9. El experimento

Por fin se ha descubierto lo que ocurrió con la primera expedición a Marte. Al parecer, quisieron desembarcar en el fondo de Valles Marineris y tuvieron la mala suerte de intentarlo sobre las mismas arenas movedizas donde cayó Steve. Antes de que pudiesen abandonar la nave, ésta se sumergió en el polvo. Mientras se hundía, la lanzadera chocó contra una roca afilada que perforó la pared, el aire se escapó rápidamente y los astronautas murieron asfixiados. ¡Qué triste fin para un esfuerzo tan grande! Pero, al menos, ahora sabemos que todo fue un accidente.
*  *  *
Habían pasado aproximadamente dos meses desde la expedición a Valles Marineris cuando, cansada de luchar infructuosamente con mis superiores del departamento de cultivos hidropónicos, decidí ascender un grado en la escala jerárquica y proponerle a Dimitri Tarkov la realización de algunos experimentos que había estado meditando. Pero deseaba hablar con él a solas, para evitar interferencias, por lo que me dirigí a su despacho sin decírselo a nadie y le pedí audiencia.
Dimitri me miró un momento sin poder ocultar su fastidio, porque mi llegada le había interrumpido la lectura de un documento importante que acababa de recibir de la Tierra a través de la radio. Pues, aunque las conversaciones entre los dos planetas eran prácticamente imposibles, debido al inevitable retraso de varios minutos entre una pregunta y su respuesta correspondiente, el correo electrónico funcionaba a la perfección.
-Siéntate, Irene -dijo Tarkov, señalándome una silla.
-Verás, Dimitri -repuse, sin perder el tiempo en preliminares-: he venido a pedirte permiso para realizar un experimento.
-¿Un experimento? ¿De qué clase?
-Como sabes, además de mi labor periodística, me dedico a la agricultura. Estoy encargada de revisar el buen funcionamiento de los cultivos hidropónicos. Pero mis dos actividades me dejan algo de tiempo libre, y se me ha ocurrido una manera de aprovecharlo.
-Tú dirás.
-Me gustaría iniciar un proyecto de investigación.
-¿Un proyecto de investigación? -repitió Tarkov, intrigado-. ¿Qué clase de proyecto?
-Mira, eso de los cultivos hidropónicos está muy bien, pero yo creo que sería estupendo poder realizar en Marte una agricultura a la antigua. Ya sabes lo que quiero decir: sembrar las plantas en la tierra y dejarlas que maduren bajo los rayos del sol, en lugar de tenerlas en ambientes controlados, sostenidas artificialmente y con las raíces hundidas en el agua.
-Es cierto, sería muy interesante, si pudiéramos conseguirlo, pero desgraciadamente no podemos.
-¿Por qué estás tan seguro?
-Porque ya se ha intentado. Durante la segunda expedición se hicieron algunos esfuerzos en esa dirección. Nosotros también hemos hecho algo. Pero todo ha sido inútil. Las semillas no germinan en este ambiente tan difícil. Recuerda que ni siquiera tienen oxígeno para respirar.
-Ya sé que se intentó, pero yo creo que no se hizo bien.
-¿Qué quieres decir?
Tardé un poco en contestar. Estaba buscando furiosamente las palabras exactas que debía decir.
-No creas que me considero más lista que los que han tratado de conseguirlo antes que yo -dije al fin-. No es eso. Lo que pasa es que yo veo las cosas desde fuera y se me ocurren soluciones muy elementales, que quizá los expertos no ven. Te aseguro que he pensado mucho en el problema. Me gustaría ensayar un experimento que se me ha ocurrido.
-Explícate.
-Verás. Yo creo que lo fundamental no es la falta de oxígeno. Me parece que las plantas verdes podrían vivir sin él, siempre que recibieran luz y agua en abundancia. Ya sé que al principio, durante la germinación, son más delicadas, pero eso se podría resolver fácilmente haciéndolas germinar aquí, en los cultivos hidropónicos, y trasplantándolas después, cuando ya tuvieran las primeras hojas.
-De acuerdo. Pero eso también se ha hecho y fracasó.
-Porque las plantas no recibían bastante agua.
-¡Pero si las regaban todos los días!
-Era insuficiente. ¿No te das cuenta? Esta parte de Marte es una meseta quemada. No se encuentra agua hasta grandes profundidades. Regar no sirve de nada, porque todo el líquido se evapora inmediatamente o se hunde hasta mucho más allá de las raíces. Habría que proporcionarles agua constantemente, pero eso sería demasiado caro.
-Naturalmente. El agua es muy escasa. Entonces ¿qué te propones hacer?
-Sabes tan bien como yo que en las zonas más bajas el agua está a menos profundidad. A veces basta escarbar en el suelo para encontrar tierra húmeda. Quizá haya la suficiente para que las plantas puedan vivir.
Tarkov me miró en silencio unos instantes.
-Debes comprender que no podemos dedicar a tu proyecto una de las lanzaderas y comprometer a otros miembros del personal. Me temo que eso es lo que habría que hacer si quisiéramos montar un laboratorio de experimentación agrícola al aire libre en Valles Marineris o en otra de las regiones más bajas del planeta.
-Es que no es eso lo que yo digo -repliqué, ansiosa-. A menos de tres kilómetros de aquí hay una hondonada que tiene por lo menos sesenta o setenta metros de profundidad. Es ahí donde me gustaría intentarlo. Y como está tan cerca, podría ir yo sola andando todos los días. No necesitaría más que un traje espacial.
-¿Crees que a esa profundidad encontrarás agua?
-No lo sé. Pero tal vez la haya.
-¿Y la luz? ¿Tendrían las plantas suficiente en el fondo de esa hondonada?
-Sí, de sobra. Es muy extensa.
-Pero alguien tendría que acompañarte. Ya conoces las reglas. No se puede salir solo.
-En este caso, no sería necesario. Son poco más de dos kilómetros. La radio del traje alcanza a esa distancia.
-Sí, es verdad.
-Estaría tan cerca que cualquiera podría venir en mi auxilio en un abrir y cerrar de ojos. Además ¿qué me puede pasar? Esta zona la conocemos muy bien. El camino entre la base y la hondonada no es difícil. No me puedo perder. Y siempre iría por la mañana y estaría de regreso mucho antes de que se hiciera de noche.
-¿Y si se desencadena una tormenta de polvo?
-Ya sabes que no es la época. Y aunque ocurriera, la estación meteorológica nos avisaría con mucha anticipación. Te lo aseguro, Dimitri. No correré ningún peligro. ¡Sería tan importante que el experimento diera resultado!
Tarkov meditó, mordiéndose el labio inferior.
-Está visto que te ha gustado la fama. Quieres continuar haciendo descubrimientos sensacionales ¿verdad?
No pude evitar dirigirle una mirada de desprecio.
-No lo hago por la fama, Dimitri, sino porque me gustaría que algunas zonas de Marte se poblaran de vegetación. Reconocerás que sería estupendo, al menos desde el punto de vista estético. Este planeta es demasiado rojo y pelado.
-No lo dudo. Pero antes de autorizarte, quiero saber qué piensan los expertos.
-Eso es lo mismo que decirme que no puedo hacerlo. Ya te he dicho que ellos no ven las cosas desde mi punto de vista.
-¿Quieres decir que se oponen a que realices ese experimento?
-Tanto como oponerse, no. Pero no tienen ningún interés por él.
-Algún motivo tendrán...
-Ninguno, excepto que no creen que pueda dar resultado. Pero no perdemos nada probando.
-Excepto tiempo y material.
-Te he demostrado que puedo hacerlo sola, y te aseguro que el tiempo que dedique al experimento no afectará a mis restantes deberes. Tampoco necesito material de ninguna clase, salvo un par de esquejes y unas bolsas de plástico.
De nuevo se hizo el silencio, esta vez más prolongado. Finalmente, Tarkov movió la cabeza afirmativamente, sonrió y dijo:
-¡En fin! ¡Sea como tú quieres!
-¿Quieres decir que puedo intentarlo?
-Has entendido bien. Me has convencido. Puedes empezar cuando gustes.
-¿Mañana?
-Mañana mismo, si tienes tanta prisa -rió Tarkov, divertido por mi impaciencia.
*  *  *
A la mañana siguiente, envolví algunos brotes en una bolsa de plástico transparente que les protegería durante el viaje y que después de plantarlos serviría para formar a su alrededor un invernadero en miniatura que dejara pasar la luz y creara en el interior un microclima de temperatura, humedad y concentración de oxígeno más alta que la del ambiente exterior. Después de prepararlo todo cuidadosamente, cargué con ello y me dirigí hacia la salida de la burbuja. Por el camino me crucé con Marcel Dufresne, que al verme se detuvo y me dijo, con voz algo zumbona:
-¿Qué, Irene, vas a realizar ese experimento tan sensacional?
Marcel no había logrado recobrarse de la frialdad con que yo recibí sus alabanzas, poco después del descubrimiento de la existencia de vida en Marte. Desde entonces, ya no me resultaba tan empalagoso, pues procuraba evitarme y, si alguna vez coincidíamos, solía dirigirme alguna frase punzante, con evidente intención de molestar. Para estropearle el plan y demostrarle que sus pullas no me afectaban, yo le seguía la corriente, y en esta ocasión hice lo mismo.
-¡Claro, Marcel! ¡Ya verás qué sorpresa cuando vuelva! Seguro que todo Marte se habrá vuelto verde.
Poco después, junto a la escotilla de salida, me vestí uno de los trajes, en cuyo manejo era ya casi experta, apreté los controles necesarios y salí al exterior.
Hacía un día espléndido. El cielo, de un color anaranjado mucho más claro de lo corriente, tenía menos polvo que de costumbre. La visibilidad era de varios kilómetros. Al pasar, miré el termómetro situado junto a la entrada: marcaba veinticinco grados bajo cero. Una temperatura fenomenal, para Marte. El verano estaba en todo su esplendor.
“Es curioso” pensé. “En la Tierra, ahora es invierno. Bueno, eso tampoco es verdad. Sólo es invierno en el hemisferio norte. Aquí estamos también en el hemisferio norte, pero ahora es verano. ¡Y qué verano más largo! ¡Casi seis meses! Nunca me acostumbraré a estas estaciones dobles, estos años de seiscientos sesenta y ocho días. ¡Y menos mal que los días duran veinticuatro horas! Bueno, un poco más. Veinticuatro horas y treinta y siete minutos”.
Durante mi conversación con Tarkov había dicho la verdad: el camino hacia la hondonada no era difícil, en comparación con otras regiones de Marte. Pero Chryse Planitia dista mucho de ser una meseta plana en la que se pueda ir de un punto a otro en línea recta. El suelo está salpicado de rocas, generalmente pequeñas, pero que molestan bastante bajo los pies y obligan al caminante a cambiar de dirección constantemente para evitarlas. De vez en cuando se ve alguna más grande, de dos o tres metros de diámetro, que destaca como un gigante entre sus compañeras, mucho más abundantes. Su superficie, desigual y corroída, da mudo testimonio de la tremenda erosión producida por el viento.
Pero lo peor era la arena, que cubre el suelo por todas partes y a menudo se amontona lo suficiente como para hacer difícil la marcha. Había dunas por doquier, y yo prefería contornearlas a cruzarlas, pues no me atrevía a pasar por encima, temiendo que su consistencia fuera incapaz de soportar mi peso. El accidente que había sufrido Steve durante la excursión a Valles Marineris había sido una buena lección, que no pensaba echar en saco roto.
A lo lejos, hacia el suroeste, y en ángulo recto con la dirección que seguía, vi alzarse un hilo de polvo, empujado por un remolino. En otra época, ese “diablo del polvo”, como le llaman los meteorólogos, habría podido indicar la proximidad de una gran tormenta, pero ahora no era probable.
Levanté la mirada. En el cielo, en la mitad de su camino ascendente, se veía brillar un creciente luminoso. Era Fobos, la más grande y la más próxima de las lunas de Marte. La otra, Deimos, no era visible en ese momento. Fobos es una luna muy peculiar: sale por el oeste y se pone por el este, corre por el cielo a gran velocidad, como si tuviera miedo de llegar tarde a una cita, da cada día dos vueltas largas a Marte y, por si fuera poco, pasa por el ciclo completo de las fases tres veces al día. Comparado con la luna terrestre, Fobos es muy pequeño y da muy poca luz, aunque en ese cielo sólo el Sol puede superarle. Y Deimos, cuando está a la vista, es aún menos satisfactorio: parece simplemente una estrella gruesa.
Mirando a Fobos, moví la cabeza con tristeza. Era una más, entre las cosas de Marte a las que me costaba trabajo acostumbrarme. Yo echaba mucho de menos la luna. Me pregunté si los poetas marcianos podrían sacarle a Fobos el mismo partido que sus colegas terrestres a nuestro satélite. ¿Y los enamorados? “Tal vez en el futuro” pensé, “cuando seamos capaces de cambiar el ambiente de Marte. Pero, por el momento, un paseo nocturno a la luz de Fobos no puede ser muy romántico. El traje espacial lo estropearía”.
¡Aquí estaba al fin la hondonada! Descendí la pendiente con grandes precauciones, pues no quería tener el más mínimo accidente después del trabajo que me costó convencer a Dimitri de que me dejara venir sola. Poco después me encontraba en el punto más bajo de la depresión, dejando en el suelo los esquejes que había traído, que pertenecían a especies terrestres muy resistentes al frío y a la sequía. Antes de plantarlos tenía que comprobar mi teoría sobre la posible existencia de agua a poca profundidad. Para hacerlo, me incliné y hundí la mano en la tierra blanda. Y entonces, de pronto, me quedé rígida y sentí que una intensa palidez se extendía poco a poco por mi rostro.

 

 




10. El mensaje

Cuando entré en el despacho de Dimitri Tarkov, apenas veinticuatro horas después de nuestra anterior entrevista, pude leer claramente en sus ojos lo que pensaba: “¿Otra vez? ¿Con qué nuevas ideas vendrá ahora?” Sin embargo, algo debió de notar en mi cara, que probablemente estaba pálida y alterada, porque su expresión cambió casi instantáneamente y pareció comprender que sucedía algo importante y que esta entrevista iba a ser muy diferente de la otra. A pesar de ello, sus primeras palabras fueron casi una repetición exacta de las que había empleado la víspera.
-Siéntate, Irene. Tú dirás.
Aunque había tenido tiempo para reponerme durante el camino de vuelta, me sentí de pronto sin fuerzas y me dejé caer en la silla como un saco de patatas. Me costaba trabajo hablar, y a pesar de todos mis esfuerzos no conseguí borrar totalmente el temblor de mi voz.
-Ha ocurrido algo muy grave, Dimitri -dije al fin.
-¿De qué se trata?
-He recibido un mensaje.
-¿Un mensaje? ¿De la Tierra?
Por un momento le miré sin comprender. Pero me estaba serenando rápidamente, me sentía más dueña de mí misma. Las cosas habían cambiado. Ya no estaba en medio de un desierto hostil, enfrentándome sola a una situación de incalculables consecuencias. Ahora me encontraba en un despacho idéntico a los de la Tierra, ante un hombre al que, si no podía llamar amigo mío, conocía lo bastante bien como para poder predecir algunas de sus reacciones. Al mismo tiempo, la confusión de mi mente iba cediendo. Comenzaba a tener las cosas claras y a tomar decisiones sobre mi conducta futura.
-No, no es un mensaje de la Tierra -respondí.
-Entonces, no comprendo. ¿De quién es ese mensaje?
-Es un poco difícil de explicar.
-Tómate todo el tiempo que quieras. Y, por favor, empieza por el principio.
Aproveché la oportunidad que me ofrecía para guardar silencio unos instantes y poner orden en mis ideas. Y pensé que, en efecto, Dimitri tenía razón. Tenía que empezar lo más al principio que pudiera. Sólo así lograría hacerme entender.
-¿Recuerdas lo que hablamos ayer?
-Naturalmente. ¿Has plantado ya esos esquejes?
-¿Eh? ¿Los esquejes? No, no los he plantado. No sé qué he hecho con ellos. Supongo que estarán en la hondonada.
-Está bien. Cuéntalo como quieras.
-Esta mañana me dirigí a la hondonada llevando los esquejes. Creo que los dejé en el suelo. No me acuerdo bien, pero no es eso lo que importa. Antes de plantarlos, me incliné para remover la tierra, esperando encontrar algo de humedad y entonces, justo en el momento en que mi mano entró en contacto con el suelo, oí una voz.
Tarkov casi derribó la silla al ponerse en pie de un salto.
-¿Otra vez con tus voces, Irene?
-¿Te has enterado de lo que pasó en Valles Marineris?
-Sí. Steve me lo ha contado todo.
Al oírle, sentí una gran decepción: Steve no debía haberlo divulgado sin mi permiso. Luego pensé que yo tampoco se lo había prohibido expresamente, que quizá él se consideró obligado a incluirlo en el informe que sin duda tuvo que presentar a su superior. Al darme cuenta de que estaba buscándole excusas, me reí interiormente de mí misma. Mis sentimientos estaban demasiado claros.
-Naturalmente, tú no habrás creído una sola palabra.
-¿Por qué no? Sin duda tú oíste esas voces o te pareció oírlas, pero sólo salieron del interior de tu cerebro. No eres la primera persona a quien le ocurren esas cosas, especialmente cuando uno se encuentra en una situación peligrosa.
-Yo también había comenzado a dudar, pues Steve opinaba como tú, pero ahora estoy segura. Las voces son una realidad. No salen de mí misma, vienen de fuera.
-¡Espera un momento! Eso que has dicho tiene sentido. Me parece que ya he descubierto lo que pasa. ¡Alguien ha querido gastarte una broma! Sin duda recibiste un mensaje, pero fue por radio, desde la base. Ahora mismo vamos a averiguar quién ha sido.
Acompañando la acción a la palabra, Dimitri Tarkov salió de su despacho y se dirigió a la sección de comunicaciones. Media hora después estaba de regreso. Yo le había aguardado con paciencia, sin moverme de donde estaba, y al verle no tuve la menor dificultad en interpretar la expresión de su rostro.
-No has descubierto nada ¿verdad?
-No. Yo creí que había resuelto el enigma. Alguien que hubiera oído contar la historia de tus voces te habría hablado por radio para tomarte el pelo. Pero parece que no ha sido así. Hemos repasado cuidadosamente todas las grabaciones. No hay nada. Y no es posible que lo hayan borrado. Tampoco se puede desconectar la grabación.
-Podías haberte ahorrado el esfuerzo. Yo sabía perfectamente que no se trataba de una broma.
-¡Lo que nos faltaba! -exclamó Tarkov, paseando por la sala como un león enjaulado-. ¡Una nueva Juana de Arco, oyendo voces celestiales!
Me puse en pie lentamente. Si Dimitri quería tomárselo de esta manera, tendría que enfrentarse conmigo. Como primera medida para expresarle mi desaprobación, le retiré el tuteo.
-Señor Tarkov. Le ruego que no se confunda. No me compare con Juana de Arco, por favor. Yo no pretendo llegarle a la suela del zapato. Es cierto que he oído voces, pero no eran voces celestiales. Pertenecen a personas de carne y hueso.
Haciendo caso omiso de la forma deliberadamente cortés en que me dirigía a él, Dimitri continuó en la misma línea, medio burlona, medio despreciativa:
-¡Ah, ya vamos avanzando! ¿Así que sabes de dónde vienen las voces? ¡Adelante! Dímelo.
-Lo comprenderá usted cuando le repita el mensaje que he recibido.
-¡Ah, sí, es verdad! Se me había olvidado. Recibiste un mensaje. ¿Puedo saber cuál es?
-El mensaje es éste:
 
“VOSOTROS TENEIS LA INTENCION DE CAMBIAR LA ATMOSFERA DE ESTE PLANETA: HACERLA MAS DENSA Y MAS RICA EN OXIGENO. EL PRIMER PASO SE DARA DENTRO DE UN AÑO Y CINCUENTA DIAS. SI LO HACEIS, NOSOTROS MORIREMOS. TODAVIA ESTAIS A TIEMPO DE CAMBIAR VUESTROS PLANES Y EVITAR UNA TRAGEDIA”.
-¿Eso es todo? -preguntó Tarkov.
-Eso es todo -respondí, sentándome otra vez.
-¿Y tú qué piensas que significa?
-¿No es evidente? Es un mensaje de los marcianos. Se han enterado de que queremos alterar la composición de la atmósfera, y saben que eso los destruiría. Quieren que cambiemos nuestros planes.
-¡Vamos, Irene, no digas tonterías! ¡Marcianos, por favor! Todo el mundo sabe que no existen.
-Nadie ha podido demostrarlo. También se pensaba que no había vida en Marte, hasta que yo la descubrí. ¿Por qué no va a haber seres inteligentes?
-¿Y dónde están? Muy bien escondidos, sin duda, pues hasta ahora nadie ha podido verlos. ¿Por qué no se presentan? ¿Por qué sólo nos mandan mensajes a través de ti?
-No lo sé, pero así es.
-¡Ah, ya veo! Sin duda fueron los mismos marcianos los que te salvaron en Valles Marineris ¿no es verdad? Entonces ¿no hubo milagro? ¡Qué pena! Parece que, después de todo, Dios no tuvo nada que ver en ello.
-Dios tiene que ver en todo lo que ocurre y a menudo actúa a través de los hombres. ¿Por qué no iba a hacerlo a través de los marcianos?
-Es decir, que esos marcianos de que hablas mandaron la roca para señalarte el camino que tenías que seguir y, no contentos con eso, te hicieron oír su voz y te dieron instrucciones...
-Precisamente.
-¿Cómo estás tan segura?
-Porque me lo han dicho.
-¡Ah, de modo que ha habido otros mensajes!
-Sólo éste. Me he limitado a repetir la parte que le concierne a todo el mundo.
-¿Y cómo han podido trasladarse desde Valles Marineris hasta aquí? Deben de tener muy buenos vehículos. ¡Qué lástima que no los hayamos localizado! ¿O quizá no hizo falta que se trasladaran? ¿Acaso tienen medios de comunicación propios e indetectables?
-Señor Tarkov, me doy perfecta cuenta de que usted no cree en el mensaje ni en nada de lo que yo le digo, y que se limita a tomar a broma mis palabras. Lo siento. No era ése el concepto que yo tenía de usted.
Por primera vez desde que le conocía, Tarkov perdió el dominio de sus nervios y levantó la voz exasperado.
-¡Ya basta! ¡No quiero oír ni una palabra más! Haga usted el favor de volver a su trabajo inmediatamente. Y no se le ocurra enviar otra de sus noticias sensacionales a la Tierra. Si lo hace, tomaré mis medidas y tendrá que atenerse a las consecuencias. Tengo contactos suficientes para conseguir que la despidan y que ninguna cadena de televisión del mundo quiera contratarla. ¡Ah, otra cosa! El experimento para el que le concedí permiso ayer, queda cancelado. No volverá usted a salir sola de la base hasta nueva orden. ¿Qué está usted esperando?
No me moví de la silla. Sin dejarme amilanar por sus gritos, le dije, mirándole fijamente a los ojos:
-Entonces ¿no piensa usted hacer nada?
-¿Te parece poco lo que acabo de decirte? -respondió el jefe de la misión, volviendo a tutearme y controlando a duras penas su ira.
-Me refiero al mensaje. ¿No va usted a transmitirlo a la Tierra?
-Sería el hazmerreír de todos. No. Desde mi punto de vista, no se ha recibido ningún mensaje. Todo esto es pura imaginación tuya.
-¿Qué tengo que hacer para convencerle?
-Preséntame una prueba incontrovertible de la existencia de los marcianos. Si lo consigues, te creeré.
-Trataré de conseguirla -dije, poniéndome en pie y saliendo de la habitación.
*  *  *
-Y así están las cosas -terminé. Steve guardó silencio durante un buen rato.
-No me gusta nada la situación -dijo al fin-. Te has metido en un buen lío. Tarkov podría hacer buena su amenaza y acabar con tu carrera. Si te descuidas, podrían obligarte a volver a la Tierra e ingresarte en un sanatorio para enfermos mentales.
-¿Quieres decir que pueden creer que estoy loca?
-Exactamente.
-¿Y tú? ¿Qué piensas?
-No estoy seguro... -replicó, tratando de elegir bien las palabras. Pero, al ver la cara que ponía yo, se apresuró a añadir-: No me refiero a lo de que estés loca. Sé que no lo estás. Hablaba de la existencia de los marcianos.
-Pues ¿qué otra interpretación puede haber?
-No lo sé... No se me ocurre nada.
-¿Lo ves?
-Pero eso no quiere decir que no existan otras posibilidades. Compréndelo. Ponte en el lugar de Tarkov. ¿Te arriesgarías a quedar como un imbécil transmitiendo un mensaje así, sin ninguna prueba de que sea auténtico?
-¡Vaya, gracias! Quieres decir que lo que yo diga no sirve de nada ¿verdad? O que lo he podido inventar todo ¿no?
-No te enfades, Irene. Tú sabes muy bien que no quise decir eso. Estaba tratando de explicarte la situación desde el punto de vista de Tarkov.
-¡De acuerdo! Supongamos que Tarkov se arriesga a quedar como un imbécil si transmite el mensaje. Pero también se arriesga a convertirse en un asesino si no lo transmite. ¡Muy bien! Me pongo en su lugar. Yo preferiría mil veces lo primero que lo segundo.
-No le juzgues tan mal. Trata de comprenderle. Al fin y al cabo, él no ha oído voces, como tú. Sólo ha recibido el mensaje de segunda mano.
-En fin, que tú te pones de su parte.
Steve movió la cabeza negativamente, con énfasis.
-Tú sabes muy bien que yo haría cualquier cosa por ti y que te defenderé hasta el final, cueste lo que cueste.
En cualquier otra circunstancia, estas palabras de Steve me habrían hecho estallar de gozo. Pero, después de lo ocurrido aquella mañana, había comprendido que existen cosas mucho más importantes que la propia felicidad.
-Entonces ¿me ayudarás a buscar esa prueba?
-Te ayudaré. ¿Qué tengo que hacer?
-Convence a Tarkov para que me deje volver a la hondonada. Sólo así podré ponerme en comunicación con los marcianos.
-¿Por qué? ¿Acaso no pueden comunicarse contigo aquí?
-No lo sé, pero es posible que no. Sólo he oído esas voces en sitios muy concretos. En Valles Marineris, cuando estaba tendida en el suelo. Y en la hondonada, sólo duraron mientras yo tenía la mano hundida en el polvo. Cuando me puse en pie, desaparecieron. Es posible que sea necesario mantener algún tipo de contacto físico para que se establezca la comunicación.
-Pues me temo que va a resultar difícil conseguir que salgas de la base. Por lo que me has contado, Tarkov debe de estar muy enfadado.
-Si lo está, comete una injusticia. Yo no le he dado motivo.
-Supongo que no tendré más remedio que ir contigo, pues a ti no va a dejarte volver sola. ¿Qué podría decirle para que nos diera permiso? Porque, si le digo que quieres ponerte en comunicación con los marcianos, me echará inmediatamente con cajas destempladas.
-No lo sé. No se me ocurre nada.
Los dos meditamos en silencio unos instantes. De pronto, Steve exclamó:
-¡Ya lo tengo! Le diré que vamos a recoger esos esquejes, los que tú te dejaste olvidados. Creo que la excusa servirá.
-¿Y no se opondrá a que vaya yo a buscarlos? Eso lo puede hacer cualquiera.
-¿Quién iba a ir? ¡Están todos tan ocupados...!
-Tú, por ejemplo. Al fin y al cabo, a mí me dejó ir sola.
-Sí, pero ahora está arrepentido de haberlo consentido. Sin duda, durante las próximas semanas, será mucho más estricto en el cumplimiento del reglamento. No. Creo que aceptará que vayamos los dos.
-¿Cuándo vas a preguntárselo?
-Ahora mismo. Espera aquí, volveré en seguida.
Steve estuvo ausente poco más de diez minutos. Y, cuando volvió, su sonrisa me indicó antes que sus palabras que el intento había dado resultado.
-No ha puesto ninguna dificultad. Sólo insistió en que yo te acompañe. Y en otra cosa. ¿No te enfadarás si te lo digo?
-Te lo prometo.
-Quiere que te vigile para que no se te ocurra enviar la noticia a la Tierra. Después de la otra vez, no se fía de ti.
No pude contener una sonrisa.
-No enviaré nada... por el momento. Sería prematuro. ¿Podemos irnos ya?
-No, será mejor aguardar a mañana por la mañana. Casi se ha puesto el sol. Y no creo que tus amigos te esperen tan pronto.
Miré a Steve atentamente, preguntándome si estaba hablando en broma, pero no vi indicios de ello: sus ojos no traicionaban la menor señal de burla. “Estoy volviéndome demasiado susceptible” pensé.
-Está bien -dije-. Iremos mañana. No creo que pueda dormir, pero tienes razón. No serviría de nada tratar de apresurarse. Yo no tengo el control. Lo tienen ellos.

 

¿Has encontrado algun error? Déjalo en los comentarios
Comments

Comentarios

Show Comments