28

Ángel de la Destrucción

Ala mañana siguiente, Xavier volvió a pasar por casa antes del colegio para desayunar con nosotros. Mientras comíamos, Gabriel intentó calmarlo un poco. Xavier estaba furioso por la duplicidad de Jake y totalmente decidido a arreglarle las cuentas. Pretendía hacerlo sin ayuda, cosa que Gabriel quería evitar a toda costa, porque no conocíamos el verdadero alcance de sus poderes.

—Hagas lo que hagas, no debes enfrentarte con él —le dijo mi hermano, muy serio.

Xavier lo miró por encima de su taza de café.

—Él amenazó a Beth —dijo, poniéndose tenso—. La violentó. No podemos permitir que se salga con la suya.

—Jake no es como los demás. No debes intentar encargarte tú solo. No sabemos de qué es capaz.

—Tan peligroso no será. Es bastante esmirriado —masculló él.

Ivy le lanzó una mirada severa.

—Su apariencia no tiene nada que ver, ya lo sabes.

—¿Qué queréis que hagamos entonces? —preguntó Xavier.

—No podemos hacer nada —contestó Gabriel—. No sin llamar la atención más de lo que deseamos. Sólo podemos esperar que no tenga intención de hacer daño.

Xavier soltó una seca risotada y miró a Gabriel fijamente.

—¿Hablas en serio?

—Totalmente.

—¿Y qué hay de lo que hizo en el baile?

—Yo no diría que eso sea una prueba —respondió Gabriel.

—¿Y el accidente de la cocinera con la freidora? —intervine yo—. ¿Y aquel choque de coches al principio del trimestre?

—¿De veras crees que Jake tuvo algo que ver en esos casos? —preguntó Ivy—. Ni siquiera estaba en el colegio cuando se produjo el choque.

—Sólo hacía falta que estuviera en el pueblo —dije—. Y desde luego estaba en la cafetería aquel día; yo pasé por su lado.

—He leído que una barca sufrió hace dos días un accidente en el embarcadero —añadió Xavier—. Y ha habido últimamente un par de incendios provocados por algún pirómano, según el periódico. Nunca había ocurrido nada parecido en esta zona.

Gabriel apoyó la cabeza en las manos.

—Dejádmelo pensar bien.

—Hay más —lo interrumpí, sintiéndome culpable por aportar tan malas noticias—. Tiene seguidores. Siempre le van detrás, vaya donde vaya, y se comportan como si fuera su líder. Al principio eran sólo unos pocos, pero cada vez son más.

—Beth, ve a prepararte para ir al colegio —dijo Gabriel en voz baja.

—Pero…

—Ve —insistió—. Ivy y yo tenemos que hablar.

La popularidad de Jake Thorn aumentó con alarmante velocidad después del baile de promoción, y el número de sus seguidores se dobló. Cuando volví a asistir al colegio, advertí que todos ellos andaban por ahí como drogatas, con la mirada perdida, las pupilas dilatadas y las manos hundidas en los bolsillos. Sus rostros sólo parecían animarse cuando veían a Jake y entonces adoptaban una expresión inquietante de adoración. Daba la impresión de que se arrojarían al mar y se ahogarían si él se lo ordenaba.

Empezaron a aumentar también los actos de vandalismo indiscriminado. Las puertas de la iglesia de Saint Mark’s fueron profanadas con pintadas obscenas y las ventanas de las oficinas municipales resultaron destrozadas por un grupo de gamberros provistos de explosivos caseros. La residencia Fairhaven informó de una grave intoxicación alimentaria y muchos de sus residentes tuvieron que ser trasladados al hospital.

Y resultaba que Jake Thorn siempre andaba cerca cuando se producía un desastre: nunca implicado directamente, pero sí al menos en calidad de observador. A mí me parecía que estaba empeñado en causar dolor y sufrimiento, y no podía evitar pensar que su motivo era la venganza. ¿Pretendía mostrar así las consecuencias de mi rechazo?

El jueves por la tarde decidí salir más pronto del colegio y pasar a recoger a Phantom por la peluquería canina. Gabriel no había ido a dar clases ese día. Había llamado diciendo que estaba enfermo, aunque la verdad era que tanto él como Ivy estaban recuperando energías después de una semana entera dedicada a arreglar los estropicios de Jake. No estaban acostumbrados a tanta actividad y, a pesar de su vigor, el esfuerzo constante los había dejado extenuados.

Acababa de recoger mi mochila y me dirigía a la salida, donde me esperaba Xavier con su coche, cuando vi a un montón de gente a mitad de pasillo, justo frente al baño de chicas. Algo en mi interior me advirtió que me mantuviera alejada, pero el instinto y la curiosidad me impulsaron a acercarme. Los alumnos se agolpaban, cuchicheando. Vi que algunos lloraban. Una chica sollozaba con la cara pegada a la camiseta de uno de los mayores, que andaba con el uniforme de hockey. Sin duda lo habían sacado a toda prisa del entrenamiento. Ahora permanecía allí plantado, ante la puerta del baño, con una expresión de incredulidad y angustia en la cara.

Me abrí paso entre la gente como avanzando a cámara lenta y con la sensación de estar desconectada de mi propio cuerpo: como si viera las cosas mentalmente o desde la perspectiva de un espectador de televisión. Mezclados con la multitud vi a algunos miembros del grupo de Jake Thorn. Eran fáciles de identificar por su expresión vacía y sus ropas negras. Algunos me miraron mientras pasaba y advertí que todos tenían los ojos idénticos: grandes, profundos y negros como la noche.

Al acercarme al baño, vi al doctor Chester acompañado de dos agentes de policía. Uno de ellos estaba hablando con Jake Thorn, quien había adoptado una máscara de seriedad y preocupación. Sus ojos felinos, sin embargo, relucían peligrosamente y sus labios se curvaban de un modo casi imperceptible, como si estuviera deseando hundirle los colmillos en el cuello al policía. Tuve la sensación de ser la única que detectaba la amenaza agazapada bajo su expresión. Los demás veían a un chico inocente por los cuatro costados. Me acerqué un poco más para escuchar la conversación.

—No me cabe en la cabeza cómo puede haber ocurrido en un colegio como este —le oí decir a Jake—. Ha sido una verdadera conmoción para nosotros.

Entonces cambió de posición y ya no pude pescar gran cosa, sólo algunas palabras sueltas: «tragedia», «nadie cerca», «informar a la familia». El agente asintió por fin y Jake se dio media vuelta. Noté que sus seguidores se miraban entre sí, con un brillo irónico en los ojos y una sonrisa apenas esbozada en los labios. Tenían un aspecto voraz, casi hambriento, y todos parecían secretamente satisfechos.

Jake hizo una seña y ellos empezaron a apartarse con disimulo de la multitud. Habría querido gritar que alguien los detuviera, avisar a todo el mundo de lo peligrosos que eran, pero no me salía la voz.

Súbitamente, como si una fuerza invisible me hubiera empujado, me encontré junto a la puerta abierta del baño. Había dos enfermeros alzando una camilla cubierta con una sábana azul. Me fijé en una mancha roja que había empezado a formarse, que iba creciendo progresivamente y extendiéndose por la tela como un ser vivo. Y colgando fuera de la sábana, vi una mano lívida. Las puntas de los dedos ya tenían un tono azulado.

Sentí una oleada de miedo y de dolor que me dejó sin aliento. Pero esos sentimientos no eran míos, sino de otra persona: la chica de la camilla. Sentí que sus manos agarraban el mango de un cuchillo. Sentí el miedo que se mezclaba en su mente con la impotencia mientras una compulsión misteriosa guiaba la hoja del cuchillo hacia su garganta. Ella se resistía, pero era como si no pudiera controlar su propio cuerpo. Sentí el acceso de pánico que la recorrió cuando el frío metal rebanó su piel y oí la carcajada cruel que resonó en su cerebro. Lo último que vi fue su cara. Fulguró en mi campo visual como un relámpago. La conocía muy bien. ¿Cuántas veces la había tenido a mi lado a la hora del almuerzo y había escuchado sus cotilleos interminables? ¿Cuántas veces me había reído con sus payasadas y había seguido sus consejos? La cara de Taylah se me había quedado grabada a fuego en el cerebro. Sentí que su cuerpo se tambaleaba; sentí que boqueaba buscando aire mientras la sangre salía burbujeando por la raja de su garganta y se deslizaba por su cuello. Vi el terror, el pánico espantoso en sus ojos antes de que se le volvieran vidriosos y se desplomara muerta en el suelo. Abrí la boca para gritar, pero no me salía ningún sonido.

Justo cuando empezaba a temblar violentamente, alguien se me puso delante y me agarró de los hombros. Sofoqué un grito y traté de zafarme en vano. Levanté la vista, esperando encontrarme unos ojos ardientes y unas mejillas hundidas. Pero no: era Xavier quien me envolvía ya en sus brazos y me arrastraba lejos de la multitud hacia el aire libre.

—No —dije, todavía hablando conmigo misma—. No, por favor…

Con un brazo alrededor de mi cintura, Xavier me llevó casi en volandas hasta su coche, porque parecía que yo no recordara siquiera cómo caminar.

—Tranquila —me dijo, poniéndome una mano en la cara y mirándome a los ojos—. Todo se arreglará.

—No puede ser… era… esa chica era…

Me ardían las lágrimas en los ojos.

—Sube al coche, Beth —me dijo, abriendo la puerta de un tirón y ayudándome a subir.

—¡Jake es el responsable! —grité mientras arrancaba. Parecía tener mucha prisa por llegar a casa y hablar con Ivy y Gabriel. Bien pensado, yo también. Ellos sabrían qué debíamos hacer.

—La policía lo considera un suicidio —me dijo Xavier, tajante—. Es una tragedia, pero Jake no tiene nada que ver. De hecho, ha sido él quien ha advertido su ausencia y ha dado la alarma.

—No. —Sacudí la cabeza con vehemencia—. Taylah jamás haría algo así. Jake ha intervenido de algún modo.

Xavier no parecía muy convencido.

—Jake podrá ser muchas cosas, pero no es un asesino.

—No lo comprendes. —Me sequé las lágrimas—. Yo lo he visto todo. Como si hubiera estado presente mientras sucedía.

—¿Qué? —Xavier se volvió hacia mí—. ¿Cómo?

—Cuando he visto su cuerpo, ha sido como si me convirtiera de repente en la víctima —le expliqué—. Se cortó la garganta, pero ella en realidad no quería. Lo hizo obligada. Él la tenía controlada y se echó a reír cuando murió. Era Jake, lo sé.

Xavier entornó los ojos y meneó la cabeza.

—¿Estás segura?

—Lo he percibido, Xav. Ha sido él.

Los dos nos quedamos callados unos instantes.

—¿Qué ha sucedido una vez que ella ha muerto? —pregunté—. Eso no he llegado a verlo.

Xavier me miró afligido, aunque su voz sonaba impasible.

—La han encontrado en el baño. Es lo único que sé. Ha entrado una chica y la ha visto tirada en un charco de sangre. Sólo había un cuchillo de cocina a su lado —dijo.

Sujetaba el volante con tanta fuerza que se le habían puesto blancos los nudillos.

—¿Por qué crees que la habrá elegido Jake?

—Supongo que simplemente ha tenido mala suerte —respondió Xavier—. Estaba en el lugar y en el momento equivocado. Ya sé que era amiga tuya, Beth. No sabes cómo siento que haya ocurrido algo así.

—¿Es por culpa nuestra? —murmuré—. ¿Lo ha hecho para vengarse de nosotros?

—Lo ha hecho porque es un enfermo —respondió. Miraba la calzada sin pestañear, como tratando de contenerse—. Ojalá no hubieras estado allí ni hubieras visto nada.

Sonaba furioso, aunque yo sabía que no era conmigo.

—He visto cosas peores.

—¿En serio?

—En el lugar de donde vengo vemos muchas cosas malas —le expliqué. Aunque no le conté lo distinto que era vivir personalmente la pérdida en la Tierra, cuando la víctima era amiga tuya y el dolor se multiplicaba por diez—. ¿Tú también la conocías?

—Llevo en este colegio desde primer grado. Conozco a todo el mundo.

—Lo siento. —Le puse la mano en el hombro.

—Yo también.

Gabriel e Ivy ya se habían enterado cuando llegamos a casa.

—Hemos de actuar ya —dijo Ivy—. Esto ha ido demasiado lejos.

—¿Y qué propones? —le preguntó Gabriel.

—Tenemos que detenerlo. Destruirlo, si es necesario.

—No podemos destruirlo así como así. No podemos quitar una vida sin motivo.

—¡Pero si él le ha quitado la vida a otra persona! —grité.

—Bethany, no podemos hacerle daño mientras tengamos dudas sobre quién o qué es. Así que, por mucho que lo deseemos, cualquier enfrentamiento está descartado por ahora.

—Quizá vosotros no podáis hacerle daño —dijo Xavier—, pero yo sí. Dejadme pelear con él.

La expresión de Gabriel era inflexible.

—A Bethany no le servirás de nada muerto —dijo, cortante.

—¡Gabe! —exclamé, angustiada ante la idea de que alguien tocase a Xavier. Sabía que era capaz de meterse de cabeza en una pelea si creía que así iba a protegerme.

—Soy más fuerte que él —dijo Xavier—. De eso estoy seguro; déjame hacerlo.

Ivy le puso una mano en el hombro.

—Tú no sabes con qué nos enfrentamos en la persona de Jake Thorn —murmuró.

—Es sólo un tío —repuso Xavier—. Tan terrible no puede ser.

—No es sólo un chico —dijo Ivy—. Hemos detectado su aura y se está volviendo más fuerte. Es un aliado de fuerzas oscuras que ningún humano puede comprender.

—¿Qué me estás diciendo?, ¿que es un demonio? —replicó con incredulidad—. Imposible.

—Tú crees en los ángeles. ¿Tan difícil es contemplar la posibilidad de que tengamos un equivalente maligno? —preguntó Gabriel.

—He procurado no pensarlo —contestó Xavier.

—De igual modo que hay un Cielo, hay un Infierno, no lo dudes —le dijo Ivy suavemente.

—Entonces, ¿creéis que Jake Thorn es un demonio? —susurré.

—Creemos que podría ser agente de Lucifer —contestó Gabriel—. Pero necesitamos pruebas antes de actuar para detenerlo.

La prueba llegó aquella misma tarde, cuando deshice al cabo de un rato la mochila del colegio. Había un rollo de papel encajado en la cremallera. Lo desenrollé y distinguí en el acto la letra inconfundible de Jake:

Cuando las lágrimas de los ángeles inunden la Tierra,

Recobrarán las puertas del Infierno toda su fuerza.

Cuando la desaparición de los ángeles sea inminente

El muchacho humano encontrará la muerte.

Sentí bruscamente un nudo en la garganta. Jake amenazaba a Xavier. Su venganza ya no era sólo contra mí.

Agarré a Xavier del brazo. Sentía bajo mis dedos sus músculos vigorosos. Pero se trataba sólo de fuerza humana.

—¿Esto no te parece prueba suficiente? —le preguntó Xavier a mi hermano.

—Es un poema, nada más —replicó Gabriel—. Escucha, yo creo que Jake está detrás del asesinato y de los demás accidentes. Creo que quiere causar estragos. Pero necesito pruebas concretas para actuar. Las leyes del Reino así lo exigen.

—¿Y entonces qué harás?

—Lo que sea necesario para mantener la paz.

—¿Incluso si ello implica matarlo? —dijo Xavier abiertamente.

—Sí —fue la respuesta glacial de Gabriel—. Porque si es lo que sospechamos, quitarle su vida humana lo enviará de vuelta al lugar del que procede.

Xavier reflexionó un momento y luego asintió.

—Pero ¿qué es lo que quiere de Beth? ¿Qué puede darle ella?

—Beth lo rechazó —dijo Gabriel—. Y alguien como Jake Thorn está acostumbrado a conseguir lo que quiere. Su vanidad está herida ahora mismo.

Removí los pies, inquieta.

—Me dijo que llevaba siglos buscándome…

—¿Eso te dijo? —estalló Xavier—. ¿Qué se supone que significa?

Gabriel e Ivy se miraron, inquietos.

—Los demonios buscan con frecuencia a algún humano para hacerlo suyo —dijo Ivy—. Es su versión retorcida del amor, me figuro. Atraen a los humanos al inframundo y los obligan a permanecer allí. Con el tiempo, estos acaban corrompidos e incluso desarrollan sentimientos hacia sus opresores.

—Pero ¿para qué? —dijo Xavier—. ¿Acaso los demonios pueden tener sentimientos?

—Es sobre todo para disgustar a Nuestro Padre —dijo Ivy—. La corrupción de Sus criaturas le causa una gran angustia.

—¡Pero yo ni siquiera soy humana! —dije.

—¡Exacto! —respondió Gabriel—. ¿Qué mejor trofeo que un ángel con forma humana? Capturarnos a uno de nosotros sería la victoria suprema.

—¿Beth corre peligro? —Xavier se me acercó más.

—Todos podríamos correr peligro —dijo Gabriel—. Ten paciencia. Nuestro Padre nos mostrará el camino a su debido tiempo.

Insistí en que Xavier se quedara aquella noche con nosotros y, después de ver el mensaje de Jake, Ivy y Gabriel no pusieron ninguna objeción. Aunque no lo dijeran, vi que les preocupaba la seguridad de Xavier. Jake era imprevisible, como un artilugio pirotécnico que puede estallar en cualquier momento.

Xavier llamó a sus padres y les dijo que se quedaba a dormir en casa de un amigo para acabar de preparar el examen del día siguiente. Su madre nunca le habría dejado si hubiera sabido que se trataba de mi casa; era demasiado conservadora para eso. No cabía duda de que se habría llevado a las mil maravillas con Gabriel.

Les dimos las buenas noches a mis hermanos y subimos a mi habitación. Xavier permaneció en el balcón mientras yo me duchaba y me lavaba los dientes. No le pregunté en qué estaba pensando ni si estaba tan asustado como yo. Sabía que jamás lo reconocería, al menos ante mí. Para dormir, se quedó con los calzoncillos y la camiseta que llevaba debajo. Yo me puse unas mallas y una camiseta holgada.

No nos dijimos gran cosa esa noche. Yo permanecí tendida, escuchando el murmullo regular de su respiración y notando cómo subía y bajaba su pecho. Con su cuerpo curvado sobre el mío y sus brazos envolviéndome, me sentía segura. Aunque Xavier fuera sólo humano, me daba la impresión de que podía protegerme de cualquier cosa. No me habría asustado aunque hubiera aparecido un dragón echando fuego por la boca, sencillamente porque sabía que Xavier estaba conmigo. Me pregunté por un instante si no esperaba demasiado de él, pero enseguida dejé la idea de lado.

Me desperté a media noche aterrorizada por un sueño que no recordaba. Xavier yacía a mi lado. ¡Estaba tan guapo cuando dormía! Con aquellos labios perfectos entreabiertos, el pelo despeinado sobre la almohada y su pecho bronceado subiendo y bajando mientras respiraba… Me acabó dominando mi ansiedad y lo desperté. Abrió en el acto los ojos. Se le veían de un azul asombroso incluso a la luz de la luna.

—¿Qué es eso? —susurré. Me había parecido ver una sombra—. Allí, ¿lo ves?

Sin dejar de rodearme con el brazo, Xavier se incorporó y miró alrededor.

—¿Dónde? —dijo, todavía con voz soñolienta. Le señalé el rincón más alejado de la habitación. Xavier se levantó de la cama y fue a donde le había indicado—. ¿Aquí? Yo juraría que esto es un perchero.

Asentí, aunque enseguida pensé que él no me veía en la oscuridad.

—Me ha parecido ver a alguien ahí —le dije—. Un hombre con un abrigo largo y con sombrero.

Dicho en voz alta, sonaba todavía más absurdo.

—Me parece que ves fantasmas, cielo. —Xavier bostezó y empujó el perchero con el pie—. Sí, no hay duda, un perchero.

—Perdona —le dije cuando volvió a la cama, mientras me dejaba envolver en la calidez de su cuerpo.

—No tengas miedo —murmuró—. Nadie va a hacerte daño mientras yo esté aquí.

Le hice caso y, al cabo de un rato, dejé de pensar en ruidos y movimientos furtivos.

—Te quiero —dijo Xavier, mientras se iba adormilando.

—Yo te quiero más —respondí, juguetona.

—Imposible —dijo, otra vez despierto—. Soy más corpulento, me cabe más amor en el depósito.

—Yo soy más pequeña, pero las partículas amorosas las tengo comprimidas, lo cual significa que contengo muchas más.

Xavier se echó a reír.

—Ese argumento es absurdo. Desestimado.

—Me baso en lo mucho que te echo de menos cuando no estás a mi lado —contraataqué.

—¿Cómo puedes saber cuánto te echo yo de menos? —me dijo—. ¿Es que tienes un contador incorporado para medirlo?

—Claro que lo tengo. Soy una chica.

Me fui durmiendo, reconfortada por el contacto de su pecho en mi espalda. Notaba su aliento en la nuca. Acariciaba la suave piel de sus brazos, dorada por tantas horas al aire libre. A la luz de la luna distinguía cada pelo, cada vena, cada lunar. Me encantaba todo, cada centímetro. Y ese fue mi último pensamiento antes de quedarme dormida. El miedo me había abandonado del todo.




29

Una amiga en apuros

El recuerdo de Taylah pobló mis sueños. La vi convertida en un fantasma desprovisto de rostro y con unas manos ensangrentadas que aferraban el aire inútilmente. Luego me encontré en el interior de su cuerpo, tirada en un pegajoso charco de sangre caliente. Oía cómo goteaban los grifos del baño mientras ella se deslizaba en brazos de la muerte. Después sentí el dolor, la pena abrumadora de su familia. Se culpaban por no haber advertido su depresión; se preguntaban si podrían haber evitado aquel desenlace. Jake aparecía en el sueño también, siempre en un rincón, casi fuera de foco, riéndose en voz baja.

A la mañana siguiente, al despertarme, me encontré con las mantas revueltas y un hueco a mi lado. Aún percibía vagamente la fragancia de Xavier si restregaba la cara por la almohada donde había reposado su cabeza. Me levanté y abrí las cortinas, dejando que el sol derramara sus rayos dorados.

Abajo, en la cocina, era Xavier y no Gabriel quien estaba preparando el desayuno. Se había puesto los tejanos y una camiseta y estaba algo despeinado. Se le veía la cara despejada y preciosa mientras cascaba los huevos en una sartén.

—He pensado que no estaría de más un buen desayuno —dijo al verme.

Gabriel e Ivy ya estaban en la mesa del comedor, cada uno con un plato hasta los topes de huevos revueltos con tostadas de pan de masa fermentada.

—Está buenísimo —dijo Ivy entre dos bocados—. ¿Cómo aprendiste a cocinar?

—No he tenido más remedio que aprender —dijo Xavier—. Aparte de mamá, en casa todos son unos inútiles en la cocina. Si ella se quedaba trabajando en la clínica hasta muy tarde, acababan pidiendo una pizza o comiendo cualquier cosa que dijera en la etiqueta: «añadir agua y remover». Así que ahora yo cocino para todos cuando mamá no está en casa.

—Xavier es un hombre de recursos —les dije a Ivy y Gabe, muy ufana.

Era verdad. A mí misma me maravillaba que, habiendo pasado sólo una noche en casa, se hubiera integrado con tanta facilidad en nuestra pequeña familia. No daba la sensación de que tuviéramos un invitado; ya se había convertido en uno de nosotros. Incluso Gabriel parecía haberlo aceptado y le había encontrado una camisa blanca para ir al colegio.

No se me pasó por alto que todos evitábamos referirnos a lo que había sucedido la tarde anterior. Yo, desde luego, trataba de mantener a raya mis recuerdos.

—Ya sé que lo de ayer fue una conmoción espantosa para todos —dijo Ivy por fin—. Pero vamos a afrontar la situación.

—¿Cómo? —pregunté.

—Nuestro Padre nos mostrará el camino.

—Confío en que lo haga pronto, antes de que sea demasiado tarde —masculló Xavier por lo bajini, pero sólo yo lo escuché.

El suicidio de Taylah había provocado una consternación general en el colegio. Aunque las clases no se interrumpieron para tratar de mantener la normalidad, todo parecía funcionar a medio gas. Habían enviado cartas a todos los padres ofreciendo atención psicológica y pidiendo que dieran todo el apoyo posible a sus hijos. Todo el mundo se movía con sigilo, para no alterar el silencio ni mostrarse insensible. La ausencia de Jake Thorn y sus amigos era patente.

A media mañana nos convocaron a una asamblea y el doctor Chester nos explicó que las autoridades del colegio ignoraban lo que había sucedido, pero que habían dejado todas las investigaciones en manos de la policía. Luego su voz adoptó un tono más práctico.

—La pérdida de Taylah McIntosh representa una trágica conmoción. Era una alumna y una amiga excelente y se la echará mucho de menos. Si cualquiera de vosotros desea hablar sobre lo ocurrido, que le pida hora a la señorita Hirche, nuestra consejera escolar, que es de total confianza.

—Compadezco al director —dijo Xavier—. Ha recibido llamadas toda la mañana. Los padres están enloquecidos.

—¿Qué quieres decir?

—Los colegios se hunden por accidentes como este —me dijo—. Todo el mundo quiere saber qué sucedió y por qué la escuela no hizo más para prevenirlo. La gente está empezando a preocuparse por sus propios hijos.

Yo me indigné.

—¡Pero si no ha tenido nada que ver con el colegio!

—Seguro que los padres no piensan lo mismo.

Después de la asamblea, Molly se me acercó con los ojos hinchados y enrojecidos. Xavier se dio cuenta de que quería hablar a solas y se excusó para irse a un partido de waterpolo.

—¿Cómo lo llevas? —le pregunté, tomándola de la mano. Molly sacudió la cabeza y las lágrimas empezaron a rodarle otra vez por las mejillas.

—Me resulta tan raro estar aquí —dijo con voz ahogada—. Ya no es lo mismo sin ella.

—Lo sé —murmuré.

—No lo entiendo. No puedo creer que fuera capaz de algo así. ¿Por qué no habló conmigo? Ni siquiera sabía que estaba deprimida. ¡Soy la peor amiga del mundo! —Soltó un sollozo y me apresuré a abrazarla. Parecía que fuera a desmoronarse si no la sujetaban.

—La culpa no es tuya —dije—. A veces ocurren cosas que nadie habría podido prever.

—Pero…

—No —la corté—. Créeme. Tú no podrías haber hecho nada para impedirlo.

—Ojalá pudiera creerlo —susurró Molly—. ¿Te han contado que la encontraron en un charco enorme de sangre? Parece sacado de una película de terror.

—Sí —musité. Lo último que deseaba era revivir la experiencia—. Molly, deberías hablar con un psicólogo. A lo mejor te ayudaría.

—No. —Molly meneó la cabeza con energía y soltó una risa estridente e histérica—. Quiero olvidarlo todo. Incluso que ella llegó a estar aquí.

—Pero no puedes fingir que no ha pasado nada.

—Mírame —dijo, adoptando un tono falsamente alegre y vivaz—. El otro día me pasó algo agradable, de hecho.

Sonrió, todavía con los ojos brillantes de lágrimas. Daba espanto mirarla.

—¿Qué? —le pregunté, pensando que quizás abandonaría la farsa si le seguía la corriente.

—Bueno, resulta que Jake Thorn está en mi clase de informática.

—Ah —dije, estupefacta ante el derrotero siniestro que tomaba la conversación—. Fantástico.

—Sí, la verdad —respondió—. Me ha pedido que salga con él.

—¿Cómo? —exclamé, mirándola a la cara.

—Ya —dijo—. Yo tampoco podía creérmelo.

Era obvio que la conmoción la había trastornado. Se aferraba a cualquier distracción con tal de sacarse de la cabeza la pérdida que había sufrido.

—¿Y tú qué les ha dicho?

Se echó a reír brutalmente.

—No seas idiota, Beth. ¿Qué crees que le he dicho? Vamos a salir el domingo con unos amigos suyos. Ah, se me olvidaba… ¿A ti te da igual?, digo, después de lo que pasó en el baile de promoción. Porque me dijiste que no sentías nada por él…

—¡No! O sea, claro que no siento nada por él.

—Entonces, ¿no te importa?

—Sí me importa, Molly, aunque no por lo que tú crees. Jake es mal asunto, no puedes salir con él. ¿Y quieres dejar de actuar como si no pasara nada?

Había levantado la voz una octava más de lo normal y sonaba desquiciada. Molly me miraba, perpleja.

—¿Qué problema hay? ¿Por qué te pones tan rara? Creía que te alegrarías por mí.

—Ay, Molly. Me alegraría si salieras con cualquier otro —grité—. No puedes fiarte de él, seguro que de eso te has dado cuenta. No hace más que crear conflictos.

Ella se puso a la defensiva.

—No te cae bien porque tú y Xavier os peleasteis por su culpa —dijo acaloradamente.

—No es verdad. No me fío de él, ¡y tú no piensas con claridad!

—A lo mejor estás celosa porque es único —me espetó Molly—. Él mismo me decía que hay gente así.

—¿Cómo? —farfullé—. ¡Eso es absurdo!

—Para nada —replicó Molly—. Lo que pasa es que te has creído que sólo tú y Xavier merecéis ser felices. Yo también lo merezco, Beth. Sobre todo ahora.

—Molly, no seas loca. Por supuesto que no creo eso.

—Entonces, ¿por qué no quieres que salga con él?

—Porque Jake me da miedo —le dije con franqueza—. Y no quiero verte cometer un inmenso error sólo porque lo de Taylah te ha dejado trastornada.

Ella no parecía escucharme.

—¿Lo quieres para ti? ¿Es eso? Bueno, pues no puedes quedarte con todos, Beth. Tendrás que dejarnos algunos a las demás.

—No quiero ni verlo cerca de mí. Ni tampoco de ti…

—¿Por qué no?

—¡Porque él mató a Taylah! —chillé.

Molly se detuvo y me miró con unos ojos como platos. Ni yo misma podía creer que hubiera dicho aquello en voz alta, pero si servía para que Molly entrara en razón, si podía salvarla así de caer en las garras de Jake, lo daba por bien empleado.

Tras una pausa, sin embargo, entornó los ojos y retrocedió.

—Has perdido la chaveta —siseó.

—¡Espera, Molly! —grité—. Escúchame…

—¡No! No quiero escucharlo. Puedes odiar a Jake todo lo que quieras, pero yo voy a salir con él igualmente, porque me da la gana. Es el tipo más alucinante que he conocido y no pienso dejar pasar la oportunidad sólo porque tú estés sufriendo un ataque de histeria. —Me miró con los ojos entornados—. Y para tú información, dice que eres una zorra.

Ya abría la boca para replicar cuando se alzó repentinamente una sombra y apareció Jake junto a Molly. Mientras la rodeaba con un brazo y la atraía hacia sí, me lanzó una mirada lasciva. Ella soltó una risita y hundió la cabeza en su pecho.

—La envidia es un pecado mortal, Bethany —ronroneó Jake. Tenía los ojos complemente negros ahora, hasta tal punto que ya no distinguía la pupila del iris—. Tú deberías saberlo. ¿Por qué no tienes la elegancia de felicitar a Molly?

—O de empezar a escribir su elogio fúnebre —le espeté.

—Bueno, bueno. Eso es un golpe bajo —dijo—. No te preocupes. Cuidaré de tu amiga. Al parecer, tenemos mucho en común.

Se dio media vuelta y se llevó a Molly con él. La miré alejarse mientras el viento agitaba sus rizos rojizos.

Me pasé el resto de la tarde buscándola desesperadamente para explicarle las cosas de una manera que pudiera entender, pero no la encontraba por ninguna parte. Le conté a Xavier lo sucedido y vi que se le ponía el rostro en tensión a medida que reproducía nuestro diálogo. La buscamos por todo el colegio y, a cada aula que registrábamos en vano, sentía que las entrañas se me retorcían de ansiedad. Cuando empecé a respirar agitadamente, Xavier me obligó a sentarme en un banco.

—Calma, calma —dijo, mirándome a los ojos—. No le pasará nada. Todo se va a arreglar.

—¿Cómo? —pregunté—. ¡Él es peligroso! ¡Totalmente imprevisible! Ya sé lo que pretende. Quiere llegar a mí a través de ella. Sabe que es mi amiga.

Xavier se sentó a mi lado.

—Piensa un momento, Beth. Jake Thorn todavía no le ha hecho daño a nadie de su círculo. Quiere reclutar gente: a eso se dedica. Mientras Molly esté de su lado, no le hará nada.

—Tú no puedes saberlo. Es del todo impredecible.

—Aunque lo sea, no le hará daño —dijo Xavier—. Hemos de andarnos con ojo; no podemos perder la cabeza. Es muy fácil dejarse llevar por el pánico después de lo ocurrido.

—Entonces, ¿qué crees que debemos hacer?

—Creo que Jake nos ha dado a lo mejor una pista para encontrar la prueba que necesita Gabriel.

—¿En serio?

—¿Te ha dicho Molly a dónde iba a llevarla?

—Sólo me ha dicho que sería el domingo… y que iban a salir con algunos amigos de él.

Xavier asintió.

—Vale. Venus Cove no es tan grande. Averiguaremos a dónde van y los seguiremos.

Al llegar a casa, les explicamos la situación a Ivy y Gabriel. La cuestión era averiguar a dónde iba a llevarse Jake a Molly. Podía ser a cualquier parte del pueblo y no podíamos permitirnos ningún error. Era nuestra ocasión para ver qué se proponía y no queríamos pifiarla.

—¿Dónde podría ser? —murmuró Ivy con aire pensativo—. Naturalmente, están todos los sitios normales del pueblo, como el cine, Sweethearts, la pista de bolos…

—No tiene sentido pensar de un modo normal. Él podrá ser cualquier cosa, pero normal… no es.

—Beth tiene razón —opinó Xavier—. Tratemos de pensar por un momento como lo haría él.

Proponerle a un ángel que se metiera en la piel de un demonio era quizá mucho pedir, pero Gabriel e Ivy procuraron disimular su repugnancia y accedieron a su petición.

—No será en un lugar público —dijo Ivy de pronto—, sobre todo si piensa llevarse a sus amigos. Forman un grupo muy grande, demasiado llamativo.

Gabriel asintió.

—Irán a un sitio retirado y tranquilo donde nadie lo pueda interrumpir.

—¿No hay casas o fábricas abandonadas por aquí? —pregunté—. Como la que usaron para la fiesta privada después del baile. Un sitio así le vendría de perlas a Jake.

Xavier negó con la cabeza.

—Yo creo que él es un poco más melodramático.

—Pensemos de un modo más extremado —sugirió Ivy.

—Exacto. —Xavier me clavó sus ojos azules—. Sus seguidores… Recuerda la pinta que tienen y cómo visten.

—Van de góticos —respondí.

—¿Y cuál es el centro de la cultura gótica? —dijo Gabriel.

Ivy lo miró, abriendo los ojos de repente.

—La muerte.

—Sí. —Xavier tenía una expresión sombría—. ¿Y cuál sería el sitio ideal para una pandilla de bichos raros obsesionados con la muerte?

Caí en la cuenta de golpe. Inspiré hondo. Era extremado, lúgubre, oscuro. El sitio ideal para que Jake montara su show.

—El cementerio —mascullé.

—Eso creo.

Se volvió hacia mis hermanos, que tenían una expresión muy seria. Gabriel sujetaba su taza con fuerza.

—Me parece que tienes razón.

—Podría haber sido más original, el chico, la verdad —soltó Ivy—. El cementerio, claro. En fin, supongo que alguno de nosotros habrá de seguirlos el domingo.

—Yo me encargaré —dijo Gabriel en el acto, pero Xavier meneó la cabeza.

—Eso equivaldría a buscar pelea. Incluso yo me doy cuenta de que no puedes lanzar al ruedo a un ángel y un demonio de esa manera. Creo que debería hacerlo yo —dijo Xavier.

—Es demasiado peligroso —observé.

—No me dan miedo, Beth.

—A ti nada te da miedo, pero quizá debería dártelo.

—Es la única manera —insistió.

Miré a mis hermanos.

—Muy bien. Pero si él va… yo voy con él.

—Ninguno de los dos irá a ninguna parte —me cortó Gabriel—. Si Jake se volviera contra ti con un grupo de seguidores…

—Yo cuidaré de ella —dijo Xavier, ofendido por la insinuación implícita de que no iba a ser capaz de protegerme—. Ya sabes que no permitiría que le sucediera nada.

Gabriel parecía escéptico.

—No pongo en duda tu energía física, pero…

—Pero ¿qué? —preguntó Xavier, bajando la voz—. Daría mi vida por ella.

—No lo dudo, pero no tienes ni idea de las fuerzas con las que te enfrentas.

—He de proteger a Beth…

—Xavier —murmuró Ivy, poniéndole una mano en el brazo. Yo sabía que le estaba transmitiendo energía sedante por todo el cuerpo—. Escúchanos, por favor. Aún no sabemos quién es esa gente… ni lo fuertes que son ni de qué son capaces. Por lo que hemos visto hasta ahora, es probable que no tengan reparos en matar. Por valiente que seas, no eres más que un humano frente a… bueno, sólo Nuestro Padre lo sabe.

—¿Qué proponéis que hagamos?

—Creo que no debemos hacer nada sin haber consultado con una autoridad superior —dijo Gabriel, imperturbable—. Voy a ponerme en contacto con el Cónclave ahora mismo.

—¡No hay tiempo! —grité—. Molly podría correr grave peligro.

—¡Nuestra principal prioridad es protegeros a vosotros dos!

La cólera que traslucía la voz de Gabriel provocó un largo silencio. Nadie dijo una palabra hasta que Ivy nos miró con repentina firmeza.

—Hagamos lo que hagamos, Xavier, no puedes pasar el fin de semana en casa —dijo—. No es seguro. Has de quedarte con nosotros.

La escena en casa de Xavier no fue agradable. Gabriel e Ivy aguardaron en el coche mientras Xavier y yo entrábamos para decirles a sus padres que iba a quedarse conmigo durante todo el fin de semana.

Bernie lo miró airada cuando le dio la noticia.

—¿Ah, sí? Pues ahora me entero —acertó a decir. Siguió a Xavier hasta su habitación y se plantó con los brazos en jarras en el umbral mientras él preparaba una bolsa—. No puedes ir. Tenemos planes este fin de semana.

Parecía no haber oído que él había dicho que se iba, en lugar de preguntárselo.

—Lo siento, mamá —se disculpó, moviéndose de un lado para otro por la habitación y metiendo prendas y ropa interior en la bolsa de deportes—. Debo irme.

Bernie abrió mucho los ojos y me lanzó una mirada acusadora. Obviamente me echaba la culpa de aquella transformación de su hijo modélico. Una lástima, porque hasta entonces nos habíamos llevado muy bien. Me habría gustado poder contarle la verdad, pero no había modo de hacerle comprender que era un peligro dejar allí a Xavier sin ninguna protección.

—Xavier —le espetó—. He dicho que no.

Pero él no la escuchaba.

—Volveré el domingo por la noche —dijo, cerrando la cremallera y echándose la bolsa al hombro.

—Muy bien. Voy a buscar a tu padre. —Bernie giró sobre sus talones y se alejó por el pasillo—. ¡Peter! —la oímos gritar—. ¡Peter, ven a hablar con tu hijo! ¡Está totalmente descontrolado!

Xavier me miró como excusándose.

—Perdona por el numerito.

—Están preocupados. Es normal.

Unos instantes más tarde apareció el padre de Xavier en la puerta, con la frente fruncida y las manos en los bolsillos.

—Tienes a tu madre fuera de sí —dijo.

—Lo siento, papá. —Xavier le puso una mano en el hombro—. No puedo explicároslo ahora, pero debo irme. Confía en mí por esta vez.

Peter me echó un vistazo.

—¿Estáis bien los dos? —preguntó.

—Lo estaremos —le dije—. Después de este fin de semana, todo quedará arreglado.

Peter pareció percibir la urgencia en nuestro tono y le dio una palmada a Xavier.

—Yo me encargo de tu madre —dijo—. Vosotros dos preocupaos de andar con cuidado.

Señaló la ventana.

—Salid por ahí —dijo. Lo miramos boquiabiertos—. ¡Rápido!

Xavier esbozó una sonrisa forzada, abrió la ventana y tiró su bolsa fuera antes de ayudarme a saltar.

—Gracias, papá. —Y me siguió, saltando con agilidad.

Desde fuera, pegados a la pared de ladrillo, oímos a Bernie entrando otra vez en la habitación.

—¿Dónde se han metido? —preguntó.

—No sé —dijo Peter con tono inocente—. Se me han escapado.

—¿Estás bien? —le pregunté a Xavier, ya en el coche. Recordaba lo mal que yo me había sentido mintiendo a Ivy y Gabriel, y sabía que Xavier les tenía un gran respeto a sus padres.

—Sí, mamá se repondrá —dijo con una sonrisa—. Tú eres mi máxima prioridad. No lo olvides.

Regresamos a casa, pensativos y silenciosos.




30

El ascenso del Infierno

Aunque lo intenté, no podía aceptar la sugerencia de Gabriel de aguardar una orientación divina. No parecía propio de él reaccionar con tanta cautela, lo cual me decía todo lo que necesitaba saber: Jake Thorn era una seria amenaza y ello implicaba que no podía quedarme de brazos cruzados mientras Molly permanecía en sus garras.

Ella había sido mi primera amiga en Venus Cove. Me había adoptado, había confiado en mí y había hecho todo lo posible para que me sintiera integrada. Si Gabriel, nada menos que él, no se sentía lo bastante seguro para actuar por su cuenta era porque algo muy grave pasaba. Así pues, no me lo pensé dos veces. Sabía lo que tenía que hacer.

—Voy a hacer unas compras al súper —le dije a Gabriel, procurando mantener una expresión impasible.

Él frunció el ceño.

—No falta nada. Ivy llenó la nevera ayer.

—Es que necesito airearme un poco y quitarme todo esto de la cabeza —alegué, cambiando de táctica. Gabriel me escrutó con severidad, entornando sus ojos grises. Tragué saliva. Mentirle a él no era nada fácil—. Me hace falta salir un poco.

—Te acompaño —dijo—. No quiero que andes sola en estas circunstancias.

—No saldré sola —insistí—. Iré con Xavier. Y además, serán sólo diez minutos.

Me sentía fatal por mentirle con tal descaro, pero no me quedaba otro remedio.

—No seas tan cenizo. —Ivy le dio unas palmaditas en el brazo. Ella siempre se apresuraba a confiar en mí—. Un poco de aire fresco les sentará bien.

Gabriel frunció los labios y enlazó las manos en la espalda.

—Está bien. Pero volved aquí directamente.

Cogí a Xavier de la mano y lo arrastré fuera. Él arrancó el coche en silencio. Al llegar al final de la calle, le dije que doblara a la izquierda.

—Tienes un sentido de la orientación fatal —bromeó, aunque la sonrisa no le iluminó la mirada.

—Es que no vamos al súper.

—Ya —respondió—. Y opino que estás loca.

—Tengo que hacer algo —le dije en voz baja—. Ya se han perdido vidas por culpa de Jake. ¿Cómo vamos a soportarlo si Molly se convierte en su próxima víctima?

Xavier no parecía muy convencido.

—¿De veras crees que voy a llevarte a la guarida de un asesino? El tipo es inestable. Ya has oído lo que dice tu hermano.

—Ya no se trata de mí —le dije—. Y yo no estoy preocupada.

—¡Pues yo sí! ¿Te das cuenta del peligro al que te estás exponiendo?

—¡Es mi misión! ¿Para qué crees que fui enviada aquí? No sólo para vender insignias en el mercadillo y colaborar en un comedor popular. ¡También para esto!, ¡aquí está el desafío! No puedo emprender la retirada porque me dé miedo.

—Quizá Gabriel acierte. A veces es más sensato tener miedo.

—Y a veces hay que hacer de tripas corazón —insistí.

Xavier empezó a exasperarse.

—Escucha, yo iré al cementerio y me traeré a Molly. Tú quédate aquí.

—Qué gran idea —dije, sarcástica—. Si hay alguna persona a la que Jake odie más que a mí eres tú. Mira, Xav: puedes venirte conmigo o quedarte en casa. En cualquier caso, yo voy a ayudar a Molly. Lo comprenderé si no quieres meterte en esto…

Él hizo un brusco viraje en la siguiente esquina y condujo en silencio. Ahora teníamos por delante un buen tramo de carretera recta. Las casas eran cada vez más escasas por allí.

—Vayas donde vayas, voy contigo —dijo.

El cementerio se hallaba al fondo de la carretera, ya en las afueras del pueblo. Al lado había una línea de ferrocarril abandonada, con algunos vagones oxidados por la acción de la intemperie. Sólo se veían en los alrededores unas cuantas casas medio en ruinas, con las terrazas infestadas de vegetación y las ventanas tapiadas con tablones.

El cementerio original databa de la época del primer asentamiento del pueblo, pero se había ido ampliando con las distintas oleadas migratorias. El sector más reciente contenía monumentos y sepulcros de mármol reluciente, cuidados con todo esmero. En muchas tumbas había fotografías de los finados rodeadas de lámparas votivas, además de pequeños altares, crucifijos y estatuas de Cristo y de la Virgen María con las manos entrelazadas en actitud de oración.

Xavier aparcó al otro lado de la carretera, a cierta distancia de la entrada para no llamar la atención. A esa hora las verjas estaban abiertas, así que cruzamos y entramos sin más. A primera vista, el lugar parecía muy tranquilo. Vimos a una sola persona, una anciana vestida de negro, ocupándose de una tumba reciente. Estaba limpiando el cristal y cambiando las flores marchitas con un nuevo ramo de crisantemos, cuyos tallos recortaba meticulosamente con unas tijeras. Parecía tan absorta en su tarea que apenas reparó en nosotros. El resto del lugar se veía desierto, dejando aparte, claro, algún que otro cuervo que sobrevolaba la zona en círculos y las abejas que zumbaban entre los arbustos de lilas. Aunque no hubiera ninguna perturbación terrestre, yo detectaba la presencia de varias almas perdidas que rondaban el lugar donde estaban enterradas. Me habría gustado detenerme para ayudarlas a hallar su camino, pero tenía problemas más acuciantes entre manos.

—Ya sé dónde podrían estar —dijo Xavier, llevándome hacia la zona antigua del cementerio.

El panorama que nos salió allí al encuentro era muy distinto. Las tumbas estaban derruidas y abandonadas; las barandillas de hierro, totalmente oxidadas. Un enmarañado amasijo de hiedra había terminado asfixiando el resto de la vegetación y ahora campaba a sus anchas, enrollándose en los pasamanos de hierro con sus tenaces filamentos. Estas tumbas eran mucho más humildes y estaban a ras del suelo; algunas sólo contaban con una placa para identificar a su ocupante. Vi un trecho de césped sembrado de molinilllos y muñecos de peluche ya muy andrajosos, y comprendí que aquella había sido la sección de bebés. Me detuve a leer una de las lápidas: AMELIA ROSE 1949-1949, A LA EDAD DE 5 DÍAS. Pensar en aquella pequeña alma que había embellecido la Tierra durante sólo cinco días me llenó de una tristeza indecible.

Avanzamos sorteando lápidas desmoronadas. Pocas permanecían intactas. La mayoría se habían hundido en la hierba y sus inscripciones, medio borradas, apenas resultaban legibles. Otras ya no eran más que un revoltijo de piedra resquebrajada, musgo y hierbas. A cada paso nos tropezábamos con la estatua de un ángel: algunos enormes, otros más pequeños, pero todos ellos con expresión sombría y los brazos abiertos, como dando la bienvenida.

Mientras caminábamos, percibía los cuerpos de los muertos bajo aquella capa de piedra triturada. Me hormigueaba la piel, pero no eran los durmientes bajo nuestros pies los que me turbaban, sino lo que íbamos a descubrir quizás al doblar la siguiente esquina. Presentía que Xavier empezaba a arrepentirse de haber venido, pero no mostraba signos de temor.

Nos detuvimos bruscamente al oír un murmullo de voces que parecían entonar un cántico fúnebre. Avanzamos con sigilo hasta que se volvieron más audibles y nos ocultamos tras un enorme abedul. Atisbando entre sus ramas, distinguimos un corrillo de gente. Calculé que debían de ser como dos docenas de personas en total. Jake estaba de pie frente a ellos, sobre una tumba cubierta de musgo, con las piernas separadas y la espalda muy erguida. Llevaba una chaqueta negra de cuero y un pentagrama invertido colgado del cuello con un cordón. Se cubría la cabeza con un sombrero gris. Me quedé paralizada al verlo: creí reconocerlo, sentí que se removía en mi interior un recuerdo. Y al fin me vino a la cabeza aquella extraña y solitaria figura que había visto durante el partido de rugby. Había aparecido en la otra banda con el rostro casi tapado y, en cuanto Xavier quedó tendido en el suelo, se había desvanecido como por arte de magia. ¡Así que había sido Jake quien lo había orquestado todo! La idea misma de que hubiera querido herir a Xavier me llenó de una rabia hirviente, pero procuré sofocarla. Ahora más que nunca, tenía que conservar la calma.

Detrás de Jake se alzaba un ángel de piedra de tres metros. Era una de las cosas más escalofriantes que había visto en mi vida terrestre. Pese a su aspecto de ángel, había en él algo siniestro. Tenía los ojos pequeños, unas alas negras majestuosamente desplegadas a su espalda y un cuerpo poderoso que parecía capaz de aplastar a cualquiera. Llevaba una larga espada de piedra pegada a la cintura. Jake permanecía bajo su sombra, como si de algún modo le protegiera.

El grupo había formado un semicírculo en torno de él. Iban todos vestidos de un modo extraño: algunos con capuchas que les ocultaban el rostro por completo; otros con encajes negros y cadenas, con las mejillas empolvadas de blanco y los labios manchados de un rojo sangre. No parecían comunicarse entre ellos; se acercaban a Jake uno a uno, haciéndole una reverencia, y luego tomaban un objeto de un saquito y lo depositaban a sus pies como una ofrenda. Ofrecían un espectáculo lamentable bajo la tenue luz de la tarde. Me pregunté con qué trucos o mediante qué promesas habría apartado Jake a todos aquellos jóvenes de su vida normal para que se unieran a él y vinieran a turbar el reposo de los muertos.

Ahora alzó las manos y todo el grupo lo contempló inmóvil. Se quitó el sombrero. Tenía su largo pelo oscuro muy enmarañado y una expresión casi enloquecida en la cara. Su voz, cuando al fin tomó la palabra, parecía reverberar directamente desde el ángel de piedra.

—Bienvenidos al lado oscuro —dijo con una risa gélida—. Aunque yo prefiero llamarlo el lado divertido. —Hubo un murmullo general de asentimiento—. Os aseguro que no hay nada que siente tan bien como el pecado. ¿Por qué no entregarse al placer cuando la vida nos trata con tal indiferencia? Estamos aquí, todos nosotros, ¡porque deseamos sentirnos vivos!

Deslizó poco a poco su mano esbelta por el muslo de piedra del ángel y luego volvió a hablar con tono almibarado.

—El dolor, el sufrimiento, la destrucción, la muerte: todas estas cosas son música para nuestros oídos, una música dulce como la miel. A través de ellas nos hacemos más fuertes. Son el alimento de nuestra alma. Tenéis que aprender a rechazar una sociedad que lo promete todo y no entrega nada. Estoy aquí para enseñaros a crear vuestro propio sentido, liberándoos de esta prisión en la que estáis encadenados como animales. Fuisteis creados para mandar, pero os han atontado y domesticado. ¡Reclamemos nuestro poder sobre la Tierra!

Recorrió el semicírculo con la vista. Ahora adoptó el tono zalamero de un padre que intenta engatusar a un crío, mientras agarraba por la empuñadura la espada de piedra del ángel.

—Os habéis portado muy bien hasta ahora y estoy satisfecho de vuestros progresos. Pero ya es hora de dar pasos más decididos. Os emplazo a hacer más, a ser más, y a desprenderos de todas las trabas que os mantienen atados a la buena sociedad. Invoquemos todos a los espíritus retorcidos de la noche para que nos asistan.

Sus palabras parecieron desatar una especie de fiebre entre sus seguidores, como en una hipnosis colectiva. Echaron al unísono la cabeza atrás y se pusieron a dar voces de un modo incoherente. Algunos sólo susurraban, otros chillaban con todas sus fuerzas. Era un griterío lleno de dolor y de venganza.

Jake sonrió complacido y miró su reloj de oro.

—No tenemos mucho tiempo. Vayamos al grano. —Miró al grupo—. ¿Dónde están? Traédmelos aquí.

Empujaron hacia delante a dos figuras, que fueron a desplomarse a sus pies. Ambas llevaban una capa con capucha. Jake agarró a la más cercana y le descubrió la cabeza. Era un chico de aspecto normal. Lo reconocía del colegio: un alumno discreto y modesto, miembro del club de ajedrez. Él no tenía cercos bajo los párpados ni los ojos negros como los demás, sino de un verde pálido. Pero a pesar de su saludable apariencia, se le veía desencajado.

Jake le puso la mano sobre la cabeza.

—No temas —ronroneó, seductor—. He venido para ayudarte.

Lentamente, empezó a trazar signos y espirales en el aire por encima del chico arrodillado. Desde donde yo estaba agazapada, vi que este seguía los movimientos de la mano y que escrutaba las caras de los presentes, tratando de calibrar la situación. Tal vez se preguntaba si aquello no era más que una sofisticada travesura, un rito de iniciación que debía soportar para ser aceptado en el seno del grupo. Yo me temía que fuese algo mucho más siniestro.

Entonces uno de sus secuaces le dio a Jake un libro. Estaba encuadernado en cuero negro y tenía las páginas amarillentas. Jake lo alzó con veneración y dejó que se abriera. Una ráfaga de viento sacudió los árboles en el acto y levantó una nube de polvo entre las lápidas. Reconocí el libro por las enseñanzas que había recibido en mi antiguo hogar.

—Oh, no —susurré.

—¿Qué? —Xavier también parecía haberse alarmado al ver el libro—. ¿Qué es?

—Un grimorio —contesté—. Un libro de magia negra. Contiene instrucciones para invocar espíritus y alzar a los muertos.

—Me estás tomando el pelo.

Xavier parecía casi a punto de pellizcarse para despertar de aquella pesadilla en la que había caído inesperadamente. Me sorprendió comprobar lo inocente que era y sentí una oleada de culpa por haberlo arrastrado hasta allí. Pero no era momento para perder la serenidad.

—Es muy mala señal —dije—. Los grimorios son muy poderosos.

Todavía encaramado sobre la tumba, Jake empezó a jadear ostensiblemente mientras salmodiaba las palabras del libro de un modo cada vez más acelerado y frenético. Abrió los brazos.

Exorior meus atrum amicitia quod vindicatum is somes. —Era latín, pero un latín que yo nunca había oído, completamente alterado. Deduje que debía tratarse de la lengua del inframundo—. Is est vestri pro captus —canturreaba Jake, aferrando el aire con las manos crispadas.

—¿Qué dice? —me susurró Xavier.

A mí misma me sorprendió descubrir que podía traducírselo con toda exactitud.

—«Acércate, oscuro amigo, y reclama este cuerpo. Es tuyo, si lo quieres».

Sus seguidores lo observaban sin respirar. Nadie se movía ni emitía el menor sonido, por temor a interrumpir el proceso antinatural que se estaba desarrollando.

Xavier se había quedado tan paralizado que le toqué la mano para comprobar que seguía consciente. Los dos nos sobresaltamos al oír un sonido espantoso, e incluso tuvimos que resistir el impulso de taparnos los oídos. Era un ruido chirriante, como de uñas rascando una pizarra, y se extinguió tan bruscamente como había empezado. De la boca del ángel de piedra salió una nube de humo negro y descendió hacia Jake como si fuese a susurrarle al oído. Jake agarró al chico por la cabeza, se la echó hacia atrás y le obligó a abrir la boca.

—¿Qué haces? —farfulló el chico.

La nube negra pareció enroscarse un instante en el aire antes de zambullirse en su boca abierta y descender por su garganta. El chico soltó un grito gutural y se llevó las manos al cuello, mientras su cuerpo se retorcía convulsivamente en el suelo. Su rostro se contrajo como si estuviera sufriendo un dolor horroroso. Noté que Xavier temblaba de rabia.

El chico se quedó inmóvil. Un instante más tarde se sentó y miró alrededor. Su desconcierto inicial se transformó en una expresión de placer. Jake le ofreció una mano y lo ayudó a ponerse de pie. Él flexionó sus miembros, como si reparase en ellos por primera vez.

—Bienvenido de nuevo, amigo mío —dijo Jake.

Cuando el chico se giró, vi que sus ojos verdes se habían vuelto negros como el carbón.

—No puedo creer que no lo haya descubierto antes —dije, agarrándome la cabeza—. Me hice amiga de él, quería ayudarle… Tendría que haber percibido que era un demonio.

Xavier me puso la mano en la parte baja de la espalda.

—Tú no tienes la culpa. —Volvió la vista hacia el grupo congregado a los pies de Jake—. ¿Son todos demonios?

Meneé la cabeza.

—No lo creo. Jake parece estar invocando espíritus vengativos para que posean a sus seguidores.

—Aún me lo pones peor —masculló Xavier—. ¿De dónde proceden los espíritus? ¿Son la gente de estas tumbas?

—Lo dudo —dije—. Deben de ser almas de los condenados del inframundo, lo cual es muy distinto de un demonio. Estos son criaturas creadas por el propio Lucifer y solamente lo adoran a él. Lo mismo sucede con los ángeles. Millones de almas van al Cielo, pero no por eso se transforman en ángeles. Los ángeles y los demonios nunca han sido humanos. Juegan en su propia liga, por así decirlo.

—¿Esos espíritus siguen siendo peligrosos? —preguntó Xavier—. ¿Qué les sucederá a las personas que han poseído?

—Su principal objetivo es la destrucción —le expliqué—. Cuando se apoderan de un humano pueden conseguir que esa persona haga cualquier cosa. Es como si hubiera dos almas bajo un mismo caparazón. La mayoría de la gente sobrevive a la experiencia, a menos que el espíritu haya dañado adrede su cuerpo. No representan una gran amenaza para nosotros; nuestros poderes son muy superiores a los suyos. Jake es el único del que debemos preocuparnos.

Volvimos a callarnos cuando Jake se acercó a la otra víctima. Pero yo no estaba preparada para lo que sucedió a continuación. Cuando le quitó la capucha, vi una cascada de rizos rojizos demasiado conocida y unos ojos azules aterrorizados.

—No te preocupes, querida —consoló Jake a Molly, deslizándole un dedo por el cuello hasta el pecho—. No hace mucho daño.

Agarré a Xavier del brazo.

—Hemos de detenerlo —le dije—. ¡No podemos permitir que le haga daño a Molly!

Xavier se había puesto pálido.

—Yo también quiero acabar con él, pero si intervenimos ahora, no tenemos ninguna posibilidad contra todos ellos. Necesitamos a tus hermanos.

Sacudió la cabeza y comprendí que había aceptado al fin que no podía derrotar solo a Jake.

Una de las adeptas del semicírculo, dominada por los celos y el deseo, se arrojó al suelo y empezó a retorcerse delante de todos, mientras ponía los ojos en blanco y abría y cerraba la boca. La reconocí en el acto. Era Alexandra, de mi clase de literatura. Jake se agachó y la inmovilizó agarrándola del pelo. Luego recorrió sugestivamente su garganta con un dedo y lo dejó sobre sus labios. Ella jadeaba y se arqueaba hacia él en una especie de éxtasis, pero Jake se apartó y trazó con la punta de la bota una línea alrededor de su cuerpo.

—Hemos de marcharnos —susurró Xavier—. Esto nos supera.

—No vamos a irnos sin Molly.

—Escucha, Beth, si Jake descubre que estamos aquí…

—No puedo dejarla, Xavier.

Él soltó un suspiro.

—Está bien. Se me ocurre una idea para rescatarla, pero debes confiar en mí y escucharme bien. Un paso en falso podría resultar fatal para ella.

Asentí, esperando que me explicase su plan, pero entonces resonó un grito espeluznante. Molly estaba de rodillas, con las manos atadas a la espalda, y Jake la sujetaba de la nuca. La niebla negra empezaba a surgir de la boca del ángel de piedra. Aunque totalmente lívida, Molly no quitaba los ojos de Jake. Ya no pude soportarlo más. Me incorporé desde detrás de la tumba sin hacer caso del grito de Xavier.

—¿Qué vas a hacer? —grité—. ¡Detente, Jake!, ¡déjala!

Él me miró con la cara contraída de rabia. Enseguida sentí a mi lado la presencia de Xavier, que se apresuró a ponerse delante de mí para protegerme.

Al verlo, la rabia de Jake pareció disiparse. Cruzó los brazos y arqueó una ceja, con aire divertido.

—Vaya, vaya —dijo—. ¿Qué tenemos aquí? Si no es el Ángel de la Misericordia y su…

—Molly, baja de ahí —gritó Xavier.

Ella obedeció en silencio, demasiado aturdida para pronunciar palabra. Jake soltó un gruñido.

—No te muevas —le ordenó.

Molly se quedó paralizada.

—¡Tú! —aullé, señalando a Jake—. Sabemos lo que eres.

Él aplaudió lentamente, en son de burla.

—Buen trabajo. Estás hecha una detective de primera.

—No vamos a dejar que te salgas con la tuya —le dijo Xavier—. Nosotros somos cuatro y tú, uno solo.

Jake se rio y abarcó con un gesto a sus seguidores.

—En realidad, somos muchos más y el número aumenta cada día —explicó con una risita—. Por lo visto, soy bastante popular.

Lo miré horrorizada, sintiendo que toda mi seguridad se evaporaba.

—Vosotros con vuestras buenas obras no tenéis la menor posibilidad —dijo Jake—. Ya podríais daros por vencidos.

—No cuentes con ello —gruñó Xavier.

—Ah, qué enternecedor —ironizó Jake—. El muchacho humano se cree capaz de defender a un ángel.

—Y lo soy, no lo dudes.

—¿De veras crees que puedes hacerme daño?

—Lo descubrirás si intentas hacerle daño a ella.

Jake le dirigió una mueca, mostrando sus dientes afilados.

—Deberías saber que estás jugando con fuego —le dijo con una sonrisa desdeñosa.

—No me da miedo quemarme —le espetó Xavier.

Se miraron airados durante un buen rato, como desafiándose mutuamente a actuar. Yo me adelanté.

—Suelta a Molly —dije—. No tienes por qué hacerle daño. Tú no ganas nada.

—La soltaré encantado. —Jake sonrió—. Con una condición…

—¿Cuál? —preguntó Xavier.

—Que Beth ocupe su lugar.

Xavier se tensó de furia y sus ojos azules relampaguearon.

—¡Vete al infierno!

—Pobre humano indefenso —se mofó Jake—. Ya perdiste a un amor… ¿y ahora estás dispuesto a perder otro?

—¿Qué has dicho? —gritó Xavier entornando los ojos—. ¿Cómo has sabido de ella?

—Ah, la recuerdo muy bien —replicó Jake con una sonrisita repulsiva—. Emily… ¿verdad? ¿Nunca te has preguntado por qué se salvó toda su familia y ella no? —Xavier parecía a punto de vomitar. Le apreté la mano—. Resultó casi demasiado fácil… atarla a la cama mientras la casa ardía en llamas. Todo el mundo creyó que había seguido durmiendo pese al alboroto. No oyeron sus gritos entre el rugido del incendio…

—¡Hijo de puta!

Xavier echó a correr hacia Jake, pero no llegó muy lejos. Este sonrió con un rictus burlón, chasqueó los dedos y Xavier se dobló bruscamente, agarrándose el vientre. Intentó enderezarse, pero Jake lo mandó al suelo con un giro de muñeca.

—¡Xavier! —grité, acudiendo en su ayuda. Sentí que le temblaban los hombros del dolor—. Déjalo en paz —le supliqué a Jake—. ¡Basta, por favor!

Traté de invocar mentalmente la ayuda de Dios, dirigiéndole una silenciosa oración: «Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra, líbranos del mal. Envíanos Tu espíritu para socorrernos y llama a los ángeles de la salvación. Pues el Reino, el Poder y la Gloria son Tuyos, ahora y siempre…».

Pero los poderes de Jake bloquearon mi oración como si una espesa niebla negra se abatiera sobre mí y retuviera las palabras sin dejarlas salir de mi mente. Sentí que iba a estallarme la cabeza. Jake Thorn se crecía con la desgracia y el dolor y yo era consciente de que no podía derrotar sola a alguien de su calaña. Debería haber escuchado a Xavier. Él tenía razón. Y puesto que nadie iba a venir en mi ayuda, sólo existía un modo de salvarlos a Molly y a él. Sólo se me ocurría una salida.

—¡Tómame a mí! —grité, abriendo los brazos.

—¡No! —Xavier se incorporó penosamente, pero no podía hacer nada frente a los oscuros poderes de Jake y se desmoronó de nuevo.

Yo no vacilé; me adelanté corriendo y entré en el semicírculo. Los adeptos de Jake se apresuraron a estrechar el cerco, sin dejar de canturrear con voces enloquecidas, pero él levantó la mano, indicándoles que debían retroceder.

Alargué el brazo hacia Molly y logré arrancarla de sus garras.

—¡Corre! —grité.

Sentí que me faltaba el aire cuando Jake se me acercó. La niebla negra me abrumaba y me desmoroné en el suelo, golpeándome con una esquina del pedestal de la estatua. Debí hacerme un corte porque noté un cálido reguero de sangre en la frente. Traté de levantarme, pero el cuerpo no me obedecía. Era como si me hubiese abandonado hasta la última gota de energía. Abrí los ojos y vi a Jake alzándose ante mí.

—Mis hermanos no permitirán que lo consigas —murmuré.

—Yo creo que ya lo he conseguido —gruñó Jake—. Te di la oportunidad de unirte a mí y la declinaste como una estúpida.

—Eres malvado —le dije—. Nunca me uniría a ti.

—Pero ser malo puede resultar muy agradable —replicó, riendo.

—Antes prefiero morir.

—Así será.

—¡Apártate de ella! —gritó Xavier, con la voz empañada de dolor. Seguía tirado en el suelo y no podía moverse—. ¡No te atrevas a tocarla!

—Cierra el pico —le soltó Jake—. Tu cara bonita no va a salvarla ahora.

Lo último que recordé más tarde, antes de que se hiciera la oscuridad, fueron los ojos verdes de Jake reluciendo con avidez y la voz angustiada de Xavier pronunciando mi nombre.




31

Liberación

Me desperté en el asiento trasero de un coche muy grande. Cuando traté de moverme, comprobé que una fuerza invisible me mantenía clavada en el sitio. Jake Thorn estaba delante, en el asiento del conductor. A mí me flanqueaban Alicia y Alexandra, ambas de la clase de literatura. Me miraban con sus caras inexpresivas y empolvadas de blanco, como si yo fuera un espécimen de laboratorio. Tenían entrelazadas en el regazo sus manos enguantadas, no les hacía falta sujetarme. Forcejeé, tratando de moverme, y casi lo logré. De hecho, le di un codazo a Alexandra en las costillas.

—Se está portando mal —protestó.

Jake le lanzó un paquetito envuelto en papel de plata.

—Con una de estas bastará —dijo.

Alicia me abrió la boca a la fuerza; Alexandra me metió en la boca una pastilla verde y, para que me la tragara, sacó una petaca plateada y me dio un líquido que me quemó la garganta y se me derramó en parte por la cara. Me ahogaba y no tuve más remedio que tragar. Tosí y escupí; tenía arcadas. Las dos chicas sonrieron, satisfechas. Sus caras blancas y sus miradas vacías empezaron a volverse borrosas y a difuminarse en una niebla azul. Notaba un zumbido en los oídos que ahogaba cualquier otro ruido. Sentí que el corazón me latía más acelerado que nunca. Después me desplomé en el asiento y todo se volvió negro.

Cuando abrí los ojos de nuevo, me encontré sentada sobre una alfombra desteñida, con la espalda apoyada en una fría pared de yeso. Deduje que debía de llevar un buen rato allí porque el frío de la habitación se me había pegado a la ropa y a la piel. Tenía las manos amarradas y me hormiguearon los dedos cuando los flexioné. Me dolían los brazos por llevar tanto tiempo en la misma posición. Me habían atado una cuerda alrededor de la cintura y me habían puesto un trapo en la boca, cosa que me hacía más difícil respirar. Me parecía oler a gasolina.

Miré alrededor, tratando de vislumbrar en la penumbra a dónde me había llevado Jake. Desde luego no era un calabozo, como había creído al principio, aquello más bien daba la impresión de ser la sala de estar de una casa victoriana. Era una habitación espaciosa, con techo alto y apliques en las paredes en forma de rosales. Por sus colores, la alfombra parecía persa, aunque olía a humedad. El aire estaba impregnado de un rancio olor a cigarro. Había dos sofás que debían de haber conocido tiempos mejores, situados uno frente a otro y flanqueados por unas mesitas de mármol con patas de latón. A un lado se alzaba un enorme aparador de caoba, con una colección de licoreras tan polvorientas que apenas se distinguía el color ámbar y ciruela de las bebidas. En medio de la sala había una gran mesa de cedro pulido con patas delicadamente talladas. Las sillas de respaldo alto situadas alrededor estaban tapizadas de terciopelo borgoña y, en el centro de la mesa, había un inmenso candelabro cuyas velas prendidas arrojaban sombras por toda la habitación. En las paredes, cuyo empapelado a rayas se desprendía a trechos, vislumbré extrañas litografías y mapas antiguos. Encima de la repisa de mármol de la chimenea había varios retratos de marco dorado; sus rostros me observaban con un aire de superioridad, como si ellos conocieran un secreto que yo aún tenía que descubrir. Había uno de un caballero de aspecto renacentista, con cuello de volantes, y otro de una mujer rodeada por cinco hijas que parecían ninfas, todas con el pelo al estilo prerrafaelita y vestidos vaporosos.

Todo, incluso los cuadros, estaba cubierto de una película de polvo. Me pregunté cuánto tiempo hacía que no vivía nadie en aquella casa. Parecía congelada en el tiempo. Una gigantesca telaraña colgaba del techo como una tela de muselina. Al observar con atención, comprendí que todo tenía un aire de deterioro. Las sillas parecían apolilladas, los marcos de los cuadros estaban torcidos y el cuero de los sofás, hundido. En el techo se distinguían varias manchas de humedad. Todo seguía en su sitio, como si los dueños hubieran abandonado la casa precipitadamente con la esperanza de volver y no lo hubieran hecho jamás. Las ventanas estaban tapiadas con tablones y sólo se colaban unas cuantas franjas de luz natural, que dibujaban trazos dispersos sobre la alfombra.

Me dolía todo el cuerpo; la cabeza me pesaba y percibía las cosas de un modo brumoso. Oía voces distantes, pero no se presentaba nadie. Permanecí así durante lo que me parecieron horas y empecé a comprender a qué se refería Gabriel cuando afirmaba que el cuerpo humano tenía ciertas necesidades. Me sentía desfallecer de hambre, notaba la garganta reseca y necesitaba con desesperación ir al baño. Me hundí en una especie de duermevela hasta que finalmente percibí que alguien entraba en la habitación.

Al incorporarme y enfocar la vista, vi a Jake Thorn sentado a la cabecera de la mesa. Iba con un batín corto, curiosamente, y tenía los brazos cruzados. Lucía su sonrisa socarrona habitual.

—Lamento que hayamos tenido que terminar así, Bethany —me dijo. Se acercó para quitarme la mordaza de la boca. Hablaba con tono melifluo—. Te ofrecí la oportunidad de una vida juntos.

—Una vida contigo sería peor que la muerte —repliqué con voz ronca.

Su expresión se endureció y sus felinos ojos negros destellaron.

—Tu estoicismo resulta admirable —dijo—. De hecho, creo que es de las cosas que más me gustan de ti. Sin embargo, en este caso creo que llegarás a lamentar tu decisión.

—No puedes matarme. Sólo serviría para que regresara a mi vida de antes.

—Muy cierto. —Sonrió—. Qué lástima que tu otra mitad quedaría aquí abandonada. Me pregunto qué será de él cuando tú ya no estés.

—¡No te atrevas a amenazarlo!

—¿He tocado un punto sensible? —dijo Jake—. Me pregunto cómo reaccionará Xavier cuando descubra que su preciosa novia ha desaparecido misteriosamente. Espero que no cometa ninguna locura. El dolor puede empujar a los hombres a actuar de modos muy extraños.

—A él déjalo fuera. —Forcejeé con la cuerda—. Arreglemos las cosas entre nosotros.

—No creo que estés en posición de negociar, ¿no te parece?

—¿Por qué lo haces, Jake? ¿Qué crees que vas a ganar?

—Eso depende de lo que entiendas por ganar. Yo sólo soy un siervo de Lucifer. ¿Sabes cuál fue su mayor pecado?

—El orgullo —respondí.

—Exactamente. Por eso no deberías haber herido el mío. No me gustó nada.

—No quería herirte, Jake…

Él me cortó en seco.

—Ese fue tu error, y ahora viene la parte en la que yo me desquito. Será un espectáculo ver al modélico delegado del colegio quitándose la vida. Vaya, vaya. ¿Qué dirá todo el mundo?

—¡Xavier jamás haría una cosa así! —siseé rabiosa, sintiendo que me daba un vuelco el corazón.

—No, no lo haría —asintió Jake— si no contara con una pequeña ayuda de mi parte. Yo puedo introducirme en su mente y brindarle algunas sugerencias. No debería resultarme difícil. Al fin y al cabo, ya perdió al amor de su vida. Lo cual lo vuelve particularmente vulnerable. ¿Qué método podría inspirarle? ¿Arrojarse contra las rocas de la Costa de los Naufragios?, ¿estrellarse contra un árbol?, ¿abrirse las venas?, ¿adentrarse en el océano? Cuántas posibilidades que considerar…

—Estás haciendo todo esto porque te sientes herido —le dije—. Pero matar a Xavier tampoco te devolverá la felicidad. Matarme a mí no te procurará ninguna satisfacción.

—¡Basta de charla inútil!

Se sacó de la chaqueta un afilado cuchillo y se inclinó sobre mí para cortarme las ligaduras con movimientos secos y precisos. Los brazos y las manos aún me dolían más una vez liberados. Jake tiró de mí y quedé de rodillas a sus pies. Miré sus relucientes zapatos negros acabados en punta y, súbitamente, dejé de preocuparme del dolor de mis miembros, del martilleo que sentía en la cabeza, de las náuseas, la debilidad y el desfallecimiento por falta de alimentos. Lo único que me importaba de repente era ponerme de pie. Yo no me inclinaría ante aquel Agente de la Oscuridad. Prefería morir antes que traicionar mi lealtad celestial rindiéndome ante él.

Puse una mano en la pared para sostenerme y me levanté. Me hizo falta toda mi energía y no sabía si aguantaría mucho tiempo. Mis rodillas flaqueaban y amenazaban con doblarse.

Jake me miró divertido.

—Dudo mucho que sea el momento de demostrar lealtad —dijo, burlón—. ¿Te das cuenta de que tengo tu vida en mis manos? Tendrás que rendirme veneración si quieres vivir y volver a ver a tu Xavier otra vez.

—Renuncio a ti y a todas tus pompas —dije con calma.

Aquello pareció enfurecerlo. Me alzó por los aires y me arrojó sobre la mesa. Me golpeé la cabeza con un crujido antes de caerme y aterrizar en el suelo hecha un guiñapo. Una sustancia pegajosa se me deslizaba por la frente.

—¿Qué tal va la cosa? —me preguntó con petulancia, todavía apoyado en el borde de la mesa. Se agachó y me acarició la herida. Sus manos irradiaban calor—. No tendría por qué ser así —ronroneó.

Aguardó una señal de aquiescencia, pero yo seguí muda.

—Muy bien. Si esta es tu respuesta, no me dejas elección. Voy a tener que arrancarte hasta el último vestigio de bondad —dijo suavemente—. Y cuando termine, no te quedará ni una pizca de honradez y de integridad.

Se echó hacia delante, de manera que el pelo le caía sobre los ojos relucientes. Lo tenía apenas a unos centímetros y veía sus rasgos con detalle: la curva prominente de sus pómulos, la fina línea de sus labios, la barba incipiente en sus mejillas.

—Voy a ennegrecer tu alma y luego la haré mía.

Mi cuerpo empezó a estremecerse. Agarré desesperada las patas de la mesa, buscando un punto de apoyo, una vía de escape. Jake recorrió con la mano lentamente todo mi brazo, saboreando el instante. La piel me palpitaba y ardía y, al bajar la vista, vi una prolongada marca roja allí donde me había abrasado con su simple contacto.

—Me temo que no volverás al Cielo, Bethany, porque cuando yo haya acabado contigo no te aceptarán.

Me acarició la cara con un solo dedo y resiguió la silueta de mis labios. Sentí que la cara se me convertía en una máscara ardiente.

Me revolví, forcejeé furiosamente, pero Jake me sujetó y me obligó a mirarlo. Tenía la sensación de que sus dedos me taladraban las mejillas.

—No te apures, ángel mío, ¡somos muy hospitalarios en el Infierno!

Me besó violentamente y me estrechó con todo su peso antes de retirarse. Yo sentía espasmos ardientes que me abrasaban todo el cuerpo.

—Ya es hora de decir adiós a la señorita Church.

Jake cerró los ojos y se concentró con tal fuerza que advertí que se le cubría la frente de sudor. Las venas de las sienes le palpitaban, hinchadas. Lentamente, se enderezó y me sujetó la cabeza con las manos.

Y entonces sucedió: noté como si unas agujas ardientes penetraran en mi mente y, en un solo instante, vi todo el mal perpetrado en el mundo desde el albor de los tiempos: todo concentrado en una fracción de segundo. Cada calamidad sufrida por el hombre en una serie de imágenes inconexas, de fogonazos tan intensos que creí que me iba a estallar el cerebro.

Vi multitud de niños que quedaban huérfanos en las guerras; vi pueblos enteros convertidos en escombros por los terremotos, hombres destrozados a cañonazos, familias muriendo de hambre y sed a causa de la sequía. Vi asesinatos, oí gritos, sentí todas las injusticias del mundo. Cada enfermedad conocida por la humanidad invadió mi cuerpo como una marea. Cada sentimiento de terror, de pesar y de impotencia me recorrió por dentro. Sentí desgarradoramente cada muerte violenta. Estuve en el coche cuando Grace se estrelló. Fui un hombre que sufría un accidente en barco y se ahogaba en el mar, aplastado por el peso de las olas. Fui Emily, quemada viva por las llamas en su propia cama. Y durante todo el tiempo, oía una risa despiadada, que era sin duda la de Jake.

El dolor de miles, de millones se clavó en mi carne terrestre, convertido en esquirlas de cristal. Percibía vagamente mi cuerpo sufriendo convulsiones en el suelo. Yo era un ángel, pero me estaban inoculando todo el dolor y la oscuridad del mundo. Aquello acabaría conmigo. Abrí la boca para suplicarle a Jake que pusiera fin a mi sufrimiento, pero no salió ningún sonido. Me fallaba la voz incluso para pedirle que me matara. El asedio continuó: las imágenes espantosas siguieron fluyendo de Jake y entrando en mí hasta que ya incluso tomar aliento me resultaba una agonía.

Jake me quitó bruscamente las manos de la cabeza y me pareció que me hundía en un instante de puro alivio. Fue entonces cuando vi el fuego, alzándose y devorándolo todo a su paso, y de repente noté que el aire estaba lleno de humo. La lámpara tembló y se desplomó mientras cedía una parte del techo y llovían trozos de vidrio y yeso sobre la mesa. Apenas a un metro, las cortinas ardían en llamas y arrojaban pavesas en todas direcciones. Me tapé la cara; algunas me dieron en las manos. Mi cuerpo todavía palpitaba y se estremecía por el impacto de las espantosas imágenes que acababa de presenciar; tenía los pulmones llenos de humo, los ojos me ardían y la cabeza me daba vueltas. Noté que perdía el conocimiento. Traté de recobrarme, pero desfallecía sin remedio. Sólo veía el rostro de Jake rodeado de un círculo de fuego.

Entonces, la pared más alejada se vino abajo como destrozada por una explosión. Por un momento vi la calle desierta; luego una luz deslumbrante inundó el salón. Jake retrocedió tambaleante, cubriéndose los ojos. Gabriel surgió de entre los escombros con las alas desplegadas y una espada llameante en las manos, que era como una columna de luz blanca. Su pelo se derramaba a su espalda como una cascada dorada. Xavier e Ivy venían tras él, y ambos corrieron a mi lado. Con la cara arrasada en lágrimas, Xavier hizo amago de estrecharme en sus brazos, pero Ivy lo detuvo.

—No la muevas —le dijo—. Tiene heridas demasiado grandes. Habremos de iniciar aquí el proceso de curación.

Xavier me cogió la cara con las manos.

—¿Beth? —Sentí sus labios junto a mi mejilla—. ¿Me oyes?

—No puede responder —dijo Ivy y noté en la frente el frescor de sus dedos. Me sacudí en el suelo mientras su energía curativa fluía hacia mí.

—¿Qué le sucede? —gritó Xavier ante mis convulsiones. Yo notaba que me giraban los ojos en las órbitas y que se me abría la boca en un grito silencioso—. ¡Le estás haciendo daño!

—La estoy vaciando de todos esos recuerdos —dijo Ivy—. La matarán si no lo hago.

Xavier estaba tan cerca que oía los latidos de su corazón. Me aferré a aquel sonido, con la certeza de que era lo único que podía mantenerme viva.

—Todo irá bien —repetía él en voz baja—. Ya se ha acabado. Estamos aquí. Nadie va a hacerte daño. No te vayas, Beth. Escucha mi voz.

Traté de sentarme y vi que mi hermano emergía de un muro de fuego. La luz se desprendía de él en oleadas y casi hacía daño a la vista, de tan bello y resplandeciente como se le veía. Caminó sobre las llamas y se plantó cara a cara frente a Jake Thorn. Por primera vez vi que una sombra de temor cruzaba el rostro de este. Enseguida se recobró y retorció los labios con su sonrisa socarrona.

—Así que has salido a jugar —dijo—. Como en los viejos tiempos.

—He venido a poner fin a tus juegos —repuso Gabriel en tono amenazador.

Enderezó los hombros y se alzó un viento huracanado que sacudió los cristales de las ventanas y derribó los cuadros de las paredes. Se abrieron grietas de luz en el cielo carmesí, como si los Cielos mismos se hubieran sublevado. Y en medio de todo permanecía Gabriel, radiante y poderoso, resplandeciente como una columna de oro. Su espada fulguraba incandescente y emitía un zumbido, como si tuviera vida por sí misma. Jake Thorn se tambaleó ante aquella visión. Gabriel habló entonces y su voz resonó como un trueno.

—Te voy a dar una oportunidad y sólo una —dijo—. Todavía puedes arrepentirte de tus pecados. Todavía puedes darle la espalda a Lucifer y renunciar a sus pompas.

Jake escupió a los pies de Gabriel.

—Un poco tarde para eso, ¿no te parece? Muy generoso por tu parte, de todos modos.

—Nunca es demasiado tarde —respondió mi hermano—. Siempre hay esperanza.

—La única esperanza que tengo es poder ver destruido tu poder —masculló Jake entre dientes.

La expresión de Gabriel se endureció y su voz se despojó de cualquier atisbo de piedad.

—Entonces, desaparece —le ordenó—. No tienes lugar aquí. Regresa al Infierno al que fuiste exiliado en su día.

Blandió la espada y las llamas se alzaron como criaturas vivas y envolvieron a Jake. Se arrojaron sobre su cabeza como buitres dispuestos a atrapar una presa… y se quedaron de golpe paralizadas. Algo las detenía: el propio poder de Jake parecía protegerlo de todo daño. Y así permanecieron, el ángel y el demonio trabados en una silenciosa batalla de voluntades, la espada ardiente inmovilizada entre ambos, marcando la división entre dos mundos. Los ojos de Gabriel llameaban con la ira del Cielo y los de Jake ardían con la sed de sangre del Infierno. A través de la niebla del dolor que todavía atenazaba mi cuerpo y mi alma, sentí un temor terrible. ¿Y si Gabriel no lograba derrotar a Jake? ¿Qué nos sucedería? Sentí mis dedos entrelazados con los de Xavier. Sus manos refrescaban mi piel abrasada. Mientras permanecíamos así, percibí una luz extraña que parecía fulgurar allí donde se entrelazaban nuestros dedos; muy pronto nos envolvió a los dos y se extendió lo suficiente para cubrir nuestros cuerpos. Noté que si le estrechaba a Xavier la mano un poco más y lo atraía hacia mí, la luz parecía responder y expandirse en torno a nosotros como un escudo protector. ¿Qué era aquello? ¿Qué significaba? Xavier ni siquiera lo había notado; estaba demasiado concentrado tratando de serenar mis temblores. Pero Ivy sí se había dado cuenta. Se agachó y me susurró al oído.

—Es tu don, Bethany. Úsalo.

—No entiendo —grazné—. ¿Puedes decirme cómo?

—Posees el don más poderoso de todos. Tú ya sabes cómo emplearlo.

Mi mente no comprendía el mensaje de Ivy, pero mi cuerpo sí sabía lo que debía hacer. Reuní los últimos restos de energía que me quedaban; dejé de lado el dolor que amenazaba con avasallarme y alcé la cabeza hacia Xavier. Cuando se unieron nuestros labios, se me borraron de la cabeza todos los pensamientos negativos y, finalmente, ya sólo lo vi a él. Jake Thorn retrocedió de un salto mientras la luz explotaba en una infinidad de rayos deslumbrantes, que nacían de nuestros cuerpos entrelazados y se derramaban por toda la habitación. Jake gritó y se rodeó el cuerpo con los brazos, tratando de protegerse, pero la luz lo envolvió con sus filamentos de fuego blanco. Se agitó y retorció unos instantes y luego se dio por vencido y dejó que las lenguas de luz lamieran su torso y se enroscaran como tentáculos alrededor de él.

—¿Qué es eso? —gritó Xavier, protegiéndose los ojos de aquella cegadora llamarada. Ivy y Gabriel, que observaban con serenidad cómo los bañaba la luz, se volvieron hacia él.

—Tú deberías saberlo más que nadie —dijo Ivy—. Es el amor.

Xavier y yo nos abrazamos estrechamente mientras la habitación retemblaba y la luz abría un abismo ardiente en el suelo.

Fue por ese abismo por donde desapareció Jake Thorn. Me miró a los ojos mientras caía. Atormentado, pero sonriente.




32

Las secuelas

Durante las semanas siguientes, mis hermanos hicieron todo lo posible para limpiar la estela de destrucción que Jake había dejado a su espalda. Visitaron a las familias afectadas por los crímenes que había perpetrado y emplearon mucho tiempo tratando de reconstruir el clima de confianza en Venus Cove.

Ivy se ocupó de Molly y de todos los que habían caído bajo el hechizo de Jake. Los espíritus oscuros que poseían sus cuerpos se habían precipitado en los abismos del Infierno junto con aquel que los había alzado. Mi hermana se ocupó de borrar de sus mentes la memoria de las actividades de Jake, pero siempre cuidando de no tocar los demás recuerdos. Era como suprimir palabras de un relato: había que elegirlas con tiento para no quitar nada importante. Cuando terminó su trabajo sólo recordaban los primeros días de Jake Thorn, pero no que hubieran tenido relación con él. La administración del colegio recibió un mensaje según el cual Jake había dejado Bryce Hamilton a instancias de su padre para regresar a un internado de Inglaterra. Circularon algunos comentarios durante un par de días; luego los alumnos pasaron a otros asuntos más acuciantes.

—¿Qué ha sido de aquel inglés que estaba tan bueno? —me preguntó Molly dos semanas después de su rescate. Estaba sentada al borde de mi cama, limándose las uñas—. ¿Cómo se llamaba…? ¿Jack, James?

—Jake —dije—. Se ha vuelto a Inglaterra.

—Qué lástima —comentó—. Me gustaban sus tatuajes. ¿Te parece que debería hacerme uno? Se me estaba ocurriendo que pondría sólo «leirbag».

—¿Quieres un tatuaje con el nombre de Gabriel al revés?

—Maldita sea, ¿tan evidente es? Habré de pensar otra cosa.

—A Gabriel no le gustan los tatuajes —añadí—. Dice que el cuerpo humano no es una valla publicitaria.

—Gracias, Bethie —me dijo Molly—. Suerte que te tengo a ti para no cometer errores.

Me resultaba difícil hablar con Molly como antes. Algo había cambiado en mi interior. Yo era la única de mi familia que no se había recuperado del enfrentamiento con Jake. De hecho, dos semanas después del incendio, aún no había salido de casa. En teoría era por mis alas, que habían sufrido graves quemaduras y necesitaban tiempo para cicatrizar del todo. Aparte de eso, era sencillamente porque me faltaba valor. Me sentía a gusto así. Después de toda mi sed de experiencias humanas, ahora no deseaba otra cosa que permanecer refugiada en casa. No podía pensar en Jake sin que se me llenaran los ojos de lágrimas. Procuraba que los demás no se dieran cuenta, pero cuando me quedaba sola no podía controlarme y lloraba abiertamente: no sólo por el dolor que había causado, sino también por lo que él podría haber sido si me hubiera dejado ayudarle. No lo odiaba. El odio era una emoción muy poderosa y yo estaba demasiado extenuada. Me sorprendí a mí misma pensando que Jake debía de ser una de las criaturas más tristes del universo. Había venido deliberadamente a ennegrecer nuestras vidas, pero no había conseguido nada en realidad. Procuraba no pensar, sin embargo, en lo que podría haber pasado si Gabriel no hubiera irrumpido en mi prisión, aunque la idea no dejaba de asomarse en mi mente y me retenía en la seguridad de las cuatro paredes de mi habitación.

A ratos observaba el mundo desde mi ventana. La primavera se deslizaba hacia el verano y ya notaba que los días se iban alargando. El sol salía más temprano y duraba más horas. Miraba cómo preparaban su nido unas golondrinas en los aleros del tejado. A lo lejos, veía el chapoteo perezoso de las olas.

La visita de Xavier era la única parte del día que esperaba con ilusión. Desde luego, Ivy y Gabriel me proporcionaban una gran tranquilidad, pero ellos siempre parecían un poco distantes, todavía muy apegados a nuestro antiguo hogar. A mi modo de ver, Xavier era como una encarnación de la Tierra: sólido como una roca, estable, seguro. Me había preocupado que aquella experiencia con Jake Thorn pudiera hacerlo cambiar, pero su reacción ante todo lo ocurrido consistió en no tener ninguna reacción en especial. Asumió de nuevo la tarea de cuidar de mí y ya parecía haber aceptado el mundo sobrenatural sin hacer preguntas.

—Quizás es que no quiero oír las respuestas —me dijo una tarde, cuando lo interrogué al respecto—. He visto lo suficiente para creérmelo todo.

—Pero ¿no sientes curiosidad?

—Es como tú decías. —Se sentó a mi lado y me puso un mechón detrás de la oreja—. Hay cosas que quedan más allá de la comprensión humana. Sé que existen el Cielo y el Infierno, y ya he visto lo que pueden dar de sí. Por ahora, es más que suficiente. Hacer preguntas no serviría de nada ahora mismo.

Sonreí.

—¿Cuándo te has convertido en un espíritu tan sabio?

Él se encogió de hombros.

—Bueno, he andado con una pandilla que lleva dando vueltas por el mundo desde la Creación. Es de esperar que adquieras una visión más amplia cuando tu media naranja es un ángel.

—¿Yo soy tu media naranja? —pregunté con aire soñador, resiguiendo con el dedo el cordón de cuero que llevaba al cuello.

—Claro. Cuando no estoy contigo me siento como si llevara unas gafas de color gris.

—¿Y cuando estás conmigo? —murmuré.

—Todo en tecnicolor.

A Xavier se le acercaban los exámenes finales, pero seguía viniendo todos los días y me observaba cada vez con infinita atención para apreciar signos de mejora. Siempre me traía alguna cosa: un artículo del periódico, un libro de la biblioteca, una historia divertida que contar o unas galletas que había preparado él mismo. Compadecerme de mí misma estaba fuera de lugar mientras él se encontraba a mi lado. Si había habido momentos en los que había tenido dudas sobre su amor, ahora ya no me quedaba ninguna.

—¿Qué te parece si vamos a dar un paseo? —me dijo—. Hasta la playa. Podemos llevarnos a Phantom si quieres.

Me sentí tentada por un momento, pero luego la idea de salir al mundo exterior me resultó abrumadora y me tapé con la colcha hasta la barbilla.

—Está bien. —Xavier no insistió—. Quizá mañana. ¿Qué te parece si nos quedamos en casa y preparamos la cena juntos?

Asentí en silencio, me acurruqué junto a él y contemplé aquel rostro perfecto, con su media sonrisa y el mechón de pelo castaño cayéndole sobre la frente. Era todo maravillosamente conocido y familiar.

—Tienes una paciencia de santo —dije—. Deberíamos pedir que te canonizaran.

Se echó a reír y me cogió la mano, complacido al ver un atisbo de mi antiguo ser. Le seguí hasta la planta baja en pijama, escuchando sus ideas para la cena. Su voz me resultaba sedante, como un bálsamo que aliviase mi mente angustiada. Sabía que se quedaría conmigo y me hablaría hasta que me quedara dormida. Cada palabra que pronunciaba me acercaba de vuelta a la vida.

Pero ni siquiera su presencia podía protegerme de las pesadillas. Cada noche despertaba empapada en un sudor frío, y enseguida comprendía que había estado soñando. Incluso me daba cuenta mientras se desarrollaba todo en mi mente. Había tenido el mismo sueño durante semanas, pero todavía lograba aterrorizarme, y yo abría los ojos de golpe en la oscuridad con el corazón en la boca y los puños apretados.

En el sueño, estaba otra vez en el Cielo y había abandonado definitivamente la Tierra. La profunda tristeza que sentía era tan real que, al despertar, sentía como si tuviera una bala en el pecho. El esplendor del Cielo me dejaba fría y yo le suplicaba a Nuestro Padre que me dejase más tiempo en la Tierra. Argumentaba con vehemencia, sollozaba amargamente, pero mis súplicas no eran escuchadas. Veía con desesperación que las puertas se cerraban a mi espalda y comprendía que no tenía escapatoria. Ya había gozado de una oportunidad y la había dejado pasar.

Aunque estaba en mi hogar me sentía como una extraña. No era el retorno en sí lo que me causaba tanto dolor, sino la idea de lo que había dejado detrás. La idea de que nunca volvería a tocar a Xavier ni vería de nuevo su cara me resultaba desgarradora. En el sueño, lo había perdido para siempre. Sus rasgos se me presentaban borrosos cuando trataba de evocarlos, y lo que más me dolía era que no había podido decirle adiós.

La inmensidad de la vida eterna se extendía ante mí y yo lo único que deseaba era ser mortal. Pero no podía hacer nada. No podía alterar las leyes inmutables de la vida y la muerte, del Cielo y la Tierra. Ni siquiera podía albergar esperanzas, porque no había nada que esperar. Mis hermanos y hermanas se apiñaban alrededor con palabras de consuelo, pero yo me mostraba inconsolable. Sin él, nada en mi mundo tenía sentido.

A pesar de la desazón que me causaba aquel sueño, no me importaba que se repitiera con tanta frecuencia mientras pudiera despertarme cada vez y saber que él vendría a verme al cabo de unas horas. El despertar era lo que importaba. Despertarme para sentir el calor del sol que se colaba por las puertas acristaladas del balcón, con Phantom durmiendo a mis pies y las gaviotas volando en círculos sobre un mar totalmente azul. El futuro podía esperar. Habíamos pasado juntos una prueba terrible, Xavier y yo, y habíamos salido vivos. No sin algunas cicatrices, pero más fuertes. No podía creer que el Cielo que yo conocía pudiera ser tan cruel como para separarnos. No sabía lo que nos reservaba el futuro, pero sí que lo afrontaríamos los dos juntos.

Ahora llevaba semanas sufriendo insomnio. Me sentaba en la cama y contemplaba los trazos de la luz de la luna que se iban desplazando por el suelo. Había renunciado a dormir. Cada vez que cerraba los ojos me parecía sentir una mano rozándome la cara o me imaginaba una sombra oscura deslizándose por el umbral. Una noche, miré por la ventana y creí ver la cara de Jake Thorn en las nubes.

Salté de la cama y abrí las puertas del balcón. Entró un viento gélido y vi un amasijo de nubes negras que se cernían a poca altura. Se avecinaba una tormenta. Me habría gustado que Xavier estuviera allí: me lo imaginé rodeándome con sus brazos y apretando su cuerpo cálido contra el mío. Habría sentido el roce de sus labios en la oreja y le habría oído susurrar que todo iría bien y que siempre me cuidaría. Pero Xavier no estaba allí, y yo me hallaba sola en el balcón mientras las primeras gotas empezaban a salpicarme en la cara. Sabía que lo vería a la mañana siguiente, cuando viniera a recogerme con el coche para ir al colegio. Pero la mañana parecía ahora muy lejana y la idea de permanecer aguardando en la oscuridad me daba grima. Me apoyé en la barandilla de hierro y aspiré el aire fresco y limpio. No llevaba nada encima, salvo un tenue camisón de lana que revoloteaba al viento casi huracanado que amenazaba con derribarme. Veía el mar a lo lejos; me hacía pensar en un enorme animal negro durmiendo. El oleaje que subía y bajaba venía a ser como su respiración acompasada. El viento seguía azotándome con fuerza y a mí me vino una idea extraña a la cabeza. Era casi como si el viento tratara de alzarme, como si quisiera que despegara del suelo. Consulté el despertador que tenía en la mesita; ya era más de medianoche, todo el vecindario estaría durmiendo. Me pareció como si el mundo entero me perteneciera y, antes de que pudiera pensármelo dos veces, me había encaramado a la barandilla. Extendí los brazos. El aire era refrescante. Atrapé con la lengua una gota de lluvia y me eché a reír en voz alta por lo relajada que me sentía de repente. Un relámpago iluminó el horizonte a lo lejos, allí donde el cielo y el mar parecían fundirse. Sentí que un inexplicable afán de aventura se adueñaba de mí y salté.

Me pareció que caía durante unos instantes y enseguida noté que algo me sostenía. Mis alas habían desgarrado la fina tela del camisón y, ya desplegadas en el aire, empezaban a ejecutar un lento movimiento. Dejé que me alzaran a mayor altura y balanceé las piernas como una cría excitada. En unos momentos los tejados quedaron a mis pies y me zambullí en el cielo nocturno. Los truenos sacudían la Tierra y los relámpagos surcaban la oscuridad, pero yo no tenía miedo. Sabía de sobras a dónde quería ir. El camino hasta casa de Xavier me lo conocía de memoria. Resultaba alucinante sobrevolar el pueblo dormido. Pasé por encima de Bryce Hamilton y de las calles tan conocidas de los alrededores. Era como si volara sobre una ciudad fantasma. Pero la idea de que podían verme en cualquier momento me provocaba una especie de euforia. Ni siquiera me molesté en ocultarme detrás de las nubes cargadas de lluvia.

Pronto me encontré sobre el césped de la casa de Xavier. Me deslicé con sigilo hasta la parte de atrás, donde se hallaba su habitación. Tenía la ventana entreabierta para dejar que entrara la brisa y la lamparilla seguía encendida. Xavier se había quedado tumbado con el libro de química sobre el pecho. En cierto modo, dormido parecía más joven. Todavía llevaba el pantalón descolorido del chándal y una camiseta blanca. Tenía un brazo debajo de la cabeza y el otro caído a un lado. Se le entreabrían los labios ligeramente. Miré cómo subía y bajaba su pecho. La expresión de su rostro era del todo pacífica, como si no tuviese ni una sola preocupación.

Plegué las alas y trepé en silencio al interior de la habitación. Me acerqué de puntillas y alargué la mano para quitarle el libro de encima. Xavier se removió, pero no llegó a despertarse. Me quedé al pie de la cama mirando cómo dormía, y de pronto me sentí más cerca de Nuestro Creador de lo que nunca me había sentido en el Reino. Allí estaba su mayor creación. Los ángeles quizás habían sido creados como guardianes, pero a mí me parecía percibir en Xavier un poder inmenso: un poder capaz de cambiar el mundo. Él podía hacer lo que quisiera, convertirse en lo que deseara. Y de repente comprendí qué era lo que yo deseaba más en el mundo: que él fuera feliz, conmigo o sin mí. Así pues, me arrodillé, incliné la cabeza y le recé a Dios, pidiéndole que le otorgara Su bendición a Xavier y que lo mantuviera lejos de todo mal. Recé para que su vida fuera larga y próspera. Recé para que todos sus sueños se cumplieran. Recé para que yo siempre pudiera seguir en contacto con él, aunque fuera modestamente, incluso si ya no estaba en la Tierra.

Antes de marcharme, le eché un último vistazo a la habitación. Miré el banderín de los Lakers clavado en la pared, leí las inscripciones de los trofeos alineados en los estantes. Deslicé los dedos por los objetos esparcidos sobre la mesa y me llamó la atención una caja de madera tallada. Parecía fuera de lugar entre todos aquellos objetos de adolescente. La tomé y abrí la tapa. Por dentro estaba toda forrada de raso rojo. Y en el centro había una única pluma blanca. La reconocí en el acto. Era la que Xavier había encontrado en su coche después de nuestra primera cita. Tuve la certeza de que la conservaría siempre.




Epílogo

Tres meses después, las cosas se habían calmado bastante y habían regresado más o menos a la normalidad. Ivy, Gabriel y yo nos habíamos esforzado para que todo el pueblo y en especial los alumnos de Bryce Hamilton recuperasen la salud. Las terribles aflicciones que habían experimentado o presenciado quedaron reducidas a una serie fragmentaria de imágenes y de palabras borrosas que no podían unirse en una secuencia lógica. Xavier fue el único al que se le permitió conservar todos sus recuerdos intactos. No los sacaba a colación, pero a mí me constaba que no los había olvidado ni los olvidaría nunca. Él era fuerte, de todos modos; había tenido que afrontar un dolor y una pena inmensos en su juventud, y sabíamos que no se hundiría bajo aquella carga suplementaria.

A medida que pasaron las semanas conseguimos regresar a nuestras rutinas habituales. Yo había hecho incluso bastantes progresos para congraciarme con Bernie.

—¿En qué punto estoy, del uno al diez, para que me perdone del todo? —le pregunté a Xavier una mañana, mientras íbamos andando al colegio.

—En el diez —dijo Xavier—. Mi madre es dura, pero ¿cuánto esperabas que le durase el enfado? Está todo olvidado.

—Eso espero.

Xavier me cogió de la mano.

—Ya no hay nada que temer.

—Salvo que se presente algún demonio —dije, bromeando—. Aunque no dejaremos que eso nos agüe la fiesta.

—Ni hablar —asintió Xavier—. Nos estaban chafando nuestra fiesta.

—¿No te preocupa a veces que puedan volver de nuevo y todo se venga abajo?

—No, porque entre los dos podemos ponerlos en fuga.

—Tú siempre tienes una respuesta. —Sonreí—. ¿Ensayas estas frases en casa?

—Forma parte de mi encanto —dijo, guiñándome un ojo.

—¡Bethie! —Molly nos dio alcance cuando ya llegábamos a la verja de la entrada—. ¿Qué te parece mi nueva imagen?

Se dio la vuelta entera y observé que había sufrido una transformación completa. Se había dejado la falda por debajo de la rodilla, tenía la blusa abrochada hasta el último botón y la corbata pulcramente anudada. El pelo lo llevaba recogido detrás con una trenza recatada y no se había puesto ninguna de sus joyas. Incluso lucía los calcetines reglamentarios del colegio.

—Pareces a punto de entrar en un convento —dijo Xavier.

—¡Estupendo! —dijo Molly, complacida—. Quiero parecer madura y responsable.

—Ay, Molly —suspiré—. Esto no tendrá nada que ver con Gabriel, ¿no?

—Vaya descubrimiento —replicó—. ¿Por qué, si no, iba a andar por el mundo con esta pinta de pringada?

—Oh. —Xavier asintió—. Qué gran prueba de madurez.

—¿No te parece mejor ser tú misma? —pregunté.

—Tal vez lo asustaría —apuntó Xavier.

—Tú cierra el pico —dije, dándole un cachete en el brazo—. Lo único que digo, Moll, es que has de gustarle por lo que eres…

—Supongo —dijo, evasiva—. Pero a mí no me importa cambiar. Soy capaz de convertirme en lo que él quiera.

—Él quiere que seas Molly.

—Yo no —empezó Xavier—. Quiero que seas… —Se interrumpió con una risotada cuando le di un codazo.

—¿No puedes tratar de ayudar al menos?

—Vale, vale —dijo Xavier—. Mira, Molly, las chicas que fingen o se esfuerzan demasiado son un latazo. Tienes que calmarte y dejar de perseguirlo.

—¿Pero no debo mostrarle que estoy interesada?

—Creo que eso ya lo sabe —respondió Xavier, con los ojos en blanco—. Ahora tienes que aguardar a que él acuda a ti. De hecho, ¿por qué no intentas salir con otro…?

—¿Para qué?

—Para ver si se pone celoso. Su modo de reaccionar te dirá lo que quieres saber.

—¡Gracias!, ¡eres el mejor! —exclamó ella con una gran sonrisa. Se soltó el pelo de un tirón, se desabrochó varios botones de la blusa y salió corriendo: seguramente en busca de algún pobre chico que le sirviera para ganarse el corazón de Gabriel.

—No deberíamos darle alas —murmuré.

—Nunca se sabe —respondió Xavier—. Quizá sí sea el tipo de Gabriel.

—Gabriel no tiene tipo. —Me eché a reír—. Él ya está entregado a una relación.

—Los humanos pueden resultar muy tentadores.

—Dímelo a mí —respondí, poniéndome de puntillas para darle un mordisquito en el lóbulo de la oreja.

—Yo diría que esto es un comportamiento inadecuado en el patio del colegio —bromeó Xavier—. Ya sé que mis encantos son difíciles de resistir, pero procura controlarte.

Nos separamos en los pasillos de Bryce Hamilton. Mientras lo miraba alejarse, me invadió una sensación de seguridad que no había experimentado en mucho tiempo y, por un momento, creí de verdad que lo peor ya había pasado.

Me equivocaba. Debería haber intuido que no había terminado, que no podría acabar tan fácilmente. En cuanto Xavier se perdió de vista, vi que caía un pequeño rollo de papel desde lo alto de mi taquilla. Mientras lo desenrollaba, sabía que iba a tropezarme con una caligrafía negra y alargada, como las patas de una araña. El temor descendió sobre mí como una niebla y las palabras se me grabaron a fuego en el cerebro:

El Lago de Fuego aguarda a mi dama

¿Has encontrado algun error? Déjalo en los comentarios
Comments

Comentarios

Show Comments