por primera vez en la conversación.
-Así es -dije.
-Supongo que tampoco se te ocurrió que, como responsable de aquella salida, tenías que haberme informado.
-No pensé que fuera importante -respondí, enrojeciendo. Por algún motivo, la opinión de Steve me preocupaba mucho más que la de Dimitri-. Al fin y al cabo, sólo se trataba de un poco de polvo.
-A pesar de todo, debiste habérmelo dicho. Espero que no vuelva a suceder.
-Lo mismo te digo, Irene -exclamó Tarkov-. Tienes que recordar que aquí no rigen las leyes civiles, sino la disciplina del servicio astronáutico, muy similar a la del ejército. Lo que has hecho ha sido una grave transgresión de esa disciplina. Por esta vez, lo dejaremos pasar, pero no debe repetirse. ¿Está claro?
-Perfectamente.
-¿Qué va a ocurrir ahora? -preguntó Steve, dirigiéndose a Dimitri.
-¿Qué quieres decir?
-Quisiera saber cómo va a afectarnos esto desde el punto de vista político. No sé si me explico. El hallazgo de formas de vida extraterrestre tiene un enorme poder propagandístico. Sospecho, por consiguiente, que dentro de muy poco tiempo vamos a estar en el centro de la atención pública y me pregunto cómo nos va a afectar eso.
Tarkov carraspeó. Esperaba esta pregunta, pero al mismo tiempo la temía, porque no estaba seguro de cómo debía contestarla.
-Éste -dijo- va a ser, sin duda alguna, el primer gran resultado de la misión Ares-III. Es verdad que su importancia práctica es reducida, por no decir nula, pero tienes razón, Steve, su efecto sentimental y de propaganda será inmenso. A partir de ahora, nadie se atreverá a decir que los esfuerzos de colonización del planeta Marte son un dispendio inútil. Por eso, me parece que este descubrimiento nos va a ser muy favorable. Hay ciertos proyectos, que estaban sobre la mesa del gobierno, con los que, en el fondo, no me atrevía a contar, porque exigirán grandes dispendios, pero cuya aprobación significaría nuestra consolidación definitiva, y que ahora... Pero ya he dicho demasiado. Por favor, no me preguntéis más, no estoy autorizado a hablar.
-En ese caso -repuso Steve-, e independientemente de los defectos de forma en que haya podido incurrir, creo que deberíamos expresarle a Irene nuestra felicitación y nuestro agradecimiento. Al fin y al cabo, ella ha sido la principal responsable.
Un poco a regañadientes, Dimitri Tarkov me dirigió algunas palabras amables, pero casi no pude escucharlas. Estaba demasiado turbada ante esta muestra de simpatía por parte de Steve, totalmente inesperada en un hombre tan serio y poco expresivo como él. Y mientras salía del despacho del jefe de la colonia, sentí una enorme e inexplicable felicidad.

 

 





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